Los otros Cristos
Un especialista ruso en historia bizantina, Alexandr P. Kazhdan, defini¨® al cristianismo como religi¨®n del dualismo superado. Lo que le distingue de otras religiones no es el reconocimiento de ese dualismo esencial, entre las esferas humana y divina, sino c¨®mo lo aborda y cu¨¢l es el resultado de ese enfoque. En el islam, por ejemplo, el dualismo es plenamente asumido: el creyente lo es justo porque reconoce la existencia de la divinidad y declara su sumisi¨®n a ella sin reservas. En el cristianismo, la dualidad hombre-Dios es tambi¨¦n aceptada, no sin tensiones, pero resulta superada mediante el reconocimiento de la normalidad de lo sobrenatural, cuya expresi¨®n emblem¨¢tica es el milagro. Pero para incardinarse en la historia, tal superaci¨®n requiere la existencia de un intermediario divino, puente entre lo terreno y lo celeste, sujeto activo que produce gracias a un encuentro dram¨¢tico la conciliaci¨®n entre ambas esferas. Las dos caras de esta actuaci¨®n son, de una parte, el sacrificio, del mediador naturalmente, y de otra, como resultado, la posible redenci¨®n de los humanos, vistos como el sujeto pasivo que a fin de cuentas recibe los beneficios del proceso.En tomo a la figura de Cristo, sacrificio y redenci¨®n constituyen as¨ª dos claves de la din¨¢mica hist¨®rica del cristianismo, actuando de modo similar a la pareja que forman la profesi¨®n de fe (shahada) y la jihad, el esfuerzo del creyente, en el islam. Por supuesto, el personaje de Jes¨²s es irrepetible, al margen de su existencia real o m¨ªtica. Pero en estos dos milenios de tradici¨®n cristiana no faltan los "otros Cristos", esto es, los protagonistas de un relanzamiento del ideal de redenci¨®n, para alcanzar a ver constituida en este mundo la Jerusal¨¦n celeste, que ven realzada su figura al ejercer la forma suprema del sacrificio, la entrega de la propia vida con tal de que los dem¨¢s alcancen la meta propuesta. Es una trayectoria en el curso de la cual va produci¨¦ndose el desplazamiento del cielo a la tierra, del agente de mediaci¨®n divino al hombre que asume ese papel.
Desde esta perspectiva, ninguna figura hist¨®rica puede disputar al Che Guevara el reconocimiento como "otro Cristo" del siglo que ahora termina. Y no s¨®lo porque se integre como pieza capital en el entramado ideol¨®gico de una religi¨®n pol¨ªtica como el castrismo, sino porque re¨²ne los rasgos que,le convierten en protagonista y s¨ªmbolo del ensayo m¨¢s esperanzador, y no por eso menos fallido, de implantar un nuevo tipo de relaciones sociales en que la explotaci¨®n del hombre por el hombre estuviera ausente. Era un proyecto de redenci¨®n en toda regla, revoluci¨®n mediante, donde sobraba incluso la figura de Dios: el cielo hab¨ªa de surgir sobre la tierra. En el revolucionario reencarna el ap¨®stol. Su palabra y su obra son las que pondr¨¢n en movimiento a la mayor¨ªa social, al pueblo, seg¨²n una precisa distinci¨®n de funciones. "El grupo de vanguardia es ideol¨®gicamente m¨¢s avanzado que la masa", escribe el Che al uruguayo Carlos Quijano, "¨¦sta conoce los valores nuevos, pero insuficientemente".
Con el fin de integrar a la masa en la revoluci¨®n, el revolucionario pondr¨¢ en marcha una acci¨®n en tijera. Por un lado, de impulso a la lucha revolucionaria en los lugares donde ¨¦sta no hubiera a¨²n surgido; por otro, de educaci¨®n para formar al "hombre nuevo" all¨ª donde la revoluci¨®n tiene ya el poder. La educaci¨®n es clave en este punto, pero sobre todo le¨ª es el sacrificio. La originalidad, de ra¨ªz estrictamente cristiana, en el pensamiento de Guevara, reside en que el sujeto de la transformaci¨®n es el individuo que define un nuevo sistema de valores, resultado de "la profundizaci¨®n de la conciencia" y enfrentado a los intereses materiales dominantes bajo el capitalismo. Es la propuesta de una nueva moral, con acentos del vivo sin vivir en m¨ª teresiano: "Se convierte entonces no hacer el sacrificio en el verdadero sacrificio para un revolucionario", seg¨²n explica a los activistas obreros de una f¨¢brica textil en marzo de1963.
