La gotera
Uno de los m¨¢s grandes escritores contempor¨¢neos es, sin duda, Alvaro Cunqueiro, que le dio m¨²sica y fantas¨ªa a las palabras. Ignoro, y prefiero no saber por qu¨¦ sus libros, narraciones, cuentos y f¨¢bulas, en castellano y en gallego, se encuentran agotados, sin que ello le quite el sue?o a los editores, ni subleve sus cuentas de resultados. En uno de sus ensue?os novelados, Las mocedades de Ulises (Colecci¨®n Austral-Destino, 1960, 1970, 1985), ofrece un ¨ªndice onom¨¢stico de la pl¨¦yade de personajes que saca, amorosamente, de la oreja.Entre ellos, san Ulises (no el hijo de Laertes), de quien dice que invent¨® el remo y el deseo de regresar al hogar. El recuerdo de aquel hombre bueno y tocado por la gracia de Dios me ha venido a las mientes con esa cita, para el amparo de quienes retornan a Madrid, tras el episodio veraniego.
Nos vamos de vacaciones con un renovado optimismo, so?ado a lo largo del a?o laboral, en el que imaginamos las mayores delicias, hundiendo en la desmemoria el caudal de desdichas que acompa?a a la deserci¨®n de nuestro ambiente natural. Se dice cambiar de aires como se recomienda al tullido que var¨ªe la postura donde encontrar alivio. Cambiamos de aires para extra?ar la cama, el sabor del agua, los ruidos matutinos, que nos sobran o faltan, pero que, sin saber muy bien por qu¨¦, echamos en falta. En alg¨²n momento, en general repetido, acongoja el recuerdo y urge aquel deseo de volver al hogar que invent¨® san Ulises.
Imaginemos el retorno de alguien que llega por el aeropuerto de Barajas o por cualquiera de las estaciones del ferrocarril o de los autobuses; no todo el mundo tiene autom¨®vil, como parece deducirse a trav¨¦s de la tele.
Salvo quiz¨¢ en Chamart¨ªn, encontramos carritos para transportar el malet¨®n, el par de bolsas y esos paquetes que tan irreflexivamente adquirimos con obsequios para nuestro pr¨®jimo, cosas que se encuentran en El Corte Ingl¨¦s. El taxi -que tampoco faltan- nos deja a la puerta de casa, donde nos angustia, con descuidada urgencia, el bolsillo o donde diablos hayamos metido las llaves del portal, porque casi todos los regresos del veraneo se hacen cuando ya est¨¢ cerrado.
S¨ª no tenemos quien nos ayude, el corto tramo hasta el piso -no todo el mundo vive en un chal¨¦- va acompa?ado de reniegos, sin descartar el reprobable recurso a la blasfemia cuando se nos cae un bulto o la puerta, del elevador no cierra obstaculizada por la incorrecta posici¨®n de algunos de ellos. ?Ya estamos en casa!
Hogar, dulce y todas esas cosas.
Descubrimos que nos dejamos encendida la luz de la cocina, alumbrada est¨²pidamente las 24 horas durante dos o tres semanas. Nos urge recuperar alguno de los h¨¢bitos suspendidos y, antes incluso de deshacer un equipaje, colmado de ropa sucia y arrugada, aparcamos el cuerpo en el sill¨®n, delante del televisor.
Supongamos, sin pesimismo innecesario, que el aparato funciona, aunque ignoremos la programaci¨®n en esas horas. No importa, se trata de recuperar eso tan tonto que se llama la identidad.
Como ocurre irremisiblemente en la mayor¨ªa de las ocasiones, caemos sobre un espacio publicitario que desmiente la supuesta pausa veraniega en la actividad de los anunciantes.
No hemos alzado la mirada. ?Para qu¨¦? Son nuestras paredes, nuestro techo. Algo nos va a obligar, aunque esta parte del relato no se produzca universalmente. En el dorso de la mano, en la sien, notamos el suave impacto de una gota de l¨ªquido; durante unos segundos el lado racional se niega a reaccionar. Venimos de Asturias -por ejemplo-, donde la lluvia es tierna, relajante y germinal acontecimiento, pero nunca hubo nubes en aquella habitaci¨®n. Levantamos el rostro, y all¨ª la vemos, formando una mancha caprichosa. en el cielo raso.
Alarmados por una s¨²bita sospecha, pasamos los dedos por el borde de la butaca, milagrosamente seco.
La gotera es, digamos, venial, casi comedida. Humedece la alfombra, lo que tampoco constituye una tragedia dom¨¦stica: la adquirimos, a precio irrisorio, en Villajoyosa, de donde proceden la mayor¨ªa de las alfombras persas que se venden en el mundo, Ir¨¢n incluido.
La gotera es el tributo del ocio, el IVA injusto de las vacaciones. ?Les pas¨® a ustedes?
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