Una tragedia la aldea global
La princesa encarnaba a la mujer de este tiempo, universalmente sentida como propia por el puntual relato de su vida
ENVIADO ESPECIALAdem¨¢s de "princesa de los corazones", que es como no decir nada, Lady Di ha logrado otros t¨ªtulos principescos de mayor enjundia y concreci¨®n. Es, por ejemplo, la princesa de los ni?os", seg¨²n la BBC; fue la "princesa de los pobres", seg¨²n un refrendo de los hospicios y, hace poco, ha obtenido la titulaci¨®n tanto en The Evening Standard como en The Independent de princesa de los gay".
?Qu¨¦ es lo m¨¢s exacto de todo esto? ?En qu¨¦ se queda o a d¨®nde llega la mitolog¨ªa de Lady Di un personaje que no dej¨® de salir un d¨ªa en los media durante los ¨²ltimos 17 a?os? Muy pronto, las c¨¢tedras de comunicaci¨®n en las universidades de medio mundo contar¨¢n con alumnos redactando tesis y profesores impartiendo teor¨ªa sobre el fen¨®meno de encantamiento masivo m¨¢s espectacular de todos los tiempos. Y, probablemente, refiri¨¦ndose a la formaci¨®n de un icono que, por primera vez en la historia, han elaborado preferentemente las mujeres. La devoci¨®n a Lady Di pervivir¨¢ o no con la intensidad de otros ¨ªdolos pero, en el futuro, vendr¨¢ a configurarla como el punto de inflexi¨®n a partir del cual la condici¨®n femenina proporcion¨® la materia decisiva para la creaci¨®n de un ¨ªdolo. No s¨®lo las revistas femeninas han sido las m¨¢s directas autoras de esta celebridad; un feminismo expansivo, sin ideolog¨ªa ni agresividad ha encontrado en Diana su correlato. Si se desviste la vida de Lady Di de su boato, sus joyas, su realeza, la historia al desnudo es un calco de las vidas de las mujeres emergentes. Los problemas de depresi¨®n de la princesa, su soledad, su anorexia o su bulimia son enfermedades t¨®picamente actuales y femeninas. La descalificaci¨®n del hombre, la preminencia de los hijos, el reencuentro con la propia identidad tras el trauma del divorcio, el ensayo de relaciones sentimentales desde la independencia, son episodios en la nueva biograf¨ªa de una mujer.
Diana no es un ejemplo de nada. M¨¢s bien es un ejemplar al estilo de casi todas. De aquellas que se encontraron en una edad similar, de aquellas m¨¢s j¨®venes que en alta proporci¨®n cumplir¨¢n un expediente parecido y de las mayores, psicol¨®gicamente solidarias, de las transformaciones en el papel de la mujer.
Marilyn Monroe fue una creaci¨®n de los hombres, Evita una supuraci¨®n de la desesperanza, Madonna un fen¨®meno de la bisexualidad y la posfeminidad americana. Diana es otra cosa; m¨¢s suave, m¨¢s normal y permeable. No hace falta mucho esfuerzo para reencontrar en ella a la ex esposa, "yo misma" o la vecina. Con un agregado fundamental: "Esa, en vez de pasar inadvertida afan¨¢ndose por un sueldo y conduciendo un Ibiza es, asombrosamente, la princesa de Gales". Podr¨ªa haber sido incluso reina de haber tragado con la infamia de su esposo, pero al no hacerlo ha ganado mucho m¨¢s. Siendo as¨ª, no s¨®lo no le faltan admiradores, sino que logra convertirse en la m¨¢s admirada y mirada del planeta. Es agraciada, pero no necesariamente muy guapa; sabe algo, pero no llega a ser culta; parece intuitiva, pero no asombra a nadie con su inteligencia. Representa, ante todo, el triunfo de una mujer que ha cambiado su funci¨®n, pero que no renuncia a valerse y disfrutar las ventajas que todav¨ªa le ofrece su sexo. Es halagada, fotografiada, deseada como un. objeto, mientras