Hasta tal punto es el sacrificio el eje en tomo al cual gira la concepci¨®n revolucionaria del Che que su ¨²ltima etapa, desde que abandona Cuba, parece una b¨²squeda deliberada de la muerte en un marco inequ¨ªvocamente sacralizado. La idea de que el mundo est¨¢ plagado de potenciales focos de lucha antiimperialista, Cristo en armas, portador de la buena nueva revolucionaria, responde a un estricto mesianismo. "En los nuevos campos de batalla llevar¨¦ la fe que me inculcaste", le dice a Fidel Castro en la famosa carta de despedida, "el esp¨ªritu revolucionario de mi pueblo, el m¨¢s sagrado de los deberes". Luego, la soledad en sus, desesperadas empresas, del Congo a Bolivia, tendr¨¢ resonancias respecto de Fidel del evang¨¦lico "Padre' ?por qu¨¦ me has abandonado?". Para terminar en el calvario de una guerrilla sin sentido que acaba en el verdadero sacrificio final, la ejecuci¨®n a cargo de unos oscuros militares bolivianos, servidores del imperio. Era el cumplimiento de un destino buscado: "El revolucionario se consume en esa actividad ininterrumpida que no tiene m¨¢s fin que la muerte, a menos que la construcci¨®n se logre en escala mundial", escribe en marzo de 1965 al citado Quijano.
A partir de su muerte, el legado del redentor revolucionario experimentar¨ªa una l¨®gica fractura. De un lado, la propuesta del hombre nuevo, tan agostada como los ensayos guerrilleros, se convirti¨® en coartada para un voluntarismo en la gesti¨®n econ¨®mica que efectivamente ha llevado a la poblaci¨®n cubana a una situaci¨®n muy alejada de los intereses materiales. De otro, su figura pas¨® a encabezar el santoral de m¨¢rtires del castrismo, como objeto de un culto pemanente. Una imagen de Cristo inm¨®vil al servicio de la perpetuaci¨®n de un caudillismo y de su burocracia, tal y como le muestran las im¨¢genes del Museo de la Revoluci¨®n en La Habana.
Tal parece ser el destino de los otros Cristos: fracasar en la vertiente redentora y consolidar un poder institucional con cuyo comportamiento intentaron romper. El azar ha querido que la conmemoraci¨®n del Che coincida con la cat¨¢strofe que los movimientos s¨ªsmicos han causado en el templo dedicado al personaje que en su ¨¦poca fuera efectivamente llamado "el otro Cristo", san Francisco de As¨ªs. En la trayectoria que venimos recorriendo, el de As¨ªs representa un hito decisivo, pues apoy¨¢ndose de forma inmediata en Cristo, y con un sistema de valores centrado en la pobreza, en Madonna Povert¨¢, se propuso restablecer el v¨ªnculo roto entre los dos polos de la dualidad, humanizando lo divino y convirtiendo los elementos de la naturaleza en signos de la presencia de Dios. En la bas¨ªlica ahora destruida, el programa iconogr¨¢fico de las pinturas giottescas desplegaba inmejorablemente ese car¨¢cter de contrafigura humana del Redentor, que culmina en la recepci¨®n ¨²ltima de los estigmas que le asimilan al crucificado. Tambi¨¦n recogen el otro aspecto que destaca en el Che, la captaci¨®n conservadora del poverello por una instituci¨®n centralizada, en este caso la Iglesia romana. Cuando hace justamente siete siglos se ejecutaban las pinturas de la bas¨ªlica superior, la revoluci¨®n franciscana estaba ya perfectamente integrada.
Una de las estampas adquiere hoy una sombr¨ªa significaci¨®n. El edificio de una iglesia romana est¨¢ al borde de la ruina, y San Francisco, a modo de Superman, contiene con una sola mano su derrumbamiento. Desgraciadamente, en la pr¨¢ctica el milagro no ha ocurrido. Como tampoco ha tenido lugar el estallido en cadena de las revoluciones so?adas por el Che y todo lo que queda es la miseria en un solo pa¨ªs. Es un fin de siglo poco propicio para los ejercicios y los s¨ªmbolos de redenci¨®n,
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.