Fiebre de s¨¢bado / tarde
La afici¨®n revisaba las bater¨ªas de los transistores y la tarde comenzaba a cargarse con su propia tensi¨®n: el autob¨²s del Valencia daba un resoplido bajo los voladizos del Calder¨®n, de repente hab¨ªan pasado diecisiete a?os, y Zubi desembarcaba en el Manzanares despu¨¦s de cumplir sus primeros seiscientos partidos en Primera. Al anochecer sali¨® de los laberintos del estadio, sigui¨® maquinalmente el perfil del grader¨ªo, y se fue a tensar la musculatura al ¨¢ngulo que le pareci¨® m¨¢s discreto. Algo p¨¢lido bajo las luces al¨®genas, pero siempre tan serio, tan bracilargo y tan inquieto, no se distingu¨ªa gran cosa de aquel Zubi ensortijado y tembloroso que diecis¨¦is a?os atr¨¢s hab¨ªa salido de las buhardillas de Iribar. Cuando apareci¨® en las praderas de Lezama, los hinchas vascos estaban Plante¨¢ndose un espinoso problema sucesorio. La situaci¨®n era ¨¦sta: Luis Arconada se encargaba de mantener activa la estirpe de grandes porteros vascos, pero el f¨²tbol, siempre tan apegado a sus mitos, no consegu¨ªa olvidar a Iribar. Quiz¨¢ por eso Zubi trat¨® de repetir el modelo original. Indudablemente no sena una misi¨®n, sencilla. Los porteros de moda sol¨ªan tener una vena histri¨®nica; eran tipos dados a sobreactuar, sin duda movidos por dos obsesiones: salir de su cueva y salir en la foto. Al menor descuido con vert¨ªan cualquier bloqueo de rutina en un parad¨®n. Iribar, en cambio, tend¨ªa a simplificar era uno de esos deportistas ahorrativos que nunca utilizan las dos manos para tareas que s¨®lo necesitan una. Tan atrapado estaba en su obsesi¨®n por la sobriedad, tan metido estaba en su propio molde, que a ratos parec¨ªa un monolito y a ratos un actor ingl¨¦s. Inspirados por aquella impavidez vegetal, los hagi¨®grafos de San Mam¨¦s le llamaban el chopo. Pero, siempre sombr¨ªo y enlutado, en realidad era un cipr¨¦s con guantes. Zubi sac¨® el l¨¢piz y empez¨® a dibujarlo Y. a dibujarse lentamente. Ahora el nuevo Zubizarreta parec¨ªa el mismo, pero los n¨²meros le hac¨ªan diferente; esta misma semana se hab¨ªa convertido en Zubi seis cientos. Ya formaba parte de la restringida cofrad¨ªa de deportistas profesionales que han conseguido reunir, en una sola carrera, varias vidas y vanas ¨¦pocas. De la noche a la ma?ana, aquel chicarr¨®n con aire de seminarista arrepentido hab¨ªa ingresado en el club de jugadores in temporales.
Ayer esperaba el comienzo_del partido y miraba de reojo a Radomir Antic. Encerrado en su burbuja de metacrilato, el mister del Atl¨¦tico estaba preparando la cerrajer¨ªa. Por cierto, ven¨ªa de celebrar su propia fiesta por una doble raz¨®n: hab¨ªa cumplido 49 a?os, y Romario, estaba, desterrado en Valencia
-S¨¦ que se encerrar¨¢n atr¨¢s. Habr¨¢ que tener paciencia y buscar espacios dec¨ªa, muy serbio, mientras agitaba el abrelatas.
A la misma hora, Romario segu¨ªa rumiando su huida en alg¨²n rinc¨®n de El Saler.
El sistema de Ranieri puede ser bueno para el equipo, pero es muy malo para m¨ª. ?Por qu¨¦? Pues porque con ¨¦l, cada jugada de ataque me exige un sprint de 60 metros. Adem¨¢s, la peor se?al de que las cosas no marchan es que he empezado a llevarme el problema a casa. Por ello he tenido que mandar a mi familia a Brasil, y yo ya estoy deseando, volver dec¨ªa, muy brasile?o. Zubi se puso bajo los palos. Poco despu¨¦s, Alfonso lustraba sus botas blancas, Morientes calzaba sus botas r¨®jas, Julen Guerrero hac¨ªa recuento de sus pecas, Carlos Alberto Silva reclamaba sus cruceiros al Depor y, uno a uno, 50.000 leones comenzaban a rugir en San Mam¨¦s.
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