Carta abierta al presidente de la Rep¨²blica Argelina
Se?or Presidente: Las cuatrocientas mujeres, ni?os y ancianos asesinados en Relizan y en los pueblos cercanos representan una escalada a¨²n m¨¢s infernal que las anteriores. Por eso es a usted a quien quiero dirigirme directamente en este comienzo de a?o.Me gustar¨ªa decirle lo que piensa una persona -nacida en Argelia y que desde hace medio siglo ha seguido siendo amigo de su pueblo en todas las circunstancias- de las desgracias que siguen golpeando, a¨²n y sin cesar, a su pa¨ªs. Se dir¨¢ que no soy el ¨²nico que piensa lo que pienso; y sobre todo, que por todos lados le est¨¢n diciendo lo que debe pensar y hacer.
Sigo considerando que al menos hay una cosa que muy raramente le dicen tanto sus enemigos como sus amigos y, sobre todo, la gran masa de desesperados y desencantados. Se expresa en una frase: en este mundo hay una desgracia a¨²n mayor que la muerte: morir por nada. Los argelinos que trat¨¦ en otro tiempo no dudaban en morir por la independencia de su pa¨ªs. Los j¨®venes argelinos con los que me encuentro actualmente no saben por qu¨¦ ni por qui¨¦n corren el riesgo de morir a cada momento. En el mejor de los casos, s¨®lo piensan en abandonar su pa¨ªs.
Por este motivo no me limitar¨¦ a tranquilizar mi conciencia a bajo coste dici¨¦ndole: "?Detenga la masacre! ?Firme la paz!", sin decirle qu¨¦ soluci¨®n m¨¢gica yo podr¨ªa poseer. No le conminar¨¦, desde mi comodidad parisiense, a elegir entre la protecci¨®n total e inmediata de su pueblo y la negociaci¨®n con los asesinos a cualquier precio. En mi opini¨®n, los b¨¢rbaros no han dejado de ser b¨¢rbaros por el hecho de que usted no consiga vencer su barbarie. Ni siquiera le dir¨¦ que no a?ada sus cr¨ªmenes a los de ellos: s¨¦ que no podr¨ªa. Toda guerra civil es espantosa. No es necesario hacer referencia a los afganos. Los irlandeses y los vascos saben a qu¨¦ demencia indiscriminada pueden conducir los conflictos fratricidas.
Usted crey¨® poder acabar con el problema y mencion¨® imprudentemente' el "terrorismo residual", olvidando que los residuos del ¨²ltimo momento son m¨¢s explosivos que los dem¨¢s. Crey¨® que su deber era contar con los campesinos para que se encargaran de garantizar su propia defensa contra el salvajismo de las bandas armadas, olvidando el hecho de que ya no estaban ni organizadas ni dirigidas. Creo saber la raz¨®n.
No hay m¨¢s que mirar un mapa y las interminables fronteras de este gigantesco territorio que traz¨® la colonizaci¨®n para su provecho. Dichas fronteras requieren, casi por doquier, a una parte importante de su Ej¨¦rcito, sobre todo en los confines entre Argelia y Marruecos, debido al conflicto del S¨¢hara y a que en ambas partes sigue habiendo un complejo obsidional. Porque, sobre todo tras la desaparici¨®n de Mohamed Budiaf, ya no queda -?qu¨¦ atolladero!- un solo l¨ªder con una visi¨®n global y a largo plazo del Magreb. Y, si a?adimos a las misiones fronterizas la funci¨®n pretoriana de un cierto n¨²mero de sus legiones, se aprecia claramente que usted no dispone ni siquiera de la cuarta parte de las fuerzas que Francia envi¨® a la guerra de Argelia en 1959 y 1960, con el fin de obtener, al menos sobre el terreno, una victoria puramente militar. En cierto modo se encuentra con las manos atadas. Est¨¢ condenado a los horribles excesos represivos de un Ej¨¦rcito reducido, as¨ª como a las atroces incertidumbre de la autodefensa garantizada por una poblaci¨®n que no estaba destinada a ello.
Se?or Presidente, para colmo, una estremecida mala conciencia se ha apoderado de gran n¨²mero de europeos que consideran ya que no es posible asistir, desde lejos y sin reaccionar, a este espect¨¢culo que les hace sentirse culpables de no prestar ayuda a un pueblo en peligro. Un gran movimiento de solidaridad se ha traducido as¨ª en el deseo de que una comisi¨®n internacional pudiera informamos de la situaci¨®n real de su pa¨ªs y de los responsables de los horrores. Conociendo a los argelinos, nunca he pensado que usted aceptar¨ªa esta iniciativa. A pesar de ello, he firmado una petici¨®n en este sentido simplemente para tranquilizar a la poblaci¨®n argelina sobre la intensidad de nuestra solidaridad y el celo de nuestra indignaci¨®n.
