El tesoro de los Carabancheles
En este punto preciso y fronterizo del tejido urbano se abre una fisura en el espacio-tiempo; del otro lado del umbral de esta puerta invisible ha desaparecido cualquier rastro de la ciudad moderna. A pocos metros de los modernos bloques de pisos, con sus cuidados jardincillos, tan cerca y tan lejos de los sem¨¢foros, de los aparcamientos y del bullicioso tr¨¢fico de Carabanchel, este paisaje es una isla intemporal que preside la descoyuntada ermita de La Antigua en el viejo y recoleto cementerio de los Carabancheles.Un perrillo mestizo y sin collar sestea en el centro de la improvisada plazuela. Adosados a la tapia del camposanto hay dos puestos de flores sin rastro de clientes cuyo personal, siguiendo el ejemplo del gozque, descansa ignorando el zumbido de los abejorros tard¨ªos. Entre las flores destaca blanca y oronda la silueta de un botijo muy asendereado. Frente a la entrada del humilde y milenario templo mud¨¦jar, cuya fachada ofrece a la vista inveros¨ªmiles ¨¢ngulos que presagian su ruina inminente, se levanta la verja y una de las puertas traseras de la c¨¢rcel de Carabanchel.
La megafon¨ªa de la prisi¨®n suena como el muec¨ªn de la mezquita cuando una voz an¨®nima y metalizada convoca a Ahmed Al¨ª y a otros compa?eros magreb¨ªes para alg¨²n ritual carcelario. Un todoterreno de la Guardia Civil pasa muy despacio haciendo la ronda por el interior del per¨ªmetro del presidio. En la plazuela sobreviven esforzadamente media docena de arbolillos que ocultan una casamata con el tejado de uralita. Un poco m¨¢s all¨¢, sobre un mont¨ªculo reposa un gris monumento funerario labrado en granito que sirve de contundente muestra para promocionar el peque?o taller de un marmolista.
"Ermita de La Antigua", reza un escueto r¨®tulo que rompe la sencilla armon¨ªa del arco principal de la fachada oeste. Nada m¨¢s traspasar la puerta, a la derecha, en la parte del ¨¢bside permanecen arrinconados los tres retablos, vestigios del pasado culto. El interior de la nave sirve de paso al cementerio; a la izquierda, en una destartalada dependencia, un amable funcionario tranquiliza a los visitantes explic¨¢ndoles que pronto, como anuncian algunos materiales de construcci¨®n esparcidos por los alrededores, el templo ser¨¢ rehabilitado gracias en su opini¨®n a un importante descubrimiento realizado hace dos a?os en el subsuelo de la iglesia, el del antiguo y genuino pozo de San Isidro, patrono de Madrid, agricultor de estos contornos y seguramente zahor¨ª, adivinador de aguas subterr¨¢neas por sus numerosos milagros relacionados con fuentes y pozos.
El descubrimiento acaecido en 1995 aparece consignado y documentado en un art¨ªculo que firman sus descubridores, Francisco Javier Faucha P¨¦rez y Jos¨¦ Mar¨ªa S¨¢nchez Molledo, en la revista Carabanchel 2000, con cuyas p¨¢ginas fotocopiadas nos obsequia el encargado del cementerio. Con sus fruct¨ªferas investigaciones, Faucha y Molledo confirmaron la veracidad de una leyenda que a¨²n permanece viva en la memoria de los carabancheleros que la oyeron de sus padres y abuelos, una leyenda que aseguraba que en alguna parte de la ermita de La Antigua se hallaba el milagroso, pozo de San Isidro.
Los descubridores estuvieron m¨¢s de un a?o recogiendo documentaci¨®n sobre la ermita sin hallar constancia escrita de lo que se hab¨ªa transmitido por tradici¨®n oral, pero fue al estudiar y comparar los planos de la planta y alzado del edificio cuando se apercibieron de "cierta incongruencia en una zona espec¨ªfica de la iglesia", exactamente en el sotocoro, y dieron con una c¨¢mara aislada oculta tras una antigua reforma cuya existencia no hab¨ªan detectado los anteriores estudiosos del edificio ni tampoco los trabajadores del camposanto.
La c¨¢mara s¨®lo era observable parcialmente desde la parte superior del coro, obstaculizada su visi¨®n por un alto muro, y los animosos exploradores se fueron en busca de una escalera que les prest¨® Joaqu¨ªn, el encargado del cementerio. La primera escalera, de apenas unos tres metros, result¨® insuficiente y no consiguieron llegar al fondo. Por fin dieron con otra algo m¨¢s larga de las que se usan para poner las flores en los nichos m¨¢s altos del camposanto y descendieron por ella.
"Nunca pudimos imaginar", comienza la cr¨®nica del descubrimiento en la revista carabanchelera, "que aquel 7 de octubre de 1995 iba a resultar uno de los d¨ªas m¨¢s importantes en la historia de nuestras vidas, y en particular en el proceso de recuperaci¨®n del Patrimonio Hist¨®rico Art¨ªstico de los Carabancheles". El primero en bajar fue Francisco Jos¨¦ Faucha, que describe as¨ª sus primeras impresiones: "Se me vino a la memoria Howard Carter cuando entr¨® en la c¨¢mara funerario de Tutankam¨®n o Heinrich Schliemann cuando descendi¨® por primera vez a la Gran Cisterna de Micenas. ?Ahora s¨¦ lo que sentisteis!, pens¨¦".
A la luz de la linterna no tard¨® en desvelarse una puerta carcomida y sobre ella una inscripci¨®n con caracteres del siglo XVIII donde a¨²n pod¨ªa leerse: "Pozo de Sn Ysidro". Detr¨¢s de ella se hallaba el brocal sellado con una pesada losa de m¨¢rmol cubierta de polvo, la embocadura del pozo milagroso, un pozo de factura medieval sellado en el siglo XVIII probablemente por la contaminaci¨®n de sus aguas y ante el temor de que algunos devotos, confiando m¨¢s en el poder del santo que en las prescripciones de salubridad p¨²blica, enfermasen en vez de sanar bebiendo en ¨¦l. Junto al pozo aparecieron tambi¨¦n valiosos restos de pintura mud¨¦jar en algunas vigas policromadas con tonos de gran viveza; en una de ellas puede verse con claridad el emblema del reino de Castilla. Las pinturas, como la iglesia, son del siglo XIII; el pozo, seg¨²n el criterio de sus descubridores, "es perfectamente datable, como m¨ªnimo en el siglo XII y muy posiblemente en alg¨²n siglo anterior".
La publicaci¨®n del feliz hallazgo no ha interrumpido el secular letargo de este suburbial, r¨²stico y milagroso enclave cuya placidez intemporal rompe la amenazadora verja carcelaria y su puerta condenada. La ermita de La Antigua, con su humilde ¨¢bside encalado y su torre desmochada, emerge en el ocaso como un hermoso fantasma que se resiste a desaparecer.
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