Cambio clim¨¢tico
No se trata de una peliculilla de ciencia-ficci¨®n programada por la tele para combatir el tedio de las tardes moribundas, se trata de que estamos matando el mundo en que vivimos, el planeta que nos cobija, el h¨¢bitat que hace s¨®lo un siglo parec¨ªa ofrecer a los seres vivos reservas inextinguibles de ox¨ªgeno, agua y sustento. De eso iba la macrocumbre celebrada en Kioto: ?resulta a¨²n posible evitar el suicidio colectivo?Algunas voces poderosas apoyan denodadamente la causa medioambiental, por ejemplo la del se?or vicepresidente de Estados Unidos, ¨²nica superpotencia sup¨¦rstita de la Tierra. Al Gore naci¨® de padres granjeros en Cartago, Tennessee. Le ense?aron que el dilatado paisaje contemplado por sus ojos era obra del Se?or, que hab¨ªa que cuidarlo y preservarlo para las generaciones futuras, mas ya en la adolescencia supo del uso y abuso de los pesticidas, del uso y abuso de los gases producidos por la utilizaci¨®n de los combustibles f¨®siles como fuente de energ¨ªa. Al Gore sigue pensando y escribiendo hoy cosas tan sensatas como la siguiente: "Vivimos en un mundo donde los cambios clim¨¢ticos, la deforestaci¨®n, los agujeros en la capa de ozono y la contaminaci¨®n atmosf¨¦rica se han convertido en creciente motivo de preocupaci¨®n...". Cierto, pero no lo es menos que su pa¨ªs global constituye la mayor fuerza contaminante del planeta, con un 25% de responsabilidad en la emisi¨®n global de gases de invernadero. ?Conseguir¨¢ Al Gore asestar un golpe de tim¨®n al delet¨¦reo statu quo que padecemos y que se cierne cual negra sombra sobre el porvenir de la especie humana? Tendr¨ªan para ello ¨¦l y su presidente, Bill Clinton, que librar y ganar la inevitable batalla contra su propia industria, su propio Ej¨¦rcito, su propio Senado. De modo que los augurios no resultan muy esperanzadores.
Y lo que yo quer¨ªa decir aqu¨ª es lo siguiente: entre cumbre y cumbre, y mientras los riesgos para la supervivencia contin¨²an aumentando geom¨¦tricamente, los cient¨ªficos han emitido c¨¢lculos sobre el efecto invernadero que a m¨ª, en mi modestia, se me antojan demasiado conservadores. ?Podr¨ªamos pensar, acaso, como "hip¨®tesis de trabajo", en un posible contubernio con la industria, o es que estoy pervertido por las perversiones de la pol¨ªtica mundial? Sea cual fuere la causa, tanta tibieza s¨®lo puede producir perplejidad a una persona como yo, sin formaci¨®n cient¨ªfica, pero que ha vivido pendiente, desde su m¨¢s tierna infancia, y sin otra raz¨®n que la puriquita idiosincrasia, de los fen¨®menos meteorol¨®gicos, de las anomal¨ªas y cambios clim¨¢ticos. Porque ellos han hablado de elevaci¨®n de cent¨¦simas de grado el siglo que viene, como consecuencia del calentamiento global, mientras yo ve¨ªa, sin salir de la actual centuria, que el incremento era mucho mayor.
Miren ustedes, todav¨ªa no he cumplido ni siquiera los 10.000 a?os (que es, por otra parte, un intervalo de tiempo insignificante en el calendario c¨®smico) y, sin embargo, en el lapso de mi vida terrenal se ha registrado un aumento de temperatura n¨ªtidamente detectable. En mis a?os p¨¢rvulos, en el recorrido hasta el colegio -Alberto Aguilera, San Bernardo, Carranza, Bilbao, Luchana, hasta el entonces paseo del Cisne- se ofrec¨ªa, de noviembre a abril, el espect¨¢culo, para m¨ª exhilarante, de las bocas de riego convertidas en bocas de hielo. Las escarchas eran el pan nuestro de cada d¨ªa, y cuando llegaba una helada negra, sigilosa y letal, fenec¨ªan en una sola noche todos los tiestos del balc¨®n. Nevaba a veces tan copiosamente como si vivi¨¦ramos en Siberia; mis primos mayores patinaban como cosa habitual en los estanques del Retiro y la Casa de Campo; estallaban las tuber¨ªas a causa de los grandes fr¨ªos, etc¨¦tera. Y, ya digo, ni siquiera tengo los 10.000 cumplidos. ?Posee alguna analog¨ªa la estaci¨®n que acabo de describir con los inviernos light y a la carta que se nos sirven ahora? De modo que no hablemos de centesimillas, sino de grados, o, en otras palabras, de peligro mortal.
Es lo que se ha comenzado a hacer en meses anteriores a la magna asamblea, pero acaso sea ya demasiado tarde, sobre todo si la III Conferencia de las Partes de la Convenci¨®n Marco de Naciones Unidas para el Cambio Clim¨¢tico, resultara -pese a tan pomposo nombre- fallida.
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