Observaciones esc¨¦pticas sobre el reparto del trabajo
La persistencia del desempleo masivo ha hecho crecer en Europa un estado de opini¨®n que ve en el mismo una caracter¨ªstica estructural, permanente y nueva de la escena econ¨®mica. Una, caracter¨ªstica que nos empuja a experimentar con las pol¨ªticas de empleo que se han venido en llamar de reparto de trabajo y, muy particularmente, con el acortamiento de las horas de la semana laboral.No existe, en esta cuesti¨®n del reparto de trabajo, un an¨¢lisis econ¨®mico can¨®nico. Los argumentos que se barajan son, sin embargo, de dos tipos y ser¨¢ bueno, porque son conceptualmente muy distintos, discutirlos por separado. El primero pone su ¨¦nfasis en la tecnolog¨ªa; el segundo en la elecci¨®n del consumidor en condiciones de riqueza creciente.
Los argumentos tecnol¨®gicos reposan de una forma u otra sobre la constataci¨®n de que la tecnolog¨ªa moderna sustituye al trabajo con facilidad y, en consecuencia, que para producir la misma cantidad de producto (o, m¨¢s precisamente, la cantidad "de pleno empleo", que tendr¨¢ en cuenta los aumentos de productividad media) necesitaremos cada vez menos trabajo.
En su versi¨®n catastrofista ¨¦ste ser¨ªa un hecho definitivo, irremediable y que abrir¨ªa paso a una crisis de civilizaci¨®n. Podr¨ªa alegar citas de El fin del trabajo, de Jeremy Rifkin (un libro que demuestra que en Estados Unidos hay de todo), pero, en clave europea, escoger¨¦ El horror econ¨®mico (FCE, 1997), de Viviane Forrester, un libro no muy meritorio pero que constituy¨® un gran ¨¦xito editorial en su aparici¨®n original en Francia, en 1996.
La se?ora Forrester nos ofrece una visi¨®n del capitalismo contempor¨¢neo que podr¨ªamos tachar de m¨¢s marxista que la de Marx. Para ¨¦ste el capitalismo primigenio se caracteriz¨® por el surgimiento de sectores de la poblaci¨®n despose¨ªdos de todo excepto de su fuerza de trabajo. Aunque Marx creyera que la compensaci¨®n del trabajo no se elevar¨ªa de un salario de subsistencia, Marx no dudaba de la productividad del trabajo. Sin trabajo no habr¨ªa excedente y, de hecho, toda su visi¨®n del mundo reposaba en la creencia de que no hay otra fuente de valor que el trabajo y que esta realidad se abrir¨ªa paso por mor de la Revoluci¨®n. El desarrollo posterior del pensamiento marxista puede describirse como una constante b¨²squeda de razones para explicar por qu¨¦ esto no se cumpli¨®. Estas excusas van en muchas direcciones, pero uno dir¨ªa que todas se sustentan sobre la idea del aumento del valor del trabajo o, en todo caso, del aumento del grado de apropiabilidad del producto social por el trabajador. En la se?ora Forrester, sin embargo, no habr¨ªa lugar a revisi¨®n alguna. El capitalismo s¨¦ caracterizar¨ªa todav¨ªa, como en Marx, por la presencia de un proletariado que no tiene otro activo que su fuerza de trabajo. Pero, en contraste con Marx, esa fuerza de trabajo tendr¨ªa ahora, con la tecnolog¨ªa del mundo actual, un valor despreciable. El proletariado de hoy, como el de ayer, s¨®lo tendr¨ªa su fuerza de trabajo que vender pero, a diferencia de ayer, ¨¦sta hoy no valdr¨ªa nada. Simplemente hecho nuevo y final en la historia como la hemos conocido hasta el presente (ya se sabe que cualquier intelectual moderno que se precie quiere acabar con la historia o, al menos, con su primera fase), los capitalistas modernos no necesitan el trabajo: "Las masas maltratadas ya no son necesarias para los proyectos de sus martirizadores" (p¨¢gina 149).
Dejemos el catastrofismo. La tesis tecnol¨®gica tiene una versi¨®n m¨¢s moderada e interesante. Una versi¨®n que merece discutir se y ser tomada en, serio porque es constructiva: y conduce directamente a prescripciones de pol¨ªtica econ¨®mica. La idea es, en su punto de partida, de una simplicidad aritm¨¦tica: si la cantidad de trabajo necesaria para producir el output que producimos (ajustado por productividad media) desciende y si, por tanto, se va a trabajar menos, ser¨¢ m¨¢s ¨ªntegrador en una sociedad democr¨¢tica repartir la cantidad de trabajo disponible; trabajemos todos aunque cada uno de nosotros trabaje menos. El proponente moderado de est¨¢ tesis, un Delors o un Rocard, entiende y valora la objeci¨®n usual del economista t¨¦cnico. A saber, que a menos que se reduzca la compensaci¨®n salarial total, una aplicaci¨®n dr¨¢stica del reparto de trabajo significar¨ªa un shock muy negativo a la competitividad industrial, al representar un aumento considerable y repentino del salario por hora. Pero cree, sin embargo, que la transici¨®n es manejable, sin shock masivo y sin p¨¦rdida de poder adquisitivo, jugando con dos variables: la modificaci¨®n de cargas, directas e indirectas, sobre el trabajo, de manera que la distorsi¨®n sobre los costes del trabajo por hora sean insignificantes para la empresa, y la modulaci¨®n del ritmo de implantaci¨®n, de forma que se d¨¦ tiempo y oportunidad a que los Incrementos de productividad, que al fin y al cabo est¨¢n en el origen del problema, compensen el descenso de las horas trabajadas.
A mi entender, este aspecto tecnol¨®gico de la ideolog¨ªa del reparto del trabajo sufre de una caracter¨ªstica miop¨ªa: la de pensar que, contra la evidencia del pasado, las necesidades humanas, en los pa¨ªses m¨¢s desarrollados, est¨¢n en camino de terminarse y que no van a surgir nuevas demandas y nuevas industrias. Sin duda surgir¨¢n. Si muchas necesidades se pueden satisfacer con menos trabajo tanto mejor, porque as¨ª mas necesidades podremos cubrir. El output total que produzcamos no tiene por qu¨¦ permanecer fijo (o aumentar a un ritmo inferior al de la productividad). Recordemos tambi¨¦n que los cambios tecnol¨®gicos no afectan con neutralidad a todas las formas de hacer cosas. Es natural, por tanto, esperar que la composici¨®n sectorial del empleo var¨ªe en forma no proporcional a la importancia de las necesidades. As¨ª, es probable que con el tiempo veamos m¨¢s y m¨¢s empleo en actividades donde el contacto personal es la esencia misma del producto.
Sentado el cuadro de referencia anterior, me voy a permitir alguna cualificaci¨®n al optimismo tecnol¨®gico, no sea que uno acabe pasando por ingenuo. Las investigaciones m¨¢s recientes son bastante persuasivas sobre la importancia de la formaci¨®n o, m¨¢s bien, de su falta, como un factor determinante del desempleo europeo. Por ah¨ª es por donde pudiera parecer que la culpa es de la tecnolog¨ªa. Las innovaciones tecnol¨®gicas condenan a la obsolescencia a muchas capacitaciones profesionales. Si la formaci¨®n de base es poco flexible (lo cual es inevitable si ¨¦sta es poca), el efecto es que sectores importantes de trabajadores quedan marginados con cada revoluci¨®n tecnol¨®gica.
En resumen: es posible que los cambios tecnol¨®gicos sean el shock inicial que, por un mecanismo u otro, conduzca a un aumento del desempleo. Pero en una sociedad razonablemente afinada, flexible y atenta al tema de la formaci¨®n estos efectos deber¨ªan ser transitorios. Y por lo que concierne al desempleo persistente es m¨¢s plausible pensar que se deba a factores ligados al funcionamiento del sistema econ¨®mico que no a una falta b¨¢sica de demanda.
La constataci¨®n fundamental es ahora que el ocio constituye lo que los economistas llaman un "bien de hijo", es decir, se trata de un bien a cuyo consumo las familias dedican, a medida que aumenta su nivel de renta (a precios constantes), una fracci¨®n mayor de la misma. Subrayemos que es la riqueza la que cuenta, m¨¢s que la renta semanal o mensual, y que es el ciclo vital lo relevante, no las horas semanales de trabajo. Que el ocio sea un "bien de lujo" es compatible con juventudes gastadas en trabajar de sol a sol.
Aceptemos pues que, en consecuencia, a medida que nuestra riqueza aumenta cada uno de nosotros desee trabajar menos. Ah¨ª podr¨ªamos topar, sin embargo, con una limitaci¨®n institucional: el todo o nada de la plena jomada laboral, En un contexto de incremento de la demanda de ocio, la elecci¨®n que t¨ªpicamente se ofrece a los trabajadores es extrema: trabajar a plena jornada o no trabajar. Algunos caer¨¢n en sus decisiones del lado de no trabajar, otros del de trabajar, pero ni unos ni otros estar¨¢n satisfechos. Notemos que esto no da raz¨®n de la tasa de desempleo porque los trabaiadores desanimados no aparecer¨¢n como desempleados, pero s¨ª ir¨¢ en la direcci¨®n de explicar una tasa de actividad relativamente baja. Donde podr¨ªan trabajar tres trabajadores plenamente satisfechos trabajar¨¢n dos insatisfechos y uno quedar¨¢ fuera. El aliciente a "repartir el trabajo" es claro.
Estas consideraciones justifican plenamente la conveniencia de fortalecer una tendencia ya presente en algunos pa¨ªses europeos (Holanda es el ejemplo m¨¢s citado): la de no penalizar el trabajo a tiempo parcial. En s¨ª mismo, esto no va a ser una panacea para el problema del desempleo ya que si, efectivamente, puede incrementar la oferta de puestos de trabajo (los liberados por trabajadores que preferir¨ªan trabajar menos), tambi¨¦n es cierto que reintroducir¨¢ en la fuerza, laboral a los trabajadores desanimados por la inexistencia de las opciones a tiempo parcial. Es previsible, sin embargo, que el efecto neto sobre la tasa de actividad sea positiva (sobre todo en un pa¨ªs como Espa?a donde, ya sea por razones voluntarias -tasa de actividad- o por razones involuntarias -tasa de desempleo- se trabaja, relativamente hablando, poco) y, en cualquier caso, su efecto sobre la asignaci¨®n de recursos va a ser positivo ya que acomoda la elecci¨®n hacia el ocio y el ajuste ¨®ptimo a lo largo del ciclo vital.
Es evidente, apresur¨¦monos a a?adir, que no debe producirse una asimilaci¨®n del concepto "tiempo parcial" con "contratos a corto t¨¦rmino o precarios o temporales". Son cosas distintas y perfectamente distinguibles, aunque a veces se presenten juntas. Los contratos indefinidos a tiempo parcial deben tambi¨¦n ser posibles y no estar penalizados.
Termino con una advertencia: una cosa es hacer posible el trabajo a tiempo parcial, y otra muy distinta hacer imposible el trabajo a los est¨¢ndares hist¨®ricos de tiempo completo. La primera es una idea excelente; la segunda, no. Por las razones apuntadas en la discusi¨®n del, argumento tecnol¨®gico, pero tambi¨¦n porque en la cuesti¨®n de la limitaci¨®n del tiempo de trabajo, un exceso de ingenier¨ªa normativa pudiera llegar a chocar con los derechos fundamentales de los ciudadanos. As¨ª, ?es l¨ªcito coartar el derecho a trabajar, si la oportunidad la da el mercado, tanto como se desee? El ejercicio de predeterminaci¨®n de un repertorio limitado de contratos laborales es cuestionable. Idealmente, el repertorio deber¨ªa ser muy amplio y todos deber¨ªamos poder trabajar la cantidad de horas, d¨ªas y a?os que nos convinieran. A las compensaciones, claro est¨¢, que correspondan a las de un mercado inserto en un Estado de derecho.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.