Un aniversario funesto
Cuando faltaban apenas cuatro meses para que finalizara la guerra civil en Espa?a, el 12 de noviembre de 1938 el embajador del general Franco en Berl¨ªn remiti¨® a su ministro de Asuntos Exteriores una carta reservada cuyo conocimiento p¨²blico en aquel tiempo habr¨ªa provocado serias dificultades en las ¨®ptimas relaciones de la Espa?a franquista con la Alemania nazi, su vital aliada pol¨ªtica y valedora militar. En la misma, el conde de Magaz informaba de "unos actos" que hab¨ªan tenido lugar en todo el pa¨ªs pocos d¨ªas atr¨¢s como "represalia" ante el asesinato en Par¨ªs de un diplom¨¢tico alem¨¢n por parte de un joven jud¨ªo exiliado. En su opini¨®n, "la destrucci¨®n y pillaje de que fueron objeto la totalidad de las casas y establecimientos jud¨ªos" hab¨ªa sido "meditado y organizado por las mismas autoridades o con su conocimiento" y supon¨ªa "una regresi¨®n de un pueblo civilizado a las costumbres y sentimientos de las ¨¦pocas m¨¢s remotas".En efecto, durante la tarde y noche del 9 de noviembre de 1938, como resultado de un pogromo planificado por las autoridades nacionalsocialistas, militantes antisemitas asaltaron los barrios jud¨ªos en todas las ciudades y pueblos de Alemania ante la pasividad de la polic¨ªa y la complacencia o indiferencia de una gran parte de la poblaci¨®n civil. El resultado de lo que pas¨® a llamarse la "noche de los cristales rotos" (Kristallnacht) fue sobrecogedor: un centenar de jud¨ªos muertos; cientos de sinagogas incendiadas; un m¨ªnimo de 8.000 tiendas y negocios destruidos; incontables casas particulares devastadas, y unos treinta mil jud¨ªos arrestados y enviados a campos de concentraci¨®n. La operaci¨®n supon¨ªa un hito clave en la evoluci¨®n interna del III Reich y anunciaba el comienzo de una nueva fase mucho m¨¢s radical en su actitud y trato hacia la poblaci¨®n jud¨ªa.
Desde enero de 1933, tras la conversi¨®n de Adolf Hitler en canciller de Alemania, el r¨¦gimen nazi hab¨ªa iniciado una pol¨ªtica de sistem¨¢tica discriminaci¨®n contra los jud¨ªos alemanes (un total de 500.000 para una poblaci¨®n de 66 millones) por considerarlos una raza inferior, ap¨¢trida y muy peligrosa para la salud de la raza superior, los arios germ¨¢nicos. En el contexto de grave crisis pol¨ªtica y profunda depresi¨®n econ¨®mica que hab¨ªa vivido Alemania desde 1929, esa simple utilizaci¨®n del jud¨ªo como oportuno chivo expiatorio de todas las culpas y males hab¨ªa sido un factor clave en la creciente popularidad electoral del movimiento nacionalsocialista.
El antisemitismo hitleriano asum¨ªa ¨ªntegramente los viejos prejuicios religiosos derivados de la judeofobia cristiana surgidos durante la Antig¨¹edad Tard¨ªa y en la Edad Media (el jud¨ªo como asesino de Cristo y ser falso, lujurioso y codicioso). Pero rechazaba la idea de que la conversi¨®n a la verdadera fe y el bautismo pudieran limpiar el pecado de haber sido jud¨ªo porque se basaba en una nueva concepci¨®n racial y social-darwinista. A tenor de ella, la humanidad estaba formada por razas que se defin¨ªan por inamovibles factores biol¨®gicos hereditarios, eran cualitativamente diferentes en sus capacidades intelectuales y estaban enfrentadas en una lucha por la supervivencia de las m¨¢s aptas y el sometimiento de las m¨¢s d¨¦biles. El enemigo natural de la raza aria superior siempre hab¨ªa sido la raza jud¨ªa, que viv¨ªa como un par¨¢sito sobre el suelo de la patria germana y corromp¨ªa la sangre de sus hijos mediante el mestizaje y la destrucci¨®n de la pureza racial. La juder¨ªa internacional combat¨ªa esa eterna verdad racial mediante estratagemas como eran el capitalismo financiero que destru¨ªa la econom¨ªa nacional, el bolchevismo que subvert¨ªa las relaciones sociales y el pacifismo derrotista que minaba la fortaleza militar.
En funci¨®n de esas ideas, convertidas en doctrina oficial de Estado, desde 1933 el r¨¦gimen de Hitler dict¨® m¨²ltiples disposiciones orientadas a cambiar la situaci¨®n de los jud¨ªos dentro de la sociedad alemana con medidas de discriminaci¨®n muy similares a las de ¨¦poca medieval: expulsi¨®n de la Administraci¨®n p¨²blica, la ense?anza, el Ej¨¦rcito y los tribunales; retirada de la nacionalidad e imposici¨®n de trabas a las operaciones econ¨®micas y actividades profesionales; anulaci¨®n y prohibici¨®n de todo matrimonio mixto entre jud¨ªos y arios; etc¨¦tera. Sin embargo, esta primera pol¨ªtica de mera discriminaci¨®n y fomento de la emigraci¨®n forzosa al extranjero sufri¨® una radical e irreversible intensificaci¨®n desde noviembre de 1938.
Ciertamente, tras la noche de los cristales rotos, la pol¨ªtica antisemita nazi se orient¨® a lograr la m¨¢s completa exclusi¨®n y segregaci¨®n f¨ªsica de los jud¨ªos en el seno de la sociedad alemana. La progresiva deportaci¨®n masiva a campos de concentraci¨®n creados al efecto en todo el pa¨ªs fue el primer paso. La invasi¨®n de Polonia, y el estallido de la II Guerra Mundial en septiembre de 1939 intensific¨® el proceso porque hizo necesario organizar a la numerosa juder¨ªa de los pa¨ªses vencidos (s¨®lo en Polonia resid¨ªan m¨¢s de tres millones de jud¨ªos). La respuesta fue la construcci¨®n de nuevos campos de concentraci¨®n y la formaci¨®n de masivos guetos urbanos en toda la Europa oriental ocupada. En los mismos, las condiciones de malnutrici¨®n, falta de higiene, malos tratos y trabajos forzados originaron una alt¨ªsima tasa de mortalidad conscientemente cultivada.
En el contexto de brutalizaci¨®n generado por las condiciones b¨¦licas, el comienzo de la ofensiva nazi contra la Uni¨®n Sovi¨¦tica hizo posible la apertura de una ¨²ltima etapa de la pol¨ªtica antisemita. En alg¨²n momento del verano de 1941, Hitler dio al alto mando de las SS la orden verbal y secreta de iniciar la "soluci¨®n final": el exterminio masivo de la poblaci¨®n jud¨ªa en todas las zonas ocupadas. En un primer momento, la tarea fue realizada por batallones de fusilamiento especiales que operaron en el frente oriental desde junio de 1941 hasta 1943. El desgaste de hombres y material que supon¨ªa ese m¨¦todo forz¨® la b¨²squeda de nuevas f¨®rmulas genocidas m¨¢s r¨¢pidas y econ¨®micas: en primer lugar, los camiones de gas; muy poco despu¨¦s, las c¨¢maras de gas. A principios de 1942 comenz¨® la instalaci¨®n y uso de seis campos de exterminio con sus correspondientes c¨¢maras de gas ocultas como salas de ducha y sus hornos crematorios: BeIzec, Sobibor, Lublin, Treblinka, Chelmno y Auchswitz. El progreso tecnol¨®gico de estas f¨¢bricas de la muerte fue impresionante. Las c¨¢maras comenzaron teniendo una capacidad para 450 personas por sesi¨®n de gases y terminaron albergando a 4.000 a un tiempo. El gas utilizado dej¨® de ser el mon¨®xido de carbono en favor del cianuro de hidr¨®geno y el cicl¨®n B, m¨¢s f¨¢ciles de elaborar y transportar por las compa?¨ªas qu¨ªmicas alemanas que lo suministraban.
En esas condiciones, el volumen de jud¨ªos exterminados durante el corto periodo de cuatro a?os fue espectacular. Aunque resulta imposible establecer un c¨®mputo definitivo sobre las p¨¦rdidas humanas del holocausto, no cabe duda de que oscilar¨ªa entre cinco y seis millones de jud¨ªos. Seg¨²n los estudios fidedignos de Raul Hilberg, una cifra ligeramente superior a los cinco millones parece la m¨¢s veros¨ªmil. Los muertos en campos de concentraci¨®n y exterminio ascender¨ªan a tres millones (s¨®lo el de Auschwitz tuvo m¨¢s de un mill¨®n). Los muertos por fusilamiento y otras operaciones m¨®viles alcanzar¨ªan 1,4 millones. Y otros 600.000 jud¨ªos perdieron la vida en los guetos. En definitiva, para la juder¨ªa del continente, la Europa ocupada por los nazis se convirti¨® en un gigantesco cementerio.
La planificaci¨®n y ejecuci¨®n de este genocidio estuvo motivada ideol¨®gicamente y no fue el resultado de una exigencia estrat¨¦gica o pol¨ªtica superior. Las ideas racistas fueron la fuerza motriz del holocausto y pudieron llevarse a la pr¨¢ctica con l¨®gica infernal en el propicio contexto de guerra total desatada por los nazis durante la invasi¨®n de la URSS. El patente hilo de continuidad que vincula el mero prejuicio antisemita con la Kristallnacht y con su derivaci¨®n en Auschwitz es una cruda advertencia de lo que puede volver a suceder si se toleran pasivamente los brotes de xenofobia racista y criminal en cualquier parte del mundo, sea la cercana Bosnia o los lejanos Ruanda y Congo. Por eso resulta imprescindible recordar la secuencia hist¨®rica para atajar a tiempo tanto la barbarie final de Auschwitz como su pr¨®logo obligado de la Kristallnacht.
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