Papeles pintados
Un d¨ªa, mi madre sali¨® desnuda al pasillo y, cogi¨¦ndome enloquecida por los hombros, me orden¨® que fuera corriendo a la droguer¨ªa y gritara que empapelar era m¨¢s sencillo que pintar.-?Para qu¨¦? -articul¨¦ yo, intentando desviar la mirada de sus pechos, sin conseguirlo, me parece.
-Dan un premio al primero que llegue. Corre. Era el primer d¨ªa que me levantaba de la cama despu¨¦s de haber estado una semana enfermo, con anginas, as¨ª que hice un movimiento de rebeli¨®n frente a su brusquedad: no era manera de tratar a un convaleciente. Pero ella me lanz¨® de un empuj¨®n escaleras abajo y de s¨²bito me vi corriendo como un loco hacia Luis Cabrera intentando que el recuerdo de sus senos, que todav¨ªa bailaban delante de mis ojos, no me impidiera totalmente la visi¨®n de los coches. Deduje que acababa de quitarse el camis¨®n cuando oy¨® el anuncio por la radio. Y es que hab¨ªa, en efecto, una marca de papeles pintados que se presentaba cada d¨ªa en la droguer¨ªa de un barrio diferente y desde all¨ª lanzaba un reto absurdo a sus habitantes a trav¨¦s de las ondas. El premio era un viaje a Canarias, creo, adem¨¢s de media docena de rollos de papel pintado. Una fortuna para la ¨¦poca. Y la posibilidad de salir en la radio y que te escucharan los, abuelos, los vecinos, las madres de tus compa?eros.
Todas estas promesas engrasaban mis piernas, que jam¨¢s hab¨ªan alcanzado semejante coordinaci¨®n motora. Hac¨ªa mucho fr¨ªo, pero yo sudaba imaginando la foto en la que se nos ve¨ªa a mis padres y a m¨ª delante del avi¨®n que nos llevar¨ªa a las islas. "Enfermo de anginas, gana un viaje a Canarias", rezaba el titular del Ya, el peri¨®dico apto para menores que se le¨ªa en casa (si mi padre levantara la cabeza). Se trataba, en fin, de una oportunidad para convertirme en h¨¦roe, quiz¨¢ la ¨²nica que me ofrecer¨ªa la vida si era cierto aquello de que la suerte s¨®lo pasa una vez por tu puerta. A medida que aumentaba el rendimiento muscular, o¨ªa una sucesi¨®n de peque?os estallidos dentro de m¨ª, como si estuviera relleno de ves¨ªculas o divert¨ªculos que explosionaran v¨ªctimas de aquel esfuerzo excepcional. Ignoraba si era grave, pero no pod¨ªa parar a escucharme.
La campa?a se hab¨ªa hecho famosa, pero nadie pens¨® que la marca de papeles pintados se dignara caer por Prosperidad, un barrio perif¨¦rico y dejado de la mano de Dios. Nosotros viv¨ªamos en Canillas, relativamente cerca de la droguer¨ªa. Los ni?os de mi calle se encontraban en el colegio, as¨ª que por ese lado no ten¨ªa competidores. En cuanto a los hombres, estar¨ªan en sus trabajos o en sus paros. S¨®lo quedaban las mujeres, a la mayor¨ªa de las cuales habr¨ªa sorprendido el anuncio desnudas como a mi madre. Un infierno de mujeres desnudas me cubri¨® de nuevo la visi¨®n, pero logr¨¦ deshacerme de ella, aunque por aqu¨ª y por all¨¢ quedaron hombros desnudos y pechos balance¨¢ndose. Dios m¨ªo, no he podido olvidar el baile de aquella multitud de pechos mientras trotaba hacia la gloria o hacia Canarias, que estaban en la misma direcci¨®n. De haber continuado corriendo a aquel ritmo, sin parar, habr¨ªa llegado a Tenerife sobre las aguas y, adem¨¢s de en el peri¨®dico, me habr¨ªan sacado en la Biblia.
Al doblar una esquina tropec¨¦ con un cojo que cay¨® al suelo, pero resolv¨ª con incre¨ªble celeridad la duda moral de si ayudarle a levantarse o continuar corriendo: continu¨¦ corriendo. Por fin, con los pulmones m¨¢s arrugados que un par de calcetines sucios, llegu¨¦ a la droguer¨ªa, a cuya puerta hab¨ªa una multitud que me abri¨® paso horrorizada. Alcanc¨¦ el mostrador, y, aunque sab¨ªa que se me hab¨ªan adelantado 30 o 40 personas, grit¨¦ que empapelar era m¨¢s sencillo que pintar. Lo curioso es que no me sali¨® de la boca ni una palabra, como si hablara debajo del agua. Entonces ca¨ª al suelo v¨ªctima de mi primera lipotimia.
Siempre hay alguien que vive m¨¢s cerca que t¨² de la droguer¨ªa del barrio; s¨®lo el infierno est¨¢ siempre a la vuelta de la esquina eso es lo que aprend¨ª. La vida no volvi¨® a darme una oportunidad como aqu¨¦lla, lo que es de agradecer. En cambio, durante los d¨ªas siguientes logr¨¦ sacarle alguna rentabilidad a la culpa de mi madre, cuyos pechos contin¨²an siendo la medida de todas las cosas. El sexo es el premio de los perdedores.
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