Sordos
JOAQU?N MERINO
El hombre no es s¨®lo un animal de costumbres, sino tambi¨¦n de atavismos. Puede que ¨¦stos resulten ef¨ªmeros, pero siempre vuelven por las mismas fechas. En lo que a m¨ª respecta, hay una tarde de oto?o en que me acometen hambres primigenias de pan, vino y queso. ?ste solicita pan, ambos reclaman vino tinto, todos se llevan de maravilla, unen sus vocecillas para pedir m¨¢s y m¨¢s. Yo acabo como una boa... ?Qu¨¦ sentido tiene todo esto? ?Ser¨¢, sencillamente, que los primeros fr¨ªos producen apetito? ?Ser¨¢ una especie de vacuna l¨²dica ante las presentidas noches del invierno?Otra tarde cualquiera de oto?o, el cuerpo me pide poner un poco de orden en mi despacho, clasificar papelotes, meter en cintura los libros. Me aplico a ello con la fe del converso, pero lo cierto es que no poseo vocaci¨®n alguna de archivero. Al cabo de un par de horas, mucho m¨¢s extenuado que si acabara de escribirme la biblia en verso, arrojo la toalla... hasta el a?o que viene, si Dios quiere. Para entonces, alg¨²n libro completamente olvidado estar¨¢ reclamando mi atenci¨®n, consol¨¢ndome, de hecho, de mi incapacidad como oficinista. Este a?o sali¨® de los anaqueles, zascandileando, una obrita amarillenta, con 30 a?os cumplidos, que se titula Madrid, hechos y fantas¨ªas. Lo firma un matrimonio norteamericano, Judi y Ed Lehoven, e intentan contar a sus compatriotas c¨®mo es esta ciudad, c¨®mo son los madrile?os. Como ¨¦ramos, m¨¢s bien, pues la verdad es que no nos parecemos mucho.
No sabe muy bien la pareja -afirma- por qu¨¦ ha elegido nuestro pueblo para asentarse. ?Pes¨® en su decisi¨®n la asombrosa circunstancia de que en Madrid se puede comer cochinillo asado muy rico a medianoche, fue por aquella camarera del hotel que les devolvi¨® el dinero olvidado en un traje que iba para la tintorer¨ªa, y ni siquiera quiso aceptar una propina? ?Fue por nuestro firmamento, tachonado de estrellas y luceros?
Lo primero que atrae su atenci¨®n es, son, "los elegantes uniformes de pana marr¨®n que lucen los barrenderos, con vistosos botones dorados". Y se apresuran a comprar uno para su hija, que sin duda estar¨ªa mon¨ªsima con ¨¦l (?ay!, si vieran los tercermundistas monos verdes de hoga?o). Los serenos tambi¨¦n causan su asombro, sobre todo al enterarse de que no perciben sueldo alguno, s¨®lo las propinejas. No citan, aunque me hagan recordarlos, a los guardas de los parques p¨²blicos, sin duda mucho m¨¢s glamourosos que los barrenderos con sus uniformes marrones de post¨ªn, su banda de cuero cruzada sobre el pecho, la dorada placa que atestiguaba su autoridad y el sombrero de alas de anta?ona prosapia. ?Qui¨¦n guarda hoy los parques?
Les gustan mucho las cerilleras viejecitas en las esquinas de la Gran V¨ªa, aseveran que los hombres, y hasta los ni?os peque?os, besan la mano a las se?oras al saludarlas y a?aden (supongo que la esposa) que "los espa?oles no pellizcan", aunque s¨ª dicen: "?Hola, guapa!", lo que produce gran gustirrin¨ªn a la as¨ª piropeada, seg¨²n confiesa.
Les fascinan las carboner¨ªas, con sus coques y antracitas, y su cisco de herraj, expuestos en bandejas de cristal como si fueran joyas. Van al museo y hacen una observaci¨®n muy l¨²cida y m¨¢s cierta hoy que entonces: "Algunos espa?oles tienen cara de espa?oles. La mayor¨ªa, no. Los que s¨ª, ataviados con ropajes antiguos, cuelgan de las paredes del Prado...". Sol¨ªan apostarse ante el Palacio de Comunicaciones para "ver madrile?os" y se pasman de su elegancia. Ellas van muy bien maquilladas. Ellos, muy bien afeitados.
La gente de Madrid siempre habla entre s¨ª gritando. No es que discutan, y ni siquiera est¨¢n enfadados, es su forma de comunicarse, o al menos ellos, Judi y Ed, piensan que debe tratarse de eso. En caso contrario, ser¨ªa inevitable opinar que todos los habitantes de la ciudad son sordos...
Sordos los ciudadanos, que todav¨ªa no nos hemos echado a la calle" para protestar contra los ruidosos desmanes decib¨¦licos del Ayuntamiento en obras p¨²blicas y limpiezas innecesarias e intempestivas. Sorda la oligarqu¨ªa municipal reinante, que jam¨¢s se inmuta ante las reiteradas aunque modosas protestas de sus administrados.
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