El futuro ha muerto: ?a por el pasado!
En la vida real los pu?etazos no suenan y los hombres mueren en silencio, sin que m¨²sica alguna se encargue de subrayar el dramatismo del momento. La vida, en efecto, no es una pel¨ªcula, aunque en tantas ocasiones las pel¨ªculas nos hayan ayudado a entenderla o simplemente a sobrellevarla. Tal vez sea por eso por lo que, al final, la vida misma se ha resuelto a tomar los relatos cinematogr¨¢ficos como modelo a imitar.Tenemos derecho a sospechar que algo parecido debi¨® ocurrir en el pasado con la literatura o con la historia: cumpl¨ªan tan eficazmente su funci¨®n gnoseol¨®gica o bals¨¢mica que las gentes y los pueblos terminaron deseando ser tal y como se ve¨ªan contados en ellas. Y, as¨ª, se afanaron en convertir a las personas en personajes, a las acciones en acontecimientos, etc¨¦tera. No es ahora el momento de volver sobre el signo de la operaci¨®n, sino m¨¢s bien de reflexionar sobre la vigencia que mantiene un gesto reconstructor de semejante naturaleza. Porque entre nosotros no se ha reiterado lo suficiente lo que en otros pa¨ªses es un t¨®pico indiscutido, a saber, la directa conexi¨®n existente entre el surgimiento y auge de los estudios hist¨®ricos y el desarrollo de los Estados nacionales europeos, conexi¨®n en la que al historiador le correspond¨ªa una tarea muy concreta, a saber, la de convertir su disciplina en una maquinaria productora de identidad nacional.
Tal vez el t¨®pico no se reiter¨® lo suficiente porque quedaba muy atr¨¢s, porque a esa forma, b¨¢sicamente decimon¨®nica, de entender la pr¨¢ctica historiogr¨¢fica le sigui¨® otra, muy distinta, en la que el protagonismo se desplaz¨® hacia entidades supranacionales, en la que las viejas nociones de patria o de naci¨®n parecieron definitivamente arrumbadas en beneficio de las de clase, pueblo o incluso humanidad. Durante buena parte del siglo XX, las grandes ideolog¨ªas -internacionalistas por definici¨®n- configuraron las distintas opciones historiogr¨¢ficas, que se alineaban de esta forma en paralelo a cualesquiera otras opciones pol¨ªticas. Pero, en los ¨²ltimos tiempos, aquellas viejas nociones parecen haber iniciado su regreso al escenario de la actualidad, tal vez al rebufo del fracaso de lo que fueron sus alternativas, y desde diversos lugares -incluso en apariencia heterog¨¦neos- parece reiterarse id¨¦ntico mensaje: el mejor servicio que le puede prestar la historia (y el historiador) a su comunidad es contribuir a la cohesi¨®n social mediante la producci¨®n de relatos en los que los individuos se puedan reconocer y, de esta forma, ir construyendo su identidad en cuanto ciudadanos pertenecientes a esa comunidad.
Pero del mismo modo que no hay olvido casual tampoco hay regreso inocente, como determinados acontecimientos, bien pr¨®ximos, se han encargado de acreditar. Baste con pensar en el debate suscitado a partir del proyecto de decreto sobre ense?anza de las humanidades presentado por la ministra de Educaci¨®n. Deber¨ªan habernos sorprendido, si no fuera porque ya estamos curados de espantos, los t¨¦rminos en los que pol¨ªticos y buena parte de comentaristas -se supone que cr¨ªticos con el proyecto- han planteado, en concreto, la cuesti¨®n de la ense?anza de la historia. El argumento ¨²ltimo, con muy leves retoques, se parec¨ªa mucho a ¨¦ste: vosotros ya tuvisteis vuestra oportunidad, ya consumisteis vuestro turno, ahora nos toca a nosotros; tenemos el derecho a explicar la historia a nuestra manera.
