El Rubicon
Caminaba hacia el micr¨®fono que me presta la SER pensando en el tema del d¨ªa: el nuevo crimen vasco. Al amanecer se desperezan las utop¨ªas y se me ocurri¨® que si llegase un d¨ªa en que el acto salvaje tuviera solamente unas l¨ªneas en la p¨¢gina de sucesos, ese d¨ªa acabar¨ªa el terrorismo. Pensaba en ello porque me daba cuenta de que me estaba encaminando a colaborar con los asesinos. Es f¨¢cil forzar la portezuela de un coche seleccionado, poner una bomba retardada debajo del asiento del conductor y esperar: minutos despu¨¦s toda Espa?a gritar¨¢ de indignaci¨®n y de dolor, y los gritos durar¨¢n d¨ªas y d¨ªas, y viajar¨¢n por el mundo; y las grandes personalidades del pa¨ªs cambiar¨¢n su vida para acudir al lugar del drama. Eso estimula mucho al que mata. El terrorismo habr¨¢ ganado, otra batalla. En el mundo s e sabr¨¢n sus prop¨®sitos; y que hay una impotencia de la fuerza para vencerle y de la cultura para convencerle, y de la pol¨ªtica para negociar. Pero ?c¨®mo callarse? A veces gritar el dolor civil es peor; pero no se puede callar. Mi propia profesi¨®n, y las creencias que a¨²n tengo en ella, me indican lo contrario: que se sepa todo, que se hable, que se conozca lo que est¨¢ pasando. Es un pensamiento residual: en la larga noche de la censura, apenas salido de una guerra y de una infancia, pensaba en que el d¨ªa que todo se supiera y, todo se debatiera, la sociedad habr¨ªa alcanzado su mejor nivel posible. Ahora ya s¨¦ que no. Ya s¨¦ que se clama contra la injusticia y la injusticia aumenta; que se descubre el fondo del hambre pero que no se ciega. Ya s¨¦ que se grita contra la estupidez, y la estupidez aumenta valerosamente. Dije por el micr¨®fono al ministro del Interior, a¨²n con toda la distancia que procuro guardar con cualquier ministro del Interior, que est¨¢bamos todos a disposici¨®n del Gobierno para lo que hiciera: pero ya estaba yo pensando que no puede hacer nada. Desesperarse como todo el mundo, excepto los que se regocijan. Record¨¦ una frase de Malraux parla la grandeza del general De Gaulle: "Nos llev¨® hasta el Rubic¨®n, y nos dej¨® en la orilla pescando con ca?a". El Rubic¨®n no lo pasa nadie; y Malraux termin¨® su vida de aventurero blanqueando las fachadas de Par¨ªs, como ministro de Cultura. El ministro barbot¨® algo sobre "el esp¨ªritu de Ermua": Ermua fue el Rubic¨®n en el que los bravos se quedaron a pescar.
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