Protestados
La existencia de grandes mitos musicales conlleva, junto al ¨¦xito, alg¨²n peligro extremado. Por ejemplo, que por una tarde se derrumben, tal y como ha sucedido en Madrid a la legendaria Filarm¨®nica y al maestro Lorin