Boca a boca
Nos hab¨ªamos quedado en Madrid porque est¨¢bamos pagando la hipoteca del piso. Ella hab¨ªa hecho durante el invierno un curso de socorrismo que le sirvi¨® para colocarse en una piscina de Arturo Soria. Yo hac¨ªa horas extraordinarias en la empresa. Era nuestro primer verano de casados, y aunque nos frustraba un poco no salir de la ciudad, lo compens¨¢bamos haciendo el amor en todos los rincones de la casa, para amortizarla: hoy en el cuarto de ba?o; ma?ana en el armario del recibidor; el domingo debajo de la cama... Todo iba bien hasta que sucedi¨® algo que, sin dinamitar el panorama general, introdujo un punto de desasosiego, un bulto, que a lo largo de todos estos a?os ha ido creciendo entre los dos para estallar cuando ni nos acord¨¢bamos de su existencia.Aquella noche hab¨ªa ido a buscarla a la piscina y nos hab¨ªamos sentado en una terraza que hab¨ªa al final de L¨®pez de Hoyos. Recuerdo que nos tomamos un granizado de lim¨®n, no porque nos gustara, sino porque era barato. La conversaci¨®n tardaba en fluir, como si hubiera un obst¨¢culo inmaterial que le impidiera el paso. Entonces, ella dijo:
-Hoy hemos tenido un ahogado.
Al parecer, un chico joven hab¨ªa perdido el conocimiento por alguna raz¨®n dentro del agua y hab¨ªan tardado un poco en darse cuenta, de manera que sali¨® en muy malas condiciones. Ella le hab¨ªa dado unos masajes en el pecho y le hab¨ªa hecho la respiraci¨®n boca a boca.
-?Cu¨¢nto tiempo? -pregunt¨¦ instintivamente.
-No s¨¦ -dijo-, cinco o seis minutos, pero ya estaba muerto.
Esa noche nos tocaba hacer el amor en la despensa, pero los dos fingimos haberlo olvidado y estuvimos viendo la televisi¨®n en la cama hasta las tantas. Luego, cuando ella se durmi¨®, comenz¨® a torturarme a fondo la imagen de su boca pegada a la del muerto. Los besos que yo le hab¨ªa dado se habr¨ªan precipitado al interior oscuro del difunto y permanecer¨ªan all¨ª, en estado de reposo, hasta la resurrecci¨®n de los muertos, en la que a¨²n cre¨ªa, para mi mal, durante aquella ¨¦poca. Lo que m¨¢s me atormentaba era la frialdad con que me hab¨ªa relatado el suceso. Todos tenemos que hacer cosas repugnantes en nuestro trabajo, yo tambi¨¦n, pero no es necesario pregonarlo por ah¨ª. ?Por qu¨¦ me lo ha contado?, me preguntaba una y otra vez. ?No se da cuenta de que para m¨ª un muerto es un muerto, aunque para ella no sea m¨¢s que un acontecimiento fisiol¨®gico? Me parec¨ªa mentira su falta de sensibilidad y no tuve m¨¢s remedio que deducir que hab¨ªa disfrutado hiri¨¦ndome. ?Por qu¨¦? Tal vez porque no hab¨ªa sido capaz de tener un trabajo lo suficientemente bueno como para hacer frente a la hipoteca y salir de vacaciones a la vez.
Al d¨ªa siguiente, durante el desayuno, estuve contemplando sus labios, y la verdad es que no hab¨ªa conocido otros semejantes. Adem¨¢s, me pareci¨® que no hab¨ªa en ellos rastros de la muerte, as¨ª que en un momento dado la tom¨¦ por la cintura y la bes¨¦ con furia mientras la arrastraba hacia el tendedero, para que no quedaran cuentas aplazadas. Me gust¨®, pero me dej¨® tambi¨¦n un gusto mortuorio en la lengua, y ya nada volvi¨® a ser igual entre nosotros.
Luego pas¨® el tiempo, tuvimos hijos, cumplimos aniversarios y me olvid¨¦ de la historia hasta que este verano, encontr¨¢ndonos en la playa, un grupo de ba?istas sac¨® a un ahogado del mar. Ten¨ªa la cara completamente azul y era evidente que se encontraba muerto, pero le tendieron en la arena y alguien comenz¨® a darle masajes en el pecho. Nosotros est¨¢bamos en el corro que se hab¨ªa formado alrededor de ¨¦l. Entonces mi mujer me mir¨® unos instantes y a los dos nos vino a la memoria aquel cad¨¢ver que hab¨ªa envenenado nuestras vidas. Pas¨¦ mi brazo por su hombro, esperando que, ella buscara refugio en mi pecho y de ese modo nos perdon¨¢ramos. Pero, lejos de eso, corri¨® hacia el fallecido y le hizo de nuevo la respiraci¨®n boca a boca. Para ella era algo mec¨¢nico, como pegar los labios a una manguera y soplar, pero no pod¨ªa ignorar lo que significaba para m¨ª.
Ahora llevamos dos d¨ªas sin hablarnos y nuestras vacaciones est¨¢n a punto de expirar. Cuando nos encontremos de nuevo en Madrid, le dir¨¦ que quiero divorciarme y ella no opondr¨¢ ninguna resistencia, lo s¨¦. Nuestro matrimonio ha durado 15 a?os, los mismos que la hipoteca que contrajimos juntos. La econom¨ªa es realmente la base del odio. Y quiz¨¢ del amor.
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