a la vez se comporta con la aparente naturalidad de un sujeto.Sin realeza ni majestades en torno, sin pompas ni Rolls Royce, Diana habr¨ªa pasado de tener miles de millones de televidentes a ver, como todas, la televisi¨®n en un sof¨¢. Tambi¨¦n, sin paparazzi y tecnolog¨ªa moderna, capaz de reproducir sin l¨ªmite y al instante una imagen, adem¨¢s de captar por decenas de miles las m¨¢s seductoras de ellas, no habr¨ªa habido Lady Di. Pero antes que nada no habr¨ªa habido Lady Di sin la languidez, la simplicidad, la fotogenia y la peripecia de esa chica.Que los medios de comunicaci¨®n hayan podido explotar este cuento hace inteligible su ¨¦xito en Occidente. Pero m¨¢s all¨¢ de este hemisferio, ?c¨®mo explicar que otros cientos de millones en pa¨ªses distantes se hayan interesado en ¨¦l? La respuesta es la misma que explicar¨ªa el ¨¦xito de Dinast¨ªa, Love story o Lo que el viento se llev¨® en China. Pero adem¨¢s, el secreto de este acierto en la diana es poli¨¦drico y sucesivo. Hace 16 a?os, con la boda, empez¨® un cuento de hadas que convoc¨® a 700 millones de personas ante las pantallas. Luego, ese principio fue transform¨¢ndose -con depresiones, maternidades, intentos de suicidio, secretos y adulterios-, en una telecomedia de despu¨¦s de comer. Por ese tiempo, los interesados no s¨®lo eran receptores de una imagen aislada, sino seguidores de un serial cuyo plat¨® eran las habitaciones de los palacios de los Windsor. Las cifras de lectores, espectadores y radioescuchas se ampliaba al comp¨¢s de los sucesos que los medios enriquec¨ªan sin escr¨²pulos. A finales de los a?os ochenta, para cientos de millones de seres humanos, Lady Di hab¨ªa pasado -y tanto m¨¢s cuanto m¨¢s v¨ªctima y desvalida parec¨ªa- de ser una estrella a ser una amiga y de pertenecer a la realeza a habitar la propia intimidad. La masiva y constante divulgaci¨®n de una imagen p¨²blica en las revistas y en el televisor de casa, consigue hoy el efecto de hacerla creer una pertenencia privada. Lo raro ser¨ªa, piensa el espectador, que conociendo y sintiendo tanto al personaje, ese personaje no le reconociera a ¨¦l. Y m¨¢s si como en el caso de Diana se la advierte propensa a querer.
A pocos personajes p¨²blicos se le han escuchado menos palabras que a Lady Di. Ella ha sido universal a trav¨¦s, casi exclusivamente, del lenguaje universal del mimo. Para unos, sus gestos acariciando enfermos, mutilados o pobres, han podido representar, viniendo de donde ven¨ªa, un signo de extrema bondad. Para otros, sus l¨¢grimas, sus risas, han puesto a disposici¨®n del p¨²blico una magnanimidad superior. Pero por si faltaba poco, la totalidad de su historia se ha concentrado al fin en una tragedia que ha permitido el m¨¢ximo entendimiento y participaci¨®n global; m¨¢s all¨¢ de ideolog¨ªas, sexos, creencias y razas. Un cuento de hadas puede aburrir a muchos, una telecomedia divide los gustos, pero una tragedia con todos sus elementos a punto (el anillo, el romance, la juventud, la violencia, la noche, el alcohol, la lengua seccionada, el viaje, el pathos) convoca a todos. Por primera vez, la aldea global asiste en bloque a una representaci¨®n en vivo del bien y el mal, del amor y de la muerte. Y juntos, reflejados los de uno y otro lado del mundo en la pantalla, constatamos que somos parte de los media, y que si la televisi¨®n, de pronto se extinguiera, desaparecer¨ªamos todos en masa y a la vez.
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