La bestia
Hoy quer¨ªa escribir sobre Argelia, pero en los ¨²ltimos d¨ªas el sabor de la sangre me ha inundado la boca de tal modo que ahora no s¨¦ bien en qu¨¦ espanto centrarme, sobre qu¨¦ precipicio levantar el fr¨¢gil andamio de mis frases, con la esperanza incierta de que, por medio de palabras, podamos entre todos detener este espanto. Porque han matado a Iruretagoyena, vasco, dem¨®crata, representante de su pueblo. Lo han matado los feroces, cada vez m¨¢s feroces y m¨¢s salvajes, cada vez, sobre todo, m¨¢s cobardes, porque matar a un civil en una democracia es algo facil¨ªsimo, basta con haber perdido el coraz¨®n. Ahora la verdadera heroicidad, esto es una perogrullada de tan obvio, consiste en seguir apostando por la tolerancia, como todos esos concejales del PP, como tantos vascos que, frente a los asesinos, no tienen m¨¢s defensa que la modesta grandeza de sus palabras, y la incierta esperanza de hacerles entender y de entenderse.Pero tambi¨¦n Argelia. Esos ni?os destripados, crucificados. Esas adolescentes violadas y despu¨¦s abiertas en canal. El ¨²ltimo informe de Amnist¨ªa Internacional contiene espeluznantes datos sobre el Ej¨¦rcito argelino; y sobre la colaboraci¨®n en la carnicer¨ªa de al menos una parte de las fuerzas armadas. Ha habido pueblos que fueron exterminados por los integristas mientras un cord¨®n del Ej¨¦rcito rodeaba la localidad, impidiendo que las v¨ªctimas escapasen y que las milicias de autodefensa entraran en la aldea para ayudarles (igual que la connivencia policial en Chiapas).
Argelia, el Pa¨ªs Vasco: en realidad estamos hablando de la misma bestia, del fanatismo, del odio inculto y ciego. Es tan grande la bestia, tan perseverante, que a veces las palabras (y las esperanzas) se marchitan. Y, sin embargo, hay que seguir diciendo. Hay que seguir creyendo. Y hay que seguir luchando.
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