Identidades
Una de las mayores paradojas de nuestro tiempo es el resurgimiento de las identidades singulares como principio b¨¢sico de vida personal y de movilizaci¨®n social en la era de la globalizaci¨®n, de Internet y de los medios de comunicaci¨®n de masas. De un lado al otro del planeta, mientras se unifican los mercados de capitales y los h¨¢bitos de una reducida ¨¦lite cosmopolita, la gente afirma, cada vez con m¨¢s fuerza, sus ra¨ªces hist¨®ricas, territoriales, culturales, ¨¦tnicas, religiosas. Los movimientos sociales que se oponen a la globalizaci¨®n capitalista son, predominantemente, movimientos basados en la identidad.El fundamentalismo religioso, en versi¨®n cristiana, isl¨¢mica, hind¨², jud¨ªa e incluso budista (como en la secta japonesa Suprema Verdad), constituye probablemente la forma m¨¢s importante de protesta social contra el pensamiento ¨²nico del neoliberalismo, tanto en el n¨²mero de personas que moviliza como en su influencia entre la sociedad y en el radicalismo de su oposici¨®n. El nacionalismo, el regionalismo, el localismo, la etnicidad, tambi¨¦n son trincheras desde las que la gente afirma su autonom¨ªa y trata de defender su existencia.
Si queremos aprender a leer el nuevo mundo sociopol¨ªtico de este fin de milenio habr¨¢ que mirarlo con una mente abierta y entender que el lenguaje de la identidad se habla con acentos que nos gustan (al menos a m¨ª), como en el caso del movimiento de liberaci¨®n de los ind¨ªgenas de Chiapas, as¨ª como con acentos que repelen (al menos a m¨ª), como en el caso de las milicias estadounidenses. De hecho, en EE UU el principal movimiento sociopol¨ªtico de masas es el fundamentalismo cristiano y la serie de grupos nacionalistas radicales que se conocen como "los patriotas", generalmente organizados a trav¨¦s de Internet, fax y radios locales, y que influencian en torno a cinco millones de personas. Desde Europa suena extra?o que estos grupos, que cuentan con decenas de miles de militantes armados con material de guerra, se alcen en nombre de la naci¨®n estadounidense, refugiada en el reducto de las comunidades locales, en contra de la globalizaci¨®n impulsada por el Gobierno federal, las multinacionales y las Naciones Unidas. De hecho, su principal enemigo es el Gobierno federal, y a ¨¦l dirigen sus cr¨ªticas y sus ataques armados.
Quien quiera entender hoy d¨ªa la pol¨ªtica de Estados Unidos, o de la India, o de Indonesia, o de ?frica, o del este de Europa, o de Jap¨®n, o de Canad¨¢, o de Centroam¨¦rica y de buena parte de la Am¨¦rica andina, as¨ª como, naturalmente, del mundo ¨¢rabe y musulm¨¢n, tiene que empezar no por la econom¨ªa o por la geopol¨ªtica, sino por la identidad religiosa, nacional, regional y ¨¦tnica de cada sociedad. O m¨¢s bien por la contradictoria pluralidad de identidades. Asimismo, tanto en Am¨¦rica Latina como en Europa, las identidades territoriales, nacionales, regionales y locales, algunas m¨¢s hist¨®ricas que otras, pero igualmente acusadas, constituyen en este momento la trama fundamental de la pol¨ªtica, de la conciencia ciudadana y de la negociaci¨®n social, ya sea en Padania o en B¨¦lgica, en Nuevo Le¨®n o en Bah¨ªa, en Escocia o en Macedonia.
En nuestro pa¨ªs, el auge nacionalista de izquierda en las elecciones gallegas marca, a la vez, el principio del fin del caciquismo en Galicia (que s¨®lo puede ser combatido desde una inmersi¨®n profunda en la especificidad de Galicia) y el fin de la hegemon¨ªa de opciones centralistas en la pol¨ªtica espa?ola. Con Catalu?a y Euskadi plenamente consolidadas como nacionalidades constitucionalmente reconocidas, con el afianzamiento del nacionalismo gallego, y con posibles evoluciones similares en Canarias y, de forma diferente y espec¨ªfica, en otras regiones espa?olas, la identificaci¨®n cultural-territorial de la din¨¢mica social y pol¨ªtica en Espa?a es un proceso irreversible que pasar¨¢ por encima de aquellos aparatos o instituciones que se le opongan. A menos que se configure, como fue el caso durante casi toda nuestra historia, un bloque centralista que, m¨¢s all¨¢ de las diferencias pol¨ªticas, acuda a salvar la unidad de Espa?a por encima de todo. Hip¨®tesis improbable, pero que no se puede excluir, como muestran las coincidencias en las declaraciones recientes de algunos l¨ªderes socialistas y populares proponiendo el cambio de leyes electorales o incluso de la Constituci¨®n para frenar el auge de los nacionalismos y regionalismos. En un momento en que todo el mundo se pone nervioso porque, pasados los delicados momentos de la transici¨®n, vuelve a surgir el problema fundamental de Espa?a, a saber, sobre qu¨¦ bases de convivencia intercultural e internacional se construye su existencia, parece ¨²til reflexionar sobre el porqu¨¦ y el c¨®mo del (re)nacimiento de las identidades colectivas por encima o por debajo de los Estados-naci¨®n heredados del pasado. Si no es s¨®lo aqu¨ª, porque es en todas partes, entonces, ?por qu¨¦ ahora?
Una primera respuesta es que la construcci¨®n de la vida, de las instituciones y de la pol¨ªtica en torno a identidades colectivas culturales ha sido hist¨®ricamente la regla, no la excepci¨®n. La excepci¨®n, en realidad, la constituyen las sociedades construidas a partir de los Estados-naci¨®n que surgen del capitalismo y del estatismo durante la era industrial, y se prolongan en sus expresiones coloniales a trav¨¦s del planeta.
Tanto el liberalismo como el marxismo, ideolog¨ªas dominantes del ¨²ltimo siglo, aborrec¨ªan (y aborrecen) la tradici¨®n, la religi¨®n, las ra¨ªces hist¨®ricas y territoriales, y aspiraban a disolverlas e igualar a la humanidad en un mundo de ciudadanos o de proletarios sin fronteras. Un mundo organizado por el mercado y la raz¨®n en el capitalismo liberal; por el Estado y el desarrollo de las fuerzas productivas en la versi¨®n marxista. La Revoluci¨®n Francesa arras¨® las culturas populares, religiosas y nacionales existentes en su territorio mediante las oleadas sucesivas de los ej¨¦rcitos revolucionarios, el Estado napole¨®nico y la escuela laica de Jules Ferry. En cuanto al socialismo cient¨ªfico, M¨¢ximo Gorki, el intelectual bolchevique por excelencia, dijo en voz alta en 1922 lo que pensaban todos: "El pueblo ruso de las ciudades y las aldeas, bestias medio salvajes, est¨²pidos, que casi dan miedo, morir¨¢ para que pueda surgir una nueva raza humana". Aunque Stalin, que era georgiano, intent¨® arreglarlo con un Estado federal de fachada ¨¦tnica y nacional, en realidad lo empeor¨® a¨²n m¨¢s, como demuestra el hecho de que los movimientos nacionalistas, incluido el nacionalismo ruso liderado por Yeltsin durante la perestroika, fueron los que acabaron con la Uni¨®n Sovi¨¦tica.
Podr¨ªa, pues, decirse que los nacionalismos y las otras corrientes identitarias, como la religiosa, han resurgido a partir del declive hist¨®rico de las grandes construcciones pol¨ªtico-ideol¨®gicas del ¨²ltimo siglo. Por un lado, el estatismo se ha desintegrado, tanto en su versi¨®n sovi¨¦tica como en el caso de los Estados surgidos de los movimientos de liber¨¢ci¨®n nacional en buena parte del Tercer Mundo. Por ejemplo, puede demostrarse que el fundamentalismo isl¨¢mico surge como respuesta al fracaso econ¨®mico y pol¨ªtico del naclonalismo ¨¢rabe. Son los j¨®venes educados, pero empobrecidos y sin perspectivas, de las grandes urbes en que se concentr¨® una modernizaci¨®n fallida los que dirigen los movimientos islamistas
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que acabaron gobernando, por las buenas o por las malas, la mayor¨ªa del mundo musulm¨¢n.
Por otro lado, en el mundo occidental, el desbordamiento del Estado-naci¨®n por el nuevo capitalismo global y por el nuevo sistema tecnol¨®gico de comunicaci¨®n universal est¨¢ dejando a los trabajadores sin instrumentos de control social y a los ciudadanos sin formas de representaci¨®n en los procesos de decisi¨®n esenciales. Por lo cual se produce un repliegue hacia categor¨ªas fundamentales, no negociables y no disolubles por los flujos globales de capital y de informaci¨®n. Mi dios, mi cultura, mi naci¨®n, mi etnia, mi ciudad, mi barrio, existen mal que pese. Desde esas trincheras de identidad, que dan seguridad y calor humano (pero tambi¨¦n oprimen, naturalmente), se puede reorganizar la vida y encontrar nuevas formas de relaci¨®n con este mundo ins¨®lito s¨²bitamente incontrolable e impredecible. Habr¨¢ quien lo lamente, quien lo vea como una vuelta a la sociedad primitiva, a la tribalizaci¨®n. Pero el hecho est¨¢ ah¨ª. Y como para ser ciudadano del mundo de verdad hace falta tener una cuenta en Suiza, y como para hablar la "lengua com¨²n" lo que habr¨ªa que hacer, en realidad, es que todos habl¨¢ramos ingl¨¦s, y como la historia no se puede reconstruir (?volver a 1714 en Barcelona?), pero tampoco se puede fijar en un momento (por ejemplo, la naci¨®n espa?ola como entidad indivisa por la gracia de Dios), tal vez habr¨¢ que partir de las identidades en lugar de negarlas o lamentarlas.
Atr¨¢s quedan los tiempos en que las clases o los ciudadanos o los Estados o entes a¨²n m¨¢s abstractos, como los destinos universales, eran los pilares en torno a los cuales se organizaba la sociedad. En la era de la informaci¨®n, la gente construye lo que son y lo que sienten a partir de su experiencia y de sus c¨®digos culturales. Algunos eternos, como Dios. Otros hist¨®ricos, como la naci¨®n. Otros geogr¨¢ficos, como el territorio. Otros biol¨®gico-hist¨®ricos, como ser mujer. Otros personales, como ser gay. Otros electivos, como ser ecologista, viviendo en armon¨ªa con la naturaleza y con las generaciones futuras. A partir de esas identidades se puede reconstruir la ciudadan¨ªa, los derechos sociales del trabajador y la solidaridad universal con nuestra especie y con nuestro planeta. Pero partiendo de individuos y culturas concretas, tal y como la gente es y concibe su existencia.
Ciertamente, las identidades que no comunican degeneran en tribus o se exacerban como fundamentalismos, fuentes potenciales de totalitarismo y terror. Establecer pasarelas entre las identidades, favorecer su coexistencia en el marco de instituciones pluriculturales, en que los individuos y los colectivos son igualmente iguales ante la ley, es la forma de hacer democracia en la era de la informaci¨®n. Tal y como van las cosas, podr¨ªamos alumbrar un mundo hecho de tribus identitarias y mercados globales, con instituciones pol¨ªticas y sociales vac¨ªas de poder y de sentido. Pero tal vez tambi¨¦n podamos construir una federaci¨®n libre de culturas hist¨®ricas que canalicen en las redes de instituciones democr¨¢ticas transnacionales los flujos globales de riqueza y de informaci¨®n. El futuro lo haremos nosotros. A condici¨®n de que nos acordemos de que "nosotros" es primera persona. Del plural.
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