La procesi¨®n y el v¨ªdeo
El domingo, 9 de noviembre, iba yo paseando por delante del palacio de Oriente cuando una reducida pero abigarrada multitud me cerr¨® el paso. Se trataba de la procesi¨®n de la Almudena caminando hacia la catedral que con ese nombre inaugur¨® el papa Juan Pablo II hace unos a?os. El Trono y el Altar volv¨ªan a cogerse de la mano sobre el Campo del Moro gracias a las subvenciones que el Ayuntamiento, la Comunidad y el Gobierno (los tres, dirigidos al inicio de las obras por socialistas) hab¨ªan aportado al empe?o de Angel Suqu¨ªa, por aquel entonces arzobispo de la capital. Asist¨ª el d¨ªa de la inauguraci¨®n a la inacabable misa que ofici¨® all¨ª el Papa, y con tal ocasi¨®n vi comulgar a personas que nunca hubiera imaginado libres de pecado.En fin, he de confesar que no asisto hace a?os, ni veo, aunque sea desde la lejan¨ªa, procesi¨®n alguna. Quiz¨¢ por eso ¨¦sta que cuento me llam¨® la atenci¨®n.
Aparte del arzobispo Rouco y una docena de sacerdotes, desfilaban, delante y detr¨¢s de la Virgen, un nutrido grupo de se?oras, todas ellas enlutadas, todas con mantilla y peineta. A su zaga, unos caballeros cubiertos con largas capas blancas, una banda de m¨²sica, dir¨ªase que en representaci¨®n de alguna casa regional, manolos y manolas como reci¨¦n salidos de La verbena de la Paloma y el inevitable alcalde de la Villa y Corte (cada vez menos villa y m¨¢s corte... de los milagros). Iba el edil acompa?ado de su esposa, tan enmantillada como las damas, aparentemente viudas, que les abr¨ªan paso, y unos pocos concejales (todos del PP), armado ¨¦l con el bast¨®n de mando, se arropaba con el collar que en su d¨ªa dise?¨® e hizo fabricar (supongo que en la F¨¢brica de la Moneda) el ilustre y valeroso falangista Jes¨²s Suevos, concejal sempiterno que fue durante la era de Franco. Cerraba el cortejo una banda de Infanter¨ªa, algo desganada.
Al final del cortejo, y fuera de la cosa oficial, unos pocos fieles y cuatro o cinco fascistas enarbolando una bandera con el ¨¢guila monoc¨¦fala. Al doblar el ¨²ltimo recodo, antes de entrar en la catedral, al paso de las autoridades, un grupo levant¨® una pancarta donde pod¨ªa leerse: "Se recogen firmas contra Seti¨¦n". Fuesen y no hubo nada.
Tuve, lo reconozco, la desapacible sensaci¨®n de lo d¨¦j¨¢ vu. Volv¨ª por un momento a mi ni?ez y juventud, a los rosarios de la aurora, a los maitines, a las misiones,a los sermones del padre V¨¢zquez, que sudaba como nadie. Pens¨¦ en el tango: "Es el pasado que vuelve a encontrarse con mi vida". As¨ª que me met¨ª en un bar y me dispuse a tomar una cerveza y a leer el peri¨®dico con la esperanza de volver al presente. Separ¨¦ las innumerables partes de las que se compone los domingos la prensa (revista, dominical econ¨®mico, c¨®mic infantil, coleccionable, resumen semanal, etc¨¦tera) y me encontr¨¦, para mi desasosiego y desgracia, con la siguiente noticia:
"Una mujer ingres¨® el viernes en la prisi¨®n de Carabanchel, acusada de descubrir y revelar secretos de la intimidad del director de El Mundo, Pedro J. Ram¨ªrez. La detenida, Exuperancia Rap¨² Muebake, se encuentra a disposici¨®n de la juez Ana Revuelta... La juez se bas¨® en el art¨ªculo 197 del C¨®digo Penal, que en su apartado 5 castiga con una pena de entre dos y cuatro anos a quien revele la ideolog¨ªa, religi¨®n, creencia, salud, origen social o vida sexual de otro sin su consentimiento".
O sea, que el gran desvelador de secretos ajenos, el mu?idor electoral de Aznar, el mejor asesor de Villalonga, el palad¨ªn de la transparencia,. quiere ocultar sus secretillos. ?l, sostenedor con irrefutables argumentos de que "los hombres p¨²blicos no tienen vida privada", remueve y moviliza Roma con Santiago, justicia y polic¨ªa, que parecen estar a sus ¨®rdenes, porque hay unos v¨ªdeos., Pero ?en qu¨¦ lo involucran?, ?en qu¨¦ posturas han retratado a este san Antonio?, me pregunto. Me lo pregunto y llamo a un amigo periodista, generalmente bien informado, miembro activo del mentidero madrile?o. Y lo hago en buena hora, pues me invita a comer, y comemos.
El v¨ªdeo te lo pongo despu¨¦s de la comida, que no quiero yo quitarte el apetito -me dice nada m¨¢s entrar en su casa.
- Es muy fuerte -me dice su mujer mientras me da la bienvenida.
- Es curioso -insisto- este caballero que ha publicado en su peri¨®dico cuanto le ha venido en gana. Por ejemplo, las cintas del Cesid, robadas, incluyendo todo tipo de conversaciones privadas, sin que ninguna juez Ana Revuelta ni fiscal general alguno hayan tenido a bien mover un solo dedo en defensa de los agraviados, pese a las denuncias de ¨¦stos ante los tribunales. El perejil de todas las salsas, el activista de todas las conspiraciones...
- Los poderosos siempre se creen impunes hasta que son pillados como alguaciles alguacilados -me corta mi acogedor samaritano.
Comemos y, ya tomando el caf¨¦, vemos la pel¨ªcula en un silencio espeso. "?Madre m¨ªa!", acierto a decir por todo comentario cuando la tremenda proyecci¨®n concluye. "Inenarrable", como dir¨ªa el actor principal de la cinta que acabamos de ver. Quedo un rato callado. Nadie se atreve a romper el silencio. Para hacerlo, les cuento la procesi¨®n a la que acabo de asistir, y de pronto recuerdo otra, la procesi¨®n de un Jueves Santo en Caraba?a.
En aqu¨¦lla, vi¨¦ndola desde. un balc¨®n, estaban, si no recuerdo mal, Aznar, Rato y Ram¨ªrez, el de marras, junto con sus se?oras. ?Qu¨¦ opinar¨¢ Ana Botella despu¨¦s de ver este v¨ªdeo? -pienso.
No se trata de que un poderoso resulte, adem¨¢s, libertino. No se plantea una cuesti¨®n que ata?e a la moral sexual, acerca de la cual cada uno tendr¨¢ su opini¨®n, como la tienen, por ejemplo, los se?ores obispos, due?os de la emisora de radio en la que con gran empe?o colabora este caballero. Se trata de un asunto psicol¨®gico, o psiqui¨¢trico. De una actitud que explica muchas cosas de las que hace este se?or cuando se quita el uniforme y ejerce de predicador.
Las im¨¢genes del v¨ªdeo pueden asustar, es cierto, pero lo que de verdad da miedo es la respuesta del Estado: juez, Fiscal general, polic¨ªa, para ponerse a la tarea y a la orden del se?or Ram¨ªrez. Se reimplanta la censura previa ("la juez Revuelta proh¨ªbe al Ya la publicaci¨®n de cualquier otro fotograma del v¨ªdeo objeto de las diligencias previas"). Se interviene la correspondencia. Se decreta prisi¨®n sin fianza para Exuperancia Rap¨² Muebake, etc¨¦tera, etc¨¦tera. En fin, que estamos ante un asunto de Estado, ya se ve.
Cuando tantas intimidades fueron invadidas desde El Mundo y los ofendidos recurrieron al amparo de la justicia, exhibiendo precisamente el mismo art¨ªculo que ahora se aplica para llevar a la c¨¢rcel a la se?ora Rap¨² Muebake, sus denuncias fueron archivadas sin que fiscal o juez alguno se atreviera a aplicar esa misma ley que ahora s¨ª se aplica. En este caso hay una canallada (la grabaci¨®n del v¨ªdeo) y un delito (la difusi¨®n) igual que ocurri¨®, entre otros esc¨¢ndalos, con el de las cintas robadas del Cesid y con una diferencia, la difusi¨®n de este v¨ªdeo es clandestina, las grabaciones del Cesid se difundieron en un peri¨®dico y, eso s¨ª, con dos respuestas desde el Estado ante los delitos, no s¨®lo diferentes, sino diametralmente opuestas. Dos varas de medir que ponen demasiadas cosas en evidencia. Convendr¨ªa saber qu¨¦ deudas, qu¨¦ obligaciones contra¨ªdas o qu¨¦ miedos suscita este acreedor, tan r¨¢pida y eficazmente atendido en sus demandas.
Durante la etapa final del Gobierno socialista se introdujeron pr¨¢cticas consistentes en la aparici¨®n de un periodismo que no se puso l¨ªmites a s¨ª mismo a la hora de obtener por cualquier medio informaci¨®n contra el Gobierno. Se sindicaron con ¨¦l intereses pol¨ªticos y judiciales. Se perpetraron venganzas personales. Se crearon vientos y tempestades arrasadoras. Se despreci¨® cualquier principio ¨¦tico y se implanto el todo vale. Vemos ahora con horror que aquel ambiente, tanto ardor guerrero, han acabado por invadir la sociedad y el Estado. Aquellos polvos traen estos Iodos. Este barrizal que involucra al Estado y que va m¨¢s lejos que un v¨ªdeo deplorable.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.