Cuba: la autonom¨ªa olvidada
En la visi¨®n hist¨®rica habitual sobre la guerra de independencia de Cuba, los aspectos militares y diplom¨¢ticos suelen prevalecer claramente sobre la pol¨ªtica. C¨¢novas, Weyler, Maceo y Mckinley dominan la escena, y la imagen de la acci¨®n espa?ola se centra en la impotencia, primero para dominar la sublevaci¨®n, luego para evitar la intervenci¨®n militar norteamericana. Queda de este modo enterrado el que tal vez fuera ¨²nico acto pol¨ªtico de importancia por parte de Espa?a en todo el proceso: la concesi¨®n de la autonom¨ªa a las colonias de las Antillas, no s¨®lo a Cuba, por los decretos de 25 de noviembre de 1897, ahora hace un siglo. Por fin, y a buenas horas, era concedida la absoluta igualdad de derechos pol¨ªticos de los espa?oles peninsulares y cubanos. ?stos elegir¨ªan una C¨¢mara de Representantes y la mitad m¨¢s uno de un Consejo de Administraci¨®n, manteni¨¦ndose el Gobernador General "auxiliado" por el Gobierno aut¨®nomo o Consejo de Secretarios que en la pr¨¢ctica presidir¨¢ el l¨ªder autonomista Jos¨¦ Mar¨ªa G¨¢lvez, teniendo a su lado tres autonomistas moderados y dos peninsulares reformistas. El espa?olismo integrista de la Uni¨®n Constitucional, amo hasta entonces de los destinos de la isla, pasaba a la oposici¨®n.El curso posterior de los acontecimientos sofoc¨® el posible alcance de la medida, que se concret¨® en la entrada en funciones del Gobierno aut¨®nomo de la isla, en plena guerra, el 1 de enero de 1898. Los vencidos no suelen tener suerte en la historia, y menos quienes a esa condici¨®n a?aden la apariencia de colaboracionismo. La experiencia autonomista result¨® literalmente dinamitada en pocas semanas por una serie de hechos desgraciados, entre los que destaca la explosi¨®n del Maine, que act¨²a como justificaci¨®n simb¨®lica de la intervenci¨®n militar de Estados Unidos. Ante la inminencia de la entrada en juego de la gran potencia vecina contra Espa?a, los insurrectos rechazaron la posibilidad de integrarse en el reci¨¦n creado autogobierno.
De aqu¨ª hay s¨®lo un paso a considerar la autonom¨ªa, y de paso el autonomismo cubano, como un simple incidente sin relevancia en lo que es s¨®lo, como defin¨ªa en estas p¨¢ginas mi entra?able amigo Manuel Moreno Fraginals, primero guerra en la paz, entre 1878 y 1895, y luego simplemente guerra abierta entre los dos protagonistas verdaderos, los separatistas cubanos y la potencia colonial. L¨®gicamente, para la historiograf¨ªa nacionalista en Cuba, esta bipolaridad es de rigor. Todav¨ªa en los tiempos de la Rep¨²blica, dado el prestigio de que gozaron algunos pol¨ªticos e intelectuales procedentes del autonomismo, se registraron intentos de comprender su extra?a combinaci¨®n de cubanidad y lealtad a Espa?a. Despu¨¦s de la revoluci¨®n de 1959, obviamente, no hab¨ªa sitio para ellos al acentuarse la clave exclusivamente martiana de interpretaci¨®n del propio pasado. Eran los representantes de "una burgues¨ªa antinacional", sentenci¨® el conocido historiador Ram¨®n de Armas. Como balance, en la isla y en la Pen¨ªnsula, un olvido generalizado. Que en Cuba resulta impuesto desde las intancias de poder. Nada dicen los nombres de Jos¨¦ Mar¨ªa G¨¢lvez, Rafael Montoro, Eliseo Giberga, Antonio Govin; lo mismo que ocurre con el de su correligionario y colaborador en Puerto Rico Julio Vizcarrondo; s¨®lo despunta, y escasamente, de ese olvido por su actividad plural en Espa?a el de Rafael Mar¨ªa de Labra. Y se deja de lado que, en sus dos d¨¦cadas de actuaci¨®n, el autonomismo fue mucho m¨¢s que un simple intento de colaboraci¨®n, que desde el interior de la sociedad antillana defend¨ªa el dominio espa?ol frente al verdadero patriotismo de Jos¨¦ Mart¨ª y Antonio Maceo, "Ia represa" contra la independencia a que aludiera el ap¨®stol.
El mismo Jos¨¦ Mart¨ª, y a su lado los m¨¢s destacados independentistas (Manuel Sanguily, el propio M¨¢ximo G¨®mez) definieron muy bien el papel del autonomismo, "¨²nica expresi¨®n l¨ªcita del alma cubana", seg¨²n el primero. Nacido con la etiqueta de liberal en 1878, apenas cerrada con el convenio del Zanj¨®n la primera guerra de independencia, el Partido Autonomista supo aprovechar las libertades de asociaci¨®n y de expresi¨®n otorgadas por el general Mart¨ªnez Campos. Dada la manipulaci¨®n del sufragio, fue minoritario, pero su propaganda result¨® decisiva para explicar a los cubanos sus intereses econ¨®micos y pol¨ªticos, as¨ª como los mecanismos de la explotaci¨®n colonial, desde el mercado reservado para productos peninsulares a la inferioridad en derechos pol¨ªticos. Gracias a los autonomistas, nos cuenta M¨¢ximo G¨®mez, la sociedad cubana era mucho m¨¢s madura en 1895 que en la primera guerra, aun cuando mantuvieran el nexo con Espa?a.
Sociol¨®gicamente, eran abogados, profesionales, hacendados medios, en resumen, el germen de una burgues¨ªa nacional que era consciente de la disparidad de intereses con Espa?a pero tambi¨¦n del riesgo de la anexi¨®n a Estados Unidos. Tal y como explicaba su portavoz m¨¢s relevante, el matancero de origen catal¨¢n Elisco Giberga, la personalidad cubana se hab¨ªa desarrollado a partir de la espa?ola, pero impregn¨¢ndose de la modernidad norteamericana. El autonomismo era la f¨®rmula para desarrollarla econ¨®mica y culturalmente evitando la absorci¨®n por parte del gran vecino. Rafael Montoro, el mejor orador del grupo, a?adir¨¢ otro argumento de importancia: la inmadurez de Cuba, pero no por cualquier circunstancia metaf¨ªsica, sino por contar con una escasa poblaci¨®n que s¨®lo mediante la llegada de una importante corriente inmigratoria (peninsular), y su posterior integraci¨®n, podr¨ªa sentar las bases de una existencia nacional. El autogobierno ser¨ªa el marco imprescindible para que tal proceso fuera culminado con ¨¦xito. "Entonces, y s¨®lo entonces, se habr¨¢ salvado Cuba para s¨ª misma y para Espa?a", escrib¨ªa en 1887, prologando precisamente un libro del tambi¨¦n autonomista Raimundo Cabrera, que diez a?os despu¨¦s encabeza la colaboraci¨®n con los patriotas insurrectos.
Y es que las fronteras entre autonomismo e independentismo ser¨¢n mucho menos claras de lo que resulta del desarrollo de los acontecimientos, cuando s¨®lo quedan en primer plano el ej¨¦rcito expedicionario espa?ol y los insurrectos. Muchos autonomistas, con el mayor propietario de ingenios de la isla a la cabeza, se unieron al campo rebelde. Esa frontera imprecisa domina incluso el acto que simb¨®licamente abre la guerra por la independencia, el grito de Baire. En esta peque?a localidad oriental la insurrecci¨®n es lanzada con una notable ambig¨¹edad bajo la bandera autonomista y con consignas de la misma orientaci¨®n. La decantaci¨®n hacia la independencia es r¨¢pida, pero siempre quedar¨¢ la duda de que quiz¨¢s una autonom¨ªa a tiempo hubiera impedido o yugulado la insurrecci¨®n. Los escritos de Mart¨ª confirman m¨¢s que desmienten, esa interpretaci¨®n.
En cuando a la f¨®rmula pol¨ªtica en que habr¨ªa de consistir la soluci¨®n del problema, todos son un¨¢nimes, desde G¨¢lvez y Montoro a Gov¨ªn y Labra: la autonom¨ªa seg¨²n el modelo canadiense. C¨¢novas la rechaz¨® de plano optando por la defensa del dominio espa?ol a sangre y fuego, lo cual por lo dem¨¢s encajaba con los intereses declarados -no con los reales, mucho menos apocal¨ªpticos- de los grupos espa?oles, empezando por el hermano catal¨¢n, con el Fomento del Trabajo Nacional a la cabeza, para mantener una explotaci¨®n privilegiada de la isla. A pesar de ello, y de la defecci¨®n de muchos militantes, el Partido Autonomista se mantuvo leal a la "madre patria" durante toda la guerra de independencia. La derrota de Espa?a fue la suya, sin que cuenten sus intentos desesperados por conseguir una paz s¨®lo entre espa?oles y cubanos.
La enorme disparidad de intereses con la Pen¨ªnsula, potenciada incluso por gobernantes como C¨¢novas y Romero Robledo, conden¨® un intento que a pesar de todo hizo avanzar la conciencia nacional cubana. Luego los patriotas conseguir¨¢n su gran sue?o, peto tras una guerra de devastaci¨®n y mediante la intervenci¨®n de Estados Unidos que provoc¨® una nueva forma de dependencia.
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