Jam¨¢s pens¨¦ que usted fuera a aceptar la comisi¨®n internacional, pues s¨¦ que en Argelia la vida siempre ha valido menos que la lucha contra la humillaci¨®n. Y ser¨ªa humillarle pretender pedirle cuentas y dar la impresi¨®n de que usted mismo podr¨ªa estar entre los acusados. La situaci¨®n exig¨ªa hacerlo, pero yo sab¨ªa que usted no pod¨ªa aceptar. Siempre supe que, de todos los ¨¢rabes que han sufrido la humiIlaci¨®n bajo los imperios otomano, brit¨¢nico y franc¨¦s, y llevan dos siglos sin consuelo, los argelinos son definitivamente los que m¨¢s humillados se han sentido. S¨¦ que hoy en Argelia se est¨¢ m¨¢s humillado que nunca. Precisamente porque hubo una gran ocasi¨®n de salir de la humillaci¨®n gracias a la independencia, los sacrificios, el petr¨®leo, el gas, a unas ¨¦lites formadas, un pueblo rebelde y, finalmente,una juventud maravillosa. Pocas, muy pocas, un pa¨ªs ha desperdiciado tantas oportunidades de forma tan radical y en tan poco tiempo.
Tambi¨¦n soy consciente de su exasperaci¨®n ante la reacci¨®n de las opiniones p¨²blicas cuando le someten a juicio en lugar de denunciar a los autores de las matanzas.
Sucede adem¨¢s que le achacan algunas de esas masacres. A este respecto, tengo que reconocer que he cambiado varias veces de opini¨®n debido a la presi¨®n de las diferentes maniobras de intoxicaci¨®n de servicios m¨¢s o menos secretos y de testimonios m¨¢s o menos autorizados. He comprendido que hab¨ªa bienpensantes que, por razones estrat¨¦gicas e incluso espirituales, ten¨ªan tanto deseo de separar la imagen del islam de todas las barbaries que estallan en Argelia que hac¨ªan todo lo posible para persuadirse -y para convencer- de que la responsabilidad de la violencia era una responsabilidad compartida. Desean considerle un poco menos inocente para que los ultrarreligiosos aparezcan como un poco menos culpables. Pero creo poder decir hoy que nadie, en todo caso nadie de los Gobiernos europeos e incluso del Gobiemo brit¨¢nico, posee la prueba de la responsabilidad directa del Ej¨¦rcito argelino oficial en las razias de pueblos enteros.
Por eso es por lo que, a diferencia de los dem¨¢s, le digo: no es la paz a cualquier precio lo que pedimos, se?or Presidente. En absoluto. Pero, sin embargo, hay que recordarle constantemente
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que tiene un pecado que expiar, un pecado contra la democracia ritual: el que cometi¨® al interrumpir el proceso electoral de 1992, en cuya primera vuelta los islamistas barrieron. En ese momento yo escrib¨ª: 'Tocas veces una medida tan antidemocr¨¢tica ha aliviado a tantos dem¨®cratas". Pero a?ad¨ªa que hab¨ªa que dar pruebas de que los que hab¨ªan considerado que era necesario suspender la forma de la democracia eran capaces de hacer realidad el. fondo. ?Se hab¨ªa traicionado la letra?, pues era absolutamente necesario saber que hab¨ªa sido en favor del esp¨ªritu.
Lo que usted debe dar, pues, solemnemente a su pueblo (para evitar que, en su inconsciente colectivo, le asocie a los manipuladores de elecciones de la colonizaci¨®n) son aut¨¦nticas razones para combatir o morir por una aut¨¦ntica democracia. En cuanto se las d¨¦, todos se sentir¨¢n, tanto interna como externamente, solidarios con su combate y, por nuestra parte, dejaremos de exponernos al riesgo de hacer el juego a los integristas mediante balidos pacifistas.
?C¨®mo dar esas razones? En primer lugar y ante todo, logre, se?or Presidente, que nadie pueda decir que usted se parece, ni de lejos ni de cerca, a sus enemigos; que su sociedad no difiere radicalmente de la que ellos quieren instaurar; que para luchar contra el integrismo usted quiere instituir el fundamentalismo (o a la inversa). Logre que todos est¨¦n convencidos de que su islam no es el del islamismo; que su concepci¨®n de la char¨ªa no es la de los degolladores de ni?os; que su estatuto de la mujer no es tan retr¨®grado, ni su ense?anza escolar tan oscurantista como los que durante, 30 a?os se impusieron en el FLN y con los que los islamistas podr¨ªan, en ¨²ltimo caso y provisionalmente, contentarse.
?De qu¨¦ se muere el alma de Argelia? De parecer privada definitivamente de porvenir. De ver como ¨²nico horizonte el exilio, la muerte o "el muro", como dice uno de los suyos, que se ha refugiado en la diversi¨®n para mejor expresar la deseperaci¨®n llegando incluso al nihilismo autocr¨ªtico. Decid¨ª comenzar mi a?o y su Ramad¨¢n yendo a ver a Fellag, ese ''comico'' si es que se le puede llamar as¨ª, que intenta controlar la maldici¨®n sumergi¨¦ndose en ella. Su desesperaci¨®n suscit¨® una ovaci¨®n de todos los j¨®venes argelinos presentes en la sala. Era una especie de ceremonia de euforia suicida. Cuanto m¨¢s abrumaba a los argelinos por haber nacido en Argelia, m¨¢s le aplaud¨ªa su p¨²blico, as¨ª maldito.
?C¨®mo pretende usted que esos j¨®venes (los dos tercios de la poblaci¨®n) tengan ganas de combatir el terrorismo si van a continuar viviendo en una sociedad a la que con tanto empe?o han embrutecido y postrado? Los isla mistas tienen un proyecto infernal, como el que tuvo Pol Pot en Camboya. La respuesta a ese proyecto no puede ser simple mente el conservadurismo en un r¨¦gimen que precisamente ha provocado la existencia de todos los Pot Pot del islam. En realidad es casi una suerte para usted que sus enemigos se excluyan de la humanidad mediante sus actos inhumanos. Pues, dada la nada espi ritual y pol¨ªtica en que con siste su universo, si se hubieran contentado con orar, Argelia ha br¨ªa ca¨ªdo en sus sangrientas manos como un fruto maduro. Entonces, se?or Presidente, no permita que se pueda pensar que el modo de mantenerse en el poder no le deja en posici¨®n de exigir a los islamistas que accedan a la democracia y a la aceptaci¨®n de la alternancia.
En el fondo quiz¨¢ haya sido Fellag el que ha hecho que me decida a escribirle, se?or Presidente. S¨ª, un chansonnier, un saltimbanqui, un c¨®mico que algunos dicen que copia a Coluche, o a Bedos, o a Boujennah, y que en realidad es incre¨ªblemente ¨²nico, aut¨¦ntico, porque est¨¢ m¨¢s terriblemente desesperado que los otros tres, porque va hasta el fondo del escarnio en los cementerios, los grandes cementerios a los que abastecen todos los d¨ªas los asesinos, degolladores, destripadores, violadores. ?l me ha hecho pensar que cuando una sociedad llega hasta el punto de secretar un Fellag, s¨®lo queda una amarga sonrisa para disimular su maldici¨®n. S¨¦ que gente como Bemard-Henri Levy, tras una semana de visitas y entrevistas en Argelia, ha declarado, que plantear la cuesti¨®n "?qui¨¦n mata a qui¨¦n?` era plantear una cuesti¨®n obscena. Tengo tendencia a pensar lo mismo. Deseo pensarlo. Necesito convencerme. Lo logro, dici¨¦ndome que la permanencia del terrorismo asesta un golpe tan fatal a la soberan¨ªa argelina que habr¨ªa que a?adir el vicio al sadismo para estar a la altura de los criminales.
Queda por decir, se?or Presidente, que todo lo que permanece de sano en su pa¨ªs no est¨¢ paralizado por. la cuesti¨®n de ''?qui¨¦n mata a qui¨¦n?'' (sobre el terreno, da la impresi¨®n de que lo saben muy bien), sino de "?c¨®mo hemos podido llegar a esto?''. ?Qu¨¦ ha sido de la juventud m¨¢s rebelde del mundo para que la veamos enrolada en la locura afgana?, ?c¨®mo es posible que la arabizaci¨®n sovietizada haya basculado hacia el fracaso hasta el punto de producir monstruos tan extra?os a Argelia? Hay que responder a estas cuestiones. Hay que ejercer no el derecho, sino el deber de hacer balance. S¨®lo denunciando todas las responsabilidades pasadas se podr¨¢ pensar, sin provocar rechazo y c¨®lera, en una posibilidad de futuro para los argelinos. De nuevo, y dado que ya no creen en nada, s¨®lo razones de morir pueden un d¨ªa llegar a ser razones de esperar y de vivir.
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