Ser¨ªa conformarse con poco extraer, a partir de lo anterior, la conclusi¨®n de que el pasado se ha convertido en un bocado apetecible para los pol¨ªticos. El asunto es de mucho m¨¢s calado. De lo que los hechos mencionados constituyen un verdadero indicio es de una transformaci¨®n radical en el mapa de las ideas, y en la funci¨®n que a ellas se les atribu¨ªa. Dig¨¢moslo de una vez: el pasado se ha convertido en el nuevo territorio de la pol¨ªtica, y probablemente s¨®lo desde esta constataci¨®n se puedan entender tanto las, perplejidades de unos como las arrogancias de otros.
Por supuesto que nos encontramos ante el episodio final de un proceso que ven¨ªa de atr¨¢s. Habr¨¢ que recordar -y no como puntualizaci¨®n erudita, sino para caracterizar adecuadamente nuestra situaci¨®n- que est¨¢bamos advertidos., De Horkheimer a Kosselleck, pasando por otras mil formulaciones m¨¢s ligeras, fueron muchos los que nos pusieron sobre aviso de la tendencia. Incluso tenemos derecho a sospechar, a toro pasado, en qu¨¦ medida el tan publicitado dictamen de Fukuyama acerca del final de la historia no hac¨ªa otra cosa en realidad que expresar, en una clave ligeramente desplazada, lo que ha terminado por hacerse evidente. A saber, que el futuro ha muerto.
Efectivamente, ha desaparecido de nuestro campo visual la idea de futuro. El tiempo venidero ha perdido los rasgos y las determinaciones que pose¨ªa aquella venerable idea, para pasar a ser el espacio de la reiteraci¨®n, de la proyecci¨®n exasperada del presente. Ya no es el territorio imaginario en el que habitan los proyectos, intenciones o sue?os de la humanidad, sino el lugar en el que lo que hay persevera en su ser. Expresi¨®n de ese nuevo convencimiento se dir¨ªa que es la forma en que se nos habla de ¨¦l: en clave de designio inexorable (casi naturalista), anticip¨¢ndonos las curvas de poblaci¨®n, advirti¨¦ndonos de las dificultades de tesorer¨ªa que tendr¨¢ la hacienda p¨²blica dentro de treinta a?os, o cosas por el estilo.
Tal vez sea porque incluso los sectores que anta?o se autodenominaban progresistas han ido asumiendo este convencimiento -esto es, han ido percibiendo el nulo margen de actuaci¨®n que un futuro as¨ª entendido les dejaba-, por lo que sus propuestas han ido girando, de manera creciente, hacia el pasado. Como si no quedara m¨¢s proyecto posible que el de mantener lo mejor de lo que hubo. Como si nada otro (que no sea terror¨ªfico) pudiera ni tan siquiera ser pensado. Seg¨²n parece, la esperanza pas¨® de largo ante nosotros sin que nos di¨¦ramos cuenta: ahora, algo tarde, debemos aplicarnos a salvar aquello que era, sin nosotros saberlo, nuestro ¨²nico horizonte.
No tendr¨ªa que ser ¨¦sta la ¨²ltima palabra. El lenguaje del fracaso, la derrota o el error no debiera ser la antesala del de la fatalidad, el destino o la condena. El horizonte, a Fin de cuentas, est¨¢ en aquella direcci¨®n en la que uno rija la mirada. Los hay, sin duda, que se relamen levantando el acta de defunci¨®n del futuro. Se comprende su satisfacci¨®n: llevaban d¨¦cadas intent¨¢ndolo. En lo sucesivo -piensan- no les har¨¢ falta plantear compromisos de futuro. Enfrente, es cierto, est¨¢n cada vez m¨¢s solos quienes apuestan por mantener los conceptos de propuesta y de programa, quienes entienden que sin la dimensi¨®n proyectiva de la subjetividad no puede emerger el concepto de ciudadano.
Pero el pasado no puede estar a merced de la voluntad, como tampoco puede ser el espacio de la pol¨ªtica, por la misma raz¨®n y en el mismo sentido en el que decimos que la historia deja de serlo cuando se transforma en un d¨®cil instrumento al servicio de ideolog¨ªas o patrias. Ahora bien, dif¨ªcilmente se podr¨¢ defender al pasado de esas agresiones sin una concepci¨®n algo distinta de la historia, que permita escapar a la se?alada disyuntiva entre una historia ya imposible y una historia indeseable. Tal vez debiera ser ¨¦sa la verdadera cuesti¨®n a debatir.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.