Un Ortega para espa?oles
El nuevo, aunque modesto, inter¨¦s por Ortega en Espa?a -seg¨²n atestiguan los recientes acontecimientos editoriales en tomo a su obra- promete lo que espero que sea, por fin, el reconocimiento de una figura postergada en su propia tierra y una valoraci¨®n m¨¢s ecu¨¢nime de su aportaci¨®n a la cultura universal. Despu¨¦s de tantos a?os de una apreciaci¨®n limitada a disc¨ªpulos, admiradores y cr¨ªticos extranjeros, es hora de hacer llegar el pensamiento orteguiano a su destinatario natural -el p¨²blico espa?ol- e iniciar una consunci¨®n normal de sus libros. Si la historia ha confirmado en repetidas ocasiones que nadie es profeta en su tierra, el caso de Ortega es ejemplar. Porque resulta que su libro m¨¢s prof¨¦tico -adem¨¢s de ser el m¨¢s famoso y controvertido-, La rebeli¨®n de las masas, ha ocasionado, sobre todo en Espa?a, las interpretaciones m¨¢s tergiversadas y tendenciosas.La circunstancia espa?ola -la polarizaci¨®n pol¨ªtica durante la Rep¨²blica, la censura y la cerraz¨®n clerical del franquismo, y el neomarxismo poco reflexivo de los a?os sesenta- no fue favorable a la tesis orteguiana. Esta anomal¨ªa cultural contribuy¨® a exacerbar el antagonismo contra ideas que en sociedades mejor integradas se acogieron con menos aspavientos. Pero la Espa?a actual, hom¨®loga al resto del mundo democr¨¢tico, ofrece todas las condiciones para la revisi¨®n del provocativo texto. Por cierto, muchos de los pron¨®sticos anunciados en este libro sobre la sociedad de masas se han cumplido con pasmosa exactitud; pero adem¨¢s, sumida la sociedad en una posmodernidad que va borrando sensiblemente la distinci¨®n izquierdas / derechas, y con la Uni¨®n Europea -tan anhelada por Ortega- a la vista, me parece el momento oportuno para releer La rebeli¨®n de las masas con menos pasi¨®n partidista y con m¨¢s atenci¨®n cr¨ªtica. Frente a una obra tan atinada y sugerente, resulta lamentable que, con unas contad¨ªsimas excepciones, los intelectuales espa?oles no se hayan aprovechado de su riqueza te¨®rica.
Muy otra ha sido la relaci¨®n de la intelectualidad extranjera con Ortega. Se da el caso de que soci¨®logos y cr¨ªticos de otros pa¨ªses, sin dejar de compartir algunos de los reparos que abundan en la recepci¨®n espa?ola, han entrado en un di¨¢logo directo, cr¨ªtico y fruct¨ªfero con La rebeli¨®n de las masas. No me refiero, dicho sea de paso, a estudios que desarrollan a su modo la premisa orteguiana sin menci¨®n de nuestro pensador, como A l'ombre des majorit¨¦s silencieuses, ou lafin du social (1982), de Jean Baudrillard, o el best-seller The Closing of the American Mind (1987), de Alan Bloom. Tampoco se trata de un parroquialismo acad¨¦mico, sino de figuras de renombre y mentes nada medianas, que han llevado las ideas de nuestro fil¨®sofo al gran p¨²blico.
Me limitar¨¦ a se?alar la recepci¨®n de La rebeli¨®n de las masas en los Estados Unidos, sociedad que -valga la iron¨ªa- el mismo Ortega llamara "el para¨ªso de las masas". Poco despu¨¦s de que saliera la primera edici¨®n norteamericana en 1932, el cl¨¢sico orteguiano fue, seg¨²n un cr¨ªtico contempor¨¢neo, "el libro m¨¢s manoseado de las bibliotecas universitarias". En 1976, a?o del bicentenario de la naci¨®n, el historiador Henry Fairlie hizo una extensa cr¨ªtica de la cultura de su pa¨ªs en The Spoiled Child of the Western World, o sea, El ni?o mimado de Occidente. Inspirado en la noci¨®n del "se?orito satisfecho" de Ortega, Fairlie analiza la disyunci¨®n entre libertad y responsabilidad en una sociedad de consumo. Hace poco, el ilustre soci¨®logo Christopher Lasch (autor de The Culture of Narcissism) escribi¨® un libro de considerable impacto, cuyo t¨ªtulo a¨²na temas muy caros, respectivamente, a Ortega y Julien Benda: The Revolt of the Elites and the Betrahyal of DemocraCy -La rebeli¨®n de las ¨¦lites y la traici¨®n de la democracia- (1955), en el que hace hincapi¨¦ en el motivo orteguIano de la deserci¨®n de las minor¨ªas. La introducci¨®n y el primer cap¨ªtulo constituyen una extensa y constructiva cr¨ªtica a la tesis orteguiana que Lasch quisiera revisar y poner al d¨ªa. Las mismas intenciones motivan a Marshall McLuhan en m¨¢s de una ocasi¨®n y al premio Nobel Saul Bellow en el pr¨®logo a la nueva edici¨®n de The Revolt of the Masses, preparada por Anthony Kerrigan en 1985.
A este recorrido selectivo de libros deben sumarse los art¨ªculos, ensayos, editoriales y debates en tomo a la falta de minor¨ªas excelentes, la imposici¨®n de la mediocridad como norma, el derecho a la vulgaridad, la nueva barbarie, etc¨¦tera, que campean en la prensa peri¨®dica norteamericana de los ¨²ltimos a?os. Se trata, es verdad, de un fen¨®meno universal, pero ?por qu¨¦ no abordarlo en Espa?a desde las intuiciones de un hijo predilecto que lo analiz¨® y profetiz¨® con meridiana claridad, en vez de recurrir a pensadores extranjeros de moda?
?A qu¨¦ se debe, me he preguntado m¨¢s de una vez, la resistencia, o m¨¢s bien la hostilidad, a est¨¦ gran libro? Ya hice menci¨®n de las circunstancias desfavorables para su recepci¨®n en Espa?a. Aqu¨ª s¨®lo me permito unas conjeturas (no repetir¨¦ las infundadas y necias analog¨ªas entre la obra orteguiana y la ideolog¨ªa falangista, concluyentemente refutadas en la introducci¨®n a la edici¨®n francesa de 1986). Lo que m¨¢s irrita a las gentes, creo, es el antiutopismo de Ortega. Nuestro siglo es un cementerio de utop¨ªas, donde yacen las desmesuradas expectativas de ideales revolucionarios y los tr¨¢gicos experimentos de ingenier¨ªa social. Parece que muchos reaccionan contra esta profec¨ªa orteguiana hecha realidad y ven en nuestro pensador al gran aguafiestas del ideario ilustrado. Lo cierto es que, a diferencia de los esquemas abstractos de los revolucionarios, el idealismo pol¨ªtico de Ortega extrae las formas de lo perfecto de la realidad misma: el debe ser y el puede ser social tienen que partir de lo que es. Otro factor que ha dificultado la comprensi¨®n del libro ha sido el hecho de que, en los ¨²ltimos lustros, t¨¦rminos como masas y minor¨ªas conllevan connotaciones pol¨ªticas y morales de alto voltaje y producen autom¨¢ticamente la beater¨ªa de las masas y la demonizaci¨®n de las minor¨ªas, sin que se preste atenci¨®n a las precisiones que Ortega hace al emplear estos t¨¦rminos.
Lo que me lleva a se?alar el mayor obst¨¢culo a la apreciaci¨®n de La rebeli¨®n de las masas: su lenguaje. Muchos lectores, llevados por trasnochados prejuicios pol¨ªticos, se niegan a aceptar las definiciones de conceptos clave que Ortega ha dejado clar¨ªsimos, tergiversando su sentido expreso. Un bot¨®n de muestra ser¨ªa la palabra aristocracia, con lo que aqu¨ª se entiende, seg¨²n su sentido etimol¨®gico, personas excelentes y calificadas. A pesar de que el autor excluye del t¨¦rmino la nobleza hereditaria, la clase social o el privilegio econ¨®mico, el legado de la Revoluci¨®n Francesa se interpone al sentido ¨¦tico que Ortega insiste en darle. Y as¨ª tantas otras expresiones suyas.
Volvamos, pues, a nuestro cl¨¢sico con m¨¢s atenci¨®n, apertura y generosidad, con una voluntad de "transmigraci¨®n", seg¨²n recomendara el propio Ortega para los espa?oles de su tiempo. Porque cualquier lector que se adentre hoy en el texto de La rebeli¨®n de las masas encontrar¨¢ que es un acervo de ideas para la comprensi¨®n de la cultura moderna y posmoderna, y que en este libro, escrito hace casi setenta a?os, palpita la actualidad.
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