Un art¨ªculo de Ortega
En julio de 1926 public¨® Ortega dos art¨ªculos period¨ªsticos bajo el t¨ªtulo Dislocaci¨®n y regeneraci¨®n de Espa?a. Los dos son hoy dignos de relectura y meditaci¨®n; muy especialmente el primero, al que su autor llama 'Introducci¨®n casi l¨ªrica'. Con cierta retranca ir¨®nica, sin duda, m¨¢s que l¨ªrico, su contenido es fundamentalmente biogr¨¢fico e hist¨®rico. Biogr¨¢fico, porque en ¨¦l se expresa una parte muy importante de la biograf¨ªa de su autor, su vocaci¨®n y su obra como reformador de la vida pol¨ªtica y social de Espa?a. Hist¨®rico, tambi¨¦n, porque se refiere a la Espa?a que pudo ser y para su desgracia no lleg¨® a ser.La transcripci¨®n de un par de fragmentos mostrar¨¢ elocuentemente la significaci¨®n hist¨®rica de ese art¨ªculo: "La coyuntura es inmejorable para intentar una gran restauraci¨®n de Espa?a. El mundo ha vuelto a ponerse blando y se halla en punto para recibir nueva forma... Ha llegado para Espa?a la buena saz¨®n. ?Veremos si sab¨¦is aprovecharlo, j¨®venes! ?Alerta, formad vuestros equipos! ?J¨®venes, vamos a ello! Alegremente, con gentil paso de olimpiada... Es preciso instaurar un nuevo Estado, pero tambi¨¦n modificar las costumbres... Necesitamos j¨®venes instituciones dotadas de intenso prestigio, pero a la vez conviene que desaparezcan las camillas y las zapatillas de orillo, que se afeiten a diario los can¨®nigos de los cabildos y no den chasquidos con la lengua los viajantes de comercio en las fonditas horripilantes de provincias... Ahora el mayor problema es la restauraci¨®n del Estado. Trabajemos en ¨¦l cada cual con su instrumental y su oficio". Dejo al lector el divertimento de evaluar en qu¨¦ medida ha sido cumplido desde 1926 el deseo de Ortega en relaci¨®n con las zapatillas de orillo, el afeitado de los can¨®nigos y el modo de degustar la comida los viajantes de comercio. Yo me contento con subrayar el car¨¢cter gravemente hist¨®rico y no, "casi l¨ªrico" de esa meditaci¨®n sobre el dislocamiento y la regeneraci¨®n de Espa?a. Porque su materia -ah¨ª es nada- era la restauraci¨®n del Estado espa?ol tras la dictadura militar de Primo de Rivera. Lo cual, aunque no lo parezca, nos pone ante la significaci¨®n biogr¨¢fica del art¨ªculo en cuesti¨®n.
Recordemos fechas y textos. Enero de 1916: Ortega escribe un breve pr¨®logo a su libro Personas, obras, cosas, y en ¨¦l se despide de su mocedad. "Mi juventud", dice textualmente, "se ha quemado entera, como la retama mosaica, al borde del camino que Espa?a lleva por la historia". Marzo de 1916: Ortega inicia la publicaci¨®n de El Espectador. No quiere evadirse de la vida pol¨ªtica de Espa?a; le duele, c¨®mo no, el reciente y por tantos motivos lamentable fracaso de la Liga de Educaci¨®n Pol¨ªtica Espa?ola, pero su relaci¨®n con la pol¨ªtica se limitar¨¢ al comentario period¨ªstico, ah¨ª est¨¢ su frecuente colaboraci¨®n en El Sol: ¨¦l quiere "elevar un reducto contra la pol¨ªtica para m¨ª y para los que compartan mi voluntad de pura visi¨®n, de teor¨ªa". Aunque, precisamente por su egregia condici¨®n de espectador sensible, presienta que "el inmediato porvenir, tiempo de sociales hervores, la forzar¨¢ a la acci¨®n pol¨ªtica con mayor violencia".
S¨®lo desde esta doble decisi¨®n -hacer teor¨ªa y disponerse a ser personal y espa?olamente fiel a la que el tiempo traiga- es posible entender la significaci¨®n biogr¨¢fica de los dos art¨ªculos que titula Dislocaci¨®n y regeneraci¨®n de Espa?a. En 1926, perdida por el general Primo de Rivera la ocasi¨®n de retirarse con prestigio tras el ¨¦xito de la campa?a de Alhucemas, el descr¨¦dito de la dictadura, no s¨®lo en los sectores ¨¦tica e intelectualmente exigentes de la sociedad, comienza a ser perceptible. La invenci¨®n de la Uni¨®n Patri¨®tica no pasa de ser una ocurrencia pintoresca. El r¨¦gimen dictatorial ha iniciado su camino hacia el fin, y para muchos zahor¨ªes, entre ellos Ortega, ese evento arrastrar¨¢ consigo la Monarqu¨ªa de Alfonso XIII. Se acerca el "tiempo de sociales hervores" que hab¨ªa vaticinado en 1916; y fiel a su segunda vocaci¨®n, ser gu¨ªa en la necesaria reforma intelectual, ¨¦tica y pol¨ªtica de Espa?a, convoca a todos los espa?oles a participar en esa grave, renovada y urgente tarea; a todos, pero muy especialmente a los j¨®venes. Por dos veces les llama: "?J¨®venes, vamos a ello!... i Vamos a intentar una nueva f¨®rmula de vida espa?ola!". ?A qu¨¦ j¨®venes se dirige? Para m¨ª, nada m¨¢s claro: a los que, nacidos en los ¨²ltimos a?os del siglo XIX y los primeros del siglo XX, prometedoramente han empezado a comparecer en la vida espa?ola; esto es, a los que incipienternente componen la generaci¨®n que luego ser¨¢ llamada "del 27".
(Un breve excurso. Los egregios poetas t¨®picamente designados como "generaci¨®n del 27" son, en el rigor de los t¨¦rminos, el costado po¨¦tico de la generaci¨®n espa?ola de 1927. Adem¨¢s de esos poetas, a ella pertenecen -unos cuantos nombres, a t¨ªtulo de ejemplo- los fil¨®sofos Zubiri y Gaos; los m¨¦dicos Jim¨¦nez D¨ªaz, Trueta y Rof Carballo; los juristas Recasens Siches y Joaqu¨ªn Garrigues; los f¨ªsicos Palacios, Catal¨¢n y Duperier; el hist¨®logo Fernando de Castro; el arabista Garc¨ªa G¨®mez; el romanista Lapesa; los novelistas Rosa Chacer, Ram¨®n Sender, Benjam¨ªn Jarn¨¦s y -adem¨¢s soci¨®logo- Francisco Ayala; los humoristas que L¨®pez Rubio denomin¨® "la otra generaci¨®n del 27"; los matem¨¢ticos San Juan y Rodr¨ªguez Bachiller...
Tres notas diferenciales veo yo en esta generaci¨®n de espa?oles, una negativa y dos positivas: 1? No inician su vida p¨²blica con un examen cr¨ªtico de la Espa?a que ven; t¨¢citamente aceptan el de las generaciones anteriores [Costa, Cajal, Unamuno y Azor¨ªn, Ortega]. 2? T¨¢citamente, tambi¨¦n, sienten la esperanza de que con el pronto advenimiento de la Rep¨²blica ser¨¢n bien corregidas las deficiencias tradicionalmente denunciadas. 3? Consiguientemente, hasta que en los a?os 1933 y 1934 comience la grave escisi¨®n de la vida espa?ola, pronto convertida en atroz guerra civil, los espa?oles de la generaci¨®n del 27 ser¨¢n en su conjunto apol¨ªticos, y consagrar¨¢n principalmente su esfuerzo al cultivo y la perfecci¨®n de su obra personal).
Volvamos al Ortega de 1926. ?ntimamente movido por lo que objetivamente prev¨¦, la iniciaci¨®n de una nueva y decisiva etapa en la vida hist¨®rica de Espa?a, convoca period¨ªsticamente a los j¨®venes, intensifica sus contactos pol¨ªticos y tiene parte principal en la g¨¦nesis de la Asociaci¨®n al Servicio de la Rep¨²blica. Lo dem¨¢s es bien sabido. En septiembre de 1931, su famoso "?No es esto, no es esto!... La Rep¨²blica es una cosa. El radicalismo, otra. Si no, al tiempo". Meses m¨¢s tarde, el fil¨®sofo iniciar¨¢ more platonico su "segunda navegaci¨®n". Y en diciembre de 1933 se despedir¨¢ formal y definitivamente de la vida pol¨ªtica con dos pat¨¦ticos pero serenos art¨ªculos, respectivamente titulados ?Viva la Rep¨²blica! y En nombre de la naci¨®n, claridad. Muy pronto va a llegar el sangriento drama que puso fin al proceso de la descomposici¨®n pol¨ªtica de la Espa?a ulterior a la defenestraci¨®n de Maura y el asesinato de Canalejas.
Con la muerte de Franco -esto es: tras cuatro d¨¦cadas de una falsa y represiva soluci¨®n del problema hist¨®rico de Espa?a- cobraron renovada actualidad las palabras de Ortega en 1926: "Ahora, el mayor problema es la restauraci¨®n del Estado". As¨ª lo entendieron los protagonistas de la transici¨®n, y fruto de ello fue la Constituci¨®n de 1977. Dos d¨¦cadas m¨¢s tarde, ?se ha alcanzado la meta que reiterada y animosamente hab¨ªa propuesto el Ortega joven?: "Que las generaciones nuevas se re¨²nan en tomo al prop¨®sito de construir una Espa?a ejemplar, de forjar una naci¨®n magn¨ªfica del pueblo que nos fue legado". Pocos, muy pocos, si hay alguno, dar¨¢n una respuesta afirmativa a esa interrogaci¨®n. ?Por qu¨¦, allende los datos concretos que todos podr¨ªan -podr¨ªamos- aducir? A mi juicio, por dos razones b¨¢sicas:
La primera: La transici¨®n tuvo como fundamento pol¨ªtico y ¨¦tico un acuerdo s¨®lo parcialmente aceptable: que los continuadores y herederos de las dos Espa?as en pugna entre 1934 y 1975 se abstuviesen de atacar a sus respectivos adversarios con el recuerdo de lo que desde la revoluci¨®n y la represi¨®n de Asturias hab¨ªan hecho. Acuerdo oportuno y aceptable, acabo de decirlo, pero s¨®lo parcialmente. ?Por qu¨¦? Porque no exclu¨ªa que cada una de las dos fracciones pol¨ªticas pactantes, por s¨ª misma y con resuelta voluntad de verdad y arrepentimiento, hiciese p¨²blico examen de. la conducta propia. S¨®lo por el hecho de no haber cumplido leal y honestamente este requisito, esencial, a mi juicio, para una sana convivencia civil, pueda ser explicada la frecuencia con que ciertos repuntes dial¨¦cticos de la vieja, bisecular oposici¨®n mutua entre los espa?oles, aparecen en nuestra vida p¨²blica.
Segunda raz¨®n: Que la m¨¢s nueva y prometedora de las f¨®rmulas constitucionales para edificar el Estado espa?ol, su realizaci¨®n jur¨ªdica y factual como Estado de las autonom¨ªas, no ha sido interpretada con la decisi¨®n y el rigor necesarios. As¨ª concebido nuestro Estado, ?en qu¨¦ debe consistir la unidad de Espa?a, a la que del modo m¨¢s expreso tambi¨¦n alude el texto constitucional? ?C¨®mo debe ser rectamente entendido el car¨¢cter nacional que tan reiteradamente proclaman para sus respectivos pa¨ªses ciertos partidos auton¨®micos? Si se habla de la "naci¨®n espa?ola", ?cu¨¢l deber¨¢ ser su definici¨®n, si de buen grado se acepta ese car¨¢cter nacional de algunas comunidades auton¨®micas? ?Qu¨¦ actitud tomar ante el tan invocado "derecho a la autodeterminaci¨®n"? ?Hasta d¨®nde pueden llegar leg¨ªtimamente las competencias culturales, ling¨¹¨ªsticas, educativas, econ¨®micas y administrativas de todos y cada uno de los actuales territorios auton¨®micos? Ninguno de los partidos pol¨ªticos que desde la transici¨®n se han sucedido en el poder -UCD, PSOE, PP- se ha cre¨ªdo en la obligaci¨®n de dar una respuesta seria y razonada a esta grave serie de interrogaciones; y as¨ª, la construcci¨®n del Estado de las autonom¨ªas -lo repetir¨¦: el m¨¢ximo acierto hist¨®rico de la Constituci¨®n y el m¨¢ximo problema pol¨ªtico de la Espa?a actual- se ha convertido en una serie de ocasionales negociaciones puntuales, sin que nadie sepa c¨®mo y cu¨¢ndo van a terminar. Y el pa¨ªs necesita que sus grandes partidos pol¨ªticos y sus grandes instituciones culturales, no s¨®lo los particulares y voluntarios opinantes, digan p¨²blica y responsablemente cu¨¢l es la realidad actual y cu¨¢l puede ser la realidad futura -?la que va a tener en el ya tan pr¨®ximo siglo!- de esta peque?a parte del planeta que desde hace siglos venimos llamando Espa?a. M¨¢s como profeta que como poeta, pero tambi¨¦n como poeta, el Salvador Espriu de La pell de brau vaticinaba as¨ª el porvenir de su Sefarad: "l convindran molts noms a un sol amor". ?Existe realmente ese amor? Y si existe y hay muchos nombres para nombrarlo, ?habr¨¢ uno en el que todos los espa?oles podamos entendemos?
Si hoy viviese Ortega, no s¨¦ si, como en 1916, ventear¨ªa la proximidad de un "tiempo de sociales hervores". Tal vez no. Pero me atrevo a suponer que, como en 1926, su espl¨¦ndida pluma seguir¨ªa pidiendo la colaboraci¨®n de todos, muy especialmente de los j¨®venes, en la tarea de edificar para su patria un nuevo Estado, y que suscribir¨ªa la urgente petici¨®n que acabo yo de hacer a nuestros grandes partidos pol¨ªticos, sean generales o auton¨®micos, y a nuestras grandes instituciones culturales. Con el vivo temor, eso s¨ª, de que nadie la atienda.
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