La caravana de los burgueses
"El tren de los maridos" ya no existe. Ya casi no existen los maridos: sus nuevos atributos y sus recientes despojos han cambiado notablemente sus relaciones maritales y su papel en el mundo. Estoy hablando de la burgues¨ªa, que no ha dejado de ser la clase dominante en Espa?a en este siglo. Durante el primer cuarto fue preparando, con lo que pudo entrar de la revoluci¨®n industrial y del "librepensamiento" (no es lo mismo que pensamiento libre: era un movimiento, una lucha, una doctrina), la Rep¨²blica; durante la Rep¨²blica prepar¨® el golpe de Estado de regreso al orden, incluso de un fascismo a la italiana, con Calvo Sotelo de Duce; a partir del final de la guerra mundial prepar¨® su tercera revoluci¨®n, que le cost¨® muchos a?os -Franco ten¨ªa la resistencia de la longeva tortuga; la burgues¨ªa no es valiente-, pero que al fin lleg¨® a la democracia; la de Su¨¢rez la pareci¨® un poco exagerada, y eligi¨® a Gonz¨¢lez, burgu¨¦s socialdem¨®crata; se desprend¨ª¨® de ¨¦l con disgusto, despu¨¦s de sostenerle en otras elecciones, y decidi¨® traerse a Aznar; no le gusta ahora. Le parece demasiado entregado al alto capital. Aznar, que es uno de los ¨²ltimos maridos antigua usanza -eso mismo desagrada a la burgues¨ªa de costumbres libres, divorcista y abortista si llega la necesidad en la familia-, va y viene de su Oropesa alquilada -un mill¨®n: para tanta gente es poco, aunque para su sueldo me parece demasiado; yo, imagino, ingreso m¨¢s en Hacienda, y me tengo que quedar en Madrid: a gusto- en avi¨®n del Estado."El tren de los maridos" era el que llevaba a la sierra, por las noches -o el fin de semana a quienes no pod¨ªan ir a diario: el fin de semana era el s¨¢bado por la tarde, hasta el lunes al amanecer- a aquellos cuyas burguesas respiraban el aire puro y beb¨ªan la leche buena de la sierra. Ahora van en coche. Al atardecer de cada d¨ªa, al mediod¨ªa de los s¨¢bados. Pero hay menos: las esposas tambi¨¦n trabajan, y la caravana de maridos est¨¢ tambi¨¦n poblada de esposas. A veces, en los atascos, un marido y una esposa, cada uno de nido ajeno, se conocen, y charlan de ventanilla en ventanilla; a veces se paran para merendar, y hasta para quedar para el lunes. Son costumbres diferentes.
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