Madrid-Barcelona
Los clich¨¦s acerca del otro forman parte de ese n¨²cleo irreductible de la psicolog¨ªa de los pueblos que perdura a trav¨¦s de las generaciones. Hace muchas d¨¦cadas se hac¨ªan bromas en Madrid acerca del papel que los catalanes parec¨ªan desempe?ar en el conjunto de la pol¨ªtica espa?ola: aunque parec¨ªan proporcionarle tila, aseguraba una revista sat¨ªrica, en realidad buscaban la "tela". Los versos con los que fue obsequiado el principal dirigente del catalanismo de entonces se titulaban "Aleluyas de Camb¨® / que a todo el mundo enga?¨®", y acerca de los acuerdos de gobierno a los que llegaba tambi¨¦n se ironizaba asegurando que, en adelante, "de los guardias de la esquina / uno llevar¨¢ barretina".Todas estas citas literales, que tienen m¨¢s de medio siglo, testimonian una peculiar relaci¨®n entre Madrid y Barcelona en lo pol¨ªtico cuyos ecos hoy en d¨ªa son evidentes. Pero m¨¢s importante que esta relaci¨®n es la realidad de una peculiar mezcla de sinton¨ªas y distancias que entre las dos capitales se ha dado desde comienzos de siglo, tal como revela- una exposici¨®n inaugurada en Barcelona. Desde el comienzo del siglo XX, Espa?a ha tenido estas dos capitales culturales, capaces de llevar un ritmo de vida propio y de ponerse en contacto de forma aut¨®noma con los grandes centros creadores exteriores -en un principio Par¨ªs o Bruselas, luego Nueva York- al mismo tiempo que manten¨ªan una relaci¨®n peculiar¨ªsima entre s¨ª. No se puede decir que esta capitalidad bifronte exista -al menos, en t¨¦rminos semejantes- en otros pa¨ªses. Par¨ªs, por ejemplo, no tiene ninguna antagonista en Francia, y en Italia, la capitalidad cultural est¨¢ mucho m¨¢s repartida.
El hecho es que con el siglo Madrid y Barcelona se inventaron a s¨ª mismas e imaginaron al otro desde esa perspectiva cultural. Como revela con gran amplitud de matices un libro reciente, Barcelona, apoyada en una tradici¨®n cultural, perge?¨® una conciencia nacional en el terreno de la cultura. El idioma fue sometido a reglas, la sardana, baile de una comarca, se convirti¨® en danza nacional y, en fin, el modernismo, primero, y el noucentismo, despu¨¦s, se configuraron como modos de expresi¨®n pl¨¢stica del catalanismo. Madrid hizo algo parecido. La generaci¨®n finisecular supo apreciar un paisaje prosaico y rememorar tradiciones ancestrales, todas ellas vinculadas con lo castellano. Tanto para Men¨¦ndez Pidal como para Ortega, Espa?a hab¨ªa sido obra ¨²nica de Castilla.
Lo malo fue que en el juicio afirmativo de lo propio cada una de las capitales tuvo que encontrar al otro como adversario. "Antes chino que espa?ol", proclamaba una revista catalanista. La imagen de Madrid en los intelectuales barceloneses de principios de siglo es la de una ciudad poblada por chulos, flamencos, par¨¢sitos y bur¨®cratas, cuando no las cuatro cosas a la vez. Lo m¨ªnimo era considerar que no era una capital europea sino "tibetana", por encerrada en s¨ª misma, como escribi¨® Gaziel. Los juicios del otro lado tuvieron a menudo una dureza semejante. Baroja consideraba que los catalanistas eran, si no jud¨ªos, al menos fenicios, y Unamuno, como para caracterizarlos, citaba el M¨ªo Cid: "El conde (de Barcelona) es muy fel¨®n y dijo una vanidad". El propio Machado al repudiar el "clamor de los mercaderes de Levante" estaba condenando una cultura demasiado sensual y apegada a las modas, de acuerdo con su propia interpretaci¨®n.
Al lado de estos actos de reafirmaci¨®n han existido tambi¨¦n testimonios de una perenne y mutua influencia e incluso fascinaci¨®n. Unamuno se declaraba, aunque anticatalanista, "catalanizante", D'Ors encontr¨® en Madrid un refugio intelectual cuando el ambiente barcelon¨¦s se convirti¨® en hosco para ¨¦l y Ridruejo se enamor¨® de la prosa de Pla. Desde Barcelona, siempre Madrid ha sido envidiada por tener un Estado tras de s¨ª, una Administraci¨®n a su servicio y tambi¨¦n recursos p¨²blicos para crear industrias culturales. Las miradas con voluntad de mutua comprensi¨®n han sido meritorias e incluso frecuentes. Los nombres de quienes la han tratado de llevar a la pr¨¢ctica figuran entre lo m¨¢s granado de la cultura espa?ola y no tanto por ese prop¨®sito de ¨ªndole pol¨ªtica como por la demostraci¨®n de sensibilidad que implica. Lo parad¨®jico es que esa voluntad ha sido en el pasado m¨¢s dif¨ªcil que en la actualidad y hoy, sin embargo, la cuesti¨®n parece m¨¢s problem¨¢tica. En otro tiempo no exist¨ªa el marco pol¨ªtico adecuado para el entendimiento. Si bien se mira, los intelectuales barceloneses y madrile?os se han entendido sobre todo en momentos de dictablanda, es decir, aquellos en los que exist¨ªa una libertad restringida y un amenazador enemigo pol¨ªtico com¨²n. Esa situaci¨®n, en definitiva, fue la que se dio tanto en los a?os veinte y treinta con Primo de Rivera como en el ocaso del franquismo.
Ahora, en cambio, se dan las condiciones para que la relaci¨®n entre las dos capitales de cultura pueda no ser ocasional sino mucho m¨¢s profunda y enriquecedora. Hoy el marco pol¨ªtico, com¨²nmente aceptado, s¨®lo puede tener interrogantes acerca del futuro, pero tambi¨¦n en eso existen coincidencias respecto de los medios a emplear para construirlo, que siempre ser¨¢n los del di¨¢logo o el consenso. En la actualidad, adem¨¢s, los medios para conocer al otro son mucho m¨¢s numerosos e inmediatos. Vivimos en una civilizaci¨®n en la que el cosmopolitismo nos hace aceptar la existencia de c¨ªrculos conc¨¦ntricos, en cada uno de los cuales se ofrece una posibilidad de realizaci¨®n diferente, tan fruct¨ªfera como las restantes. Nunca como ahora se ha hecho posible aquello que Ferrater Mora consideraba como la mejor forma de entenderse entre Madrid y Barcelona: estar, al mismo tiempo, dentro y fuera de ambas culturas.
Pero, a pesar de ello, por el momento, m¨¢s bien la impresi¨®n es la contraria. Durante la transici¨®n hubieron algunos actos de reconciliaci¨®n, a veces lastrados de un "hermanismo" superficial, de ¨¦se que dura lo que una efusi¨®n sentimental, pero puede concluir en la vuelta a las andadas de la incomprensi¨®n en un corto periodo de tiempo si no viene acompa?ado por nada m¨¢s. Hoy entre las dos capitales existe un pacto pol¨ªtico mucho m¨¢s superficial que basado en la mutua comprensi¨®n, ¨¦sa que consiste en entender al otro como tal y no abrazarse a
Pasa a la p¨¢gina siguiente
Madrid Barcelona
Viene de la p¨¢gina anteriorun desconocido. Llama la atenci¨®n, por ejemplo, que en la actualidad parece existir mucho menor inter¨¦s por la cultura catalana en Madrid que hace veinte a?os. Al mismo tiempo aparecen en Barcelona inseguridades acerca de si no estar¨¢ propiciando la mirada hacia lo propio un ensimismamiento excesivo y, por tanto, empobrecedor.
Si se profundizara en la relaci¨®n entre Madrid y Barcelona muy pronto se comprobar¨ªa hasta qu¨¦ punto la relaci¨®n es fecunda y original y permanece como una oportunidad que se da en pocas partes del mundo. Como Alemania es el Occidente de Centroeuropa, Barcelona ha sido el Norte de ese Sur que es Espa?a, ejerciendo una funci¨®n innovadora, mientras que en Madrid el peso de una tradici¨®n cultural ha podido resultar tan denso que le ha hecho interpretar la novedad dentro del marco de lo propio. Nada m¨¢s espectacular a este respecto que las exposiciones de El Paso, en las que el expresionismo abstracto se acompa?aba de la veta goyesca o las citas de Unamuo. Pero quiz¨¢ lo m¨¢s fruct¨ªfero desde el punto de vista de la relaci¨®n entre las dos capitales ea darse cuenta hasta qu¨¦ unto un mismo fen¨®meno cultural se aprecia de forma distinta en Barcelona y Madrid. Por poner un ejemplo, objeto de una reciente exposici¨®n: el redescubrimiento del Greco en Madrid supuso un intento de bucear en esencia nacional mientras que en Barcelona se present¨® como una reforma para construir una cierta vanguardia expresionista.
Nada semejante a esta visi¨®n poli¨¦drica de la realidad cultural se da en otros pa¨ªses y culturas del mundo. Aunque el entendimiento en este terreno entre Madrid-Barcelona no tuviera resultados pol¨ªticos bastar¨ªa con esta realidad para proclamar su necesidad perentoria.
Javier Tusell es historiador.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.