A las dos, en casa
Para acabar con los problemas que generan los j¨®venes noct¨¢mbulos que beben, desbeben, y a veces se desviven, en calles y plazas, la autoridad municipal ha ordenado cerrar los bares a las dos de la madrugada. A primera vista tal medida parece incongruente, pues condena a beber a la intemperie a muchos de los que hasta ahora lo hac¨ªan a cubierto en locales autorizados, sin armar bulla ni ensuciar las aceras y los parterres con sus detritus.Pero no existe tal incongruencia, los mentores de la idea saben perfectamente que el adelanto en la hora del cierre no har¨¢ sino incrementar las dimensiones del problema, agravarlo hasta que los vecinos de las zonas afectadas por las ruidosas turbas noct¨ªvagas, entre el insomnio y el ataque de nervios, soliciten de las autoridades municipales lo que las tales autoridades estaban deseando desde un principio, que los bares cierren a las diez o que no abran nunca.
Por regla general, los bebedores adolescentes, consumidores de litronas, kalimotxos y otros brebajes innombrables, beben lo que beben, tirados en cualquier esquina, porque carecen de la liquidez necesaria para procurarse sus l¨ªquidos embriagadores a pie de barra. Pues bien, a partir de ahora y con el nuevo horario, esa turba se ver¨¢ engrosada por noct¨¢mbulos de mayor edad y mayor presupuesto, aunque no suficiente para continuar la velada en uno de los establecimientos no afectados, discotecas y salas de fiestas donde las consumiciones son mucho m¨¢s caras y los porteros tienen agudizado el olfato para detectar las carteras escu¨¢lidas y prohibir el paso a sus portadores.
Como en otros y m¨¢s amargos tiempos, la noche de Madrid volver¨¢ a ser coto cerrado, campo de juego de ricos y de golfos que se mover¨¢n entre grandes y relucientes superficies y oscuros tugurios donde s¨®lo se entra conociendo la contrase?a. Vieja costumbre resucitada ya en los a?os m¨¢s feroces de Angel Matanzo, exterminador de los ¨²ltimos virus de la movida, para acceder a ciertos espect¨¢culos nocturnos en peque?os locales con licencia para expender alcohol y decibelios enlatados pero sin permiso para ofrecer ni siquiera una guitarra y una voz en vivo.
El adelanto en Ia hora de cierre nocturno es una medida m¨¢s, quiz¨¢s el colof¨®n de una lucha soterrada contra la existencia de los discobares, bares de copas y cafetines nocturnos, una lucha entre grandes y peque?os peces de la noche, entre grandes empresas y peque?os negocios. Una lucha en la que la derecha municipal siempre ha tomado partido por los tiburones del sector que engrosan y engrasan sus arcas y sus urnas, grandes escualos preocupados por el auge de sus modestos y avispados competidores, con una oferta m¨¢s l¨²dica y econ¨®mica que la suya.
Los bebedores a la intemperie han sido la ¨²ltima carnada del anzuelo arrojado en el r¨ªo revuelto de la nocturnidad madrile?a con alevos¨ªa y premeditaci¨®n, aprovechando los rigores climatol¨®gicos y monetarios de la cuesta de enero, cuando m¨¢s flaquea el ¨¢nimo y el, bolsillo de la fiel clientela para asestar el golpe de gracia a unos locales que casi siempre viven en el filo de la navaja. Un bajonazo que enviar¨¢ al paro, o al metro, a cantautores y camareros, poetas callejeros y vendedoras ex¨®ticas de flores, malabaristas y cupletistas, rockeros, fot¨®grafos, pintores, echadoras de cartas, gur¨²s de barrio, tenderos de frutos secos, delincuentes de poca monta y guardias de la porra. Salvo estos ¨²ltimos, un sector de la poblaci¨®n de escaso potencial electoral para el PP, a¨²n m¨¢s escaso tras la adopci¨®n de este tipo de medidas.
Al Ayuntamiento, que entierra sus problemas en vez de solucionarlos, le gustar¨ªa mantener encerrados a los j¨®venes noct¨¢mbulos en los aparcaderos subterr¨¢neos de las discotecas, donde cada copa y cada decibelio pagan sustanciosos impuestos, y a los noct¨¢mbulos de m¨¢s edad, enclaustrados frente al televisor o desgastando peluche en el cabar¨¦, la sala de fiestas o la whisquer¨ªa atendida por bellas se?oritas. As¨ª fue toda la vida hasta que, a mediados de los a?os setenta, un grupo de j¨®venes hosteleros pens¨® que los bares pod¨ªan servir para otra cosa adem¨¢s de beber, jugar a las cartas y hablar de f¨²tbol, de toros y de mujeres.
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