La Senda de los inmortales
Arboles centenarios jalonan un misterioso sendero, oculto entre los pinares de Alpedrete de la Sierra
Da un poco de miedo hablar del cipr¨¦s. Todo lo de este ¨¢rbol se define con palabras que repugnan al sentido com¨²n: su longevidad es imponderable; su madera, imputrible; su follaje, inmarcesible; su poder como s¨ªmbolo, indeclinable. Su alargada sombra, que lleva proyect¨¢ndose sobre el camino de la humanidad desde la. ma?ana de los tiempos, apunta el horror de lo muy antiguo y exclama la futilidad de nuestra menguada hora: ivanidad y apacentarse de viento!Originario, como todos los sabios de la antig¨¹edad, de los confines orientales del Mediterr¨¢neo (Persia, Siria y Chipre, Aypros en griego, de donde acaso toma su nombre), el cipr¨¦s era, junto con elcedro, el ¨¢rbol dilecto de Israel. Se le menciona, verbigracia, en el Cantar de los cantares, en el Eclesi¨¢stico y en los Libros de los reyes, donde las lectoras de revistas de decoraci¨®n pueden hallar una minuciosa descripci¨®n del templo de Salom¨®n, el cual ten¨ªa, entre otras cosas, el suelo y las puertas giratorias de madera de cipr¨¦s. Y aunque no se menciona en la Biblia, es creencia com¨²n que el arca de No¨¦ era de lo mismo, as¨ª como el pat¨ªbulo de Cristo.
En Lombard¨ªa, se mantiene inc¨®lume un ejemplar de m¨¢s de 1.200 a?os. En los jardines de las termas de Diocleciano, viven a¨²n varios que fueron plantados por Miguel ?ngel, se?al de que esta con¨ªfera alcanza el medio milenio como el que lava. Su aparente inmortalidad, m¨¢s su fronda perennal (de ah¨ª, su nombre cient¨ªfico: Cupressus sempervirens), explican que los griegos consagraran este ¨¢rbol a Plut¨®n, esparciendo sus ramas a las puertas de los difuntos y d¨¢ndole otros usos an¨¢logos. Guardi¨¢n del secreto de la eternidad, el cipr¨¦s sigue atalayando nuestros camposantos.
Supersticiones
Casi como contagiada de su vitalidad, la madera del cipr¨¦s es tan resistente que no se pudre ni debajo del agua, por lo que una de sus aplicaciones ha sido siempre la construcci¨®n naval; nunca siente carcoma, despide un sutil aroma y se conserva para s¨¦cula. As¨ª, es fama que una de las puertas de Bizancio, de los tiempos de Constantino el Grande, segu¨ªa como nueva mil y pico a?os despu¨¦s.
Siendo como somos de supersticiosos en este pa¨ªs, nada tiene de extra?o que los elegantes cipreses hayan sido arrinconados en seminarios, claustros y necr¨®polis. Por eso mismo sorprende, y mucho, que en el t¨¦rmino de Alpedrete de la Sierra (Guadalajara), casi en la raya de Madrid, all¨¢ sobre el alto de la Venta, perdure en mitad del pinar una borrosa senda flanqueada por a?osos cipreses. Ni siquiera los. m¨¢s viejos del lugar saben dar raz¨®n de este fen¨®meno. Conjeturan que quiz¨¢ el camino se usara anta?o para senderear cabras hacia unos tinados que hab¨ªa al otro lado del monte, sobre el r¨ªo Lozoya -es posible: en los mapas a¨²n figura el corral de un tal Manuel Ruiz por aquella parte- Que los mismos pastores plantaran los cipreses para sestear a su sombra es otra hip¨®tesis atendible, sobre todo porque el pinar procede de una repoblaci¨®n posterior.
La pista de tierra que lleva hasta el camino de los Cipreses sale de Alpredrete dejando a la derecha el cementerio (donde, por cierto, hay un cipr¨¦s la mar de galano), cruza el arroyo de Reduvia y, a la altura de una casa en ruinas -de guardas forestales, a juzgar por los pinsapos, eucaliptos, acacias y pinos pi?oneros del contorno-, traza una amplia curva ascendente para enseguida coronar el collado de la Venta. Un kil¨®metro m¨¢s adelante, el caminante habr¨¢ de tomar a la izquierda por otra pista que baja al Lozoya por el barranco del Robledillo. Poco antes de llegar al r¨ªo, frente a un, pontezuelo de piedra, surge a mano siniestra un zigzagueante sendero -ojo al panorama de los meandros del Lozoya- que va a dar a un cortafuegos, ascendiendo por el cual, el excursionista pronto avistar¨¢ un cipr¨¦s que descuella en la linde del pinar. Es el primero de la hilera -dos kil¨®metros, hasta salir de nuevo al collado de la Venta- que proyecta su alargada sombra sobre el camino de los Cipreses.
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