El olvido
Seg¨²n el manual, cien d¨ªas constituyen un periodo de tiempo m¨¢s que suficiente para sacar conclusiones. Despu¨¦s de cien d¨ªas se puede, criticar la labor de un Gobierno, se puede renovar un contrato de trabajo, se puede renegar con fundamento del ¨²ltimo novio de la ni?a e, incluso, se puede adelgazar hasta conseguir que nadie te reconozca. Cien d¨ªas dan mucho juego, sin duda, y bastan tambi¨¦n para dar forma a un temible personaje: el olvido. Por ejemplo, hace ya m¨¢s de cien d¨ªas, un hombre llamado Pedro Ca?as Rodriguez, de 59 a?os, sufri¨® un extra?o accidente en el garaje de su casa (su autom¨®vil estall¨® por sorpresa mientras ¨¦l lo inspeccionaba) y fue ingresado en la unidad de quemados del hospital de Getafe. All¨ª, entubado e inconsciente, con quemaduras en el 6% de su cuerpo y con una intoxicaci¨®n aguda a causa de la inhalaci¨®n de humos, este hombre sigui¨® sufriendo reveses a?adidos (entre otros, el reiterado y misterioso cierre de las llaves de paso de los tubos que le suministraban el suero), de tal manera que su estado fue empeorando por momentos ante la impotencia de los m¨¦dicos. Y as¨ª transcurrieron los d¨ªas, entre dudas y sobresaltos, hasta que una ma?ana de junio el personal del centro irrumpi¨® en la habitaci¨®n del paciente y sorprendi¨® a su propia esposa, Mar¨ªa Luisa V. M., de 53 a?os, con una jeringuilla en la mano y a punto de entrar en acci¨®n.Dentera, y de la espesa, da imaginarse la escena, ya que el contenido de aquella jeringuilla era amoniaco. Ella aleg¨® que el l¨ªquido era para refrescarle los pies a su esposo, pero al juez no le agrad¨® la idea de que dicha refrigeraci¨®n quisiera llevarse a cabo de manera intravenosa, y, en consecuencia, la mujer fue a parar a la c¨¢rcel acusada de haber intentado repetidamente matar a su marido mediante explosiones, denegaci¨®n de suero, inyecciones de amoniaco y vaya usted a saber qu¨¦ otro tipo de ocurrencias. Y todo, seg¨²n se supo luego, por un maldito seguro de vida: por dinero, en suma, que todo lo compra menos la dulzura y el o¨ªdo musical.
Un caso inquietante, a todas luces, y bien peliagudo, pero no tan acerbo como el sucedido tambi¨¦n hace m¨¢s de cien d¨ªas, relacionado en esta ocasi¨®n con los desgarros del alma: un hombre de 70 a?os, atormentado por los celos, atac¨® con una sierra a su antigua compa?era, de 63, y le quit¨® la vida en pleno centro de Arg¨¹elles. Una noche de baile, un bolero en brazos de otro individuo y un amanecer en tinieblas que les jug¨® a ambos una mala pasada. Al parecer, ella ya no le quer¨ªa, y el dolor de aquel hombre se sali¨® del cauce: rumi¨® a fondo su pena, dej¨® pasar la noche, persigui¨® a su amada por la calle y le serr¨® el cuello poco despu¨¦s de amanecer.
M¨¢s de cien d¨ªas han pasado desde entonces, y no hemos vuelto a saber m¨¢s. En su momento, estos dos asuntos llamaron mucho la atenci¨®n entre los ciudadanos, dieron pie a multitud de juicios y apreciaciones, fueron tratados en las tertulias, motivaron agrias discusiones, pero el tema se agot¨® de repente y dej¨® de interesar. Hoy, ni siquiera se recuerda. Ignoramos, pues, qu¨¦ ocurri¨® con el hombre al que su esposa acechaba en el hospital; si se recuper¨® por fin, si ella sigue en la c¨¢rcel. Ignoramos que hicieron con el hombre de la sierra, si ha explicado su arranque, si le acosan los fantasmas, si hoy ya es capaz de entender aquel terrible lance, si duerme, si recuerda a su compa?era, si se siente responsable; en qu¨¦ piensa ahora, sabi¨¦ndose, en los ¨²ltimos a?os de su vida, tan herido y aniquilado, probablemente, como la mujer a la que dio muerte. Lo ignoramos todo, porque la prensa dej¨® de informarnos. Y dej¨® de informarnos porque el caso ya no enganchaba a sus clientes. Se dir¨ªa, por tanto, que prensa y ciudadanos somos c¨®mplices, parecidamente odiosos y malos bichos por igual. Que nuestro inter¨¦s no proviene de un impulso sano o solidario, sino de un sentir m¨¢s turbio, como el de hallar fortaleza en el sufrimiento ajeno.
Cien d¨ªas es poca cosa en la memoria de los hombres. Un parpadeo en la vida. Y, sin embargo, no se necesita m¨¢s tiempo para abrir una grieta infranqueable entre nosotros y el olvido. Como si no tuvieran importancia los hechos, sino la hora exacta en que se producen ¨¦stos. Como si la existencia fuera un saco remendado. Y yo me rebelo contra eso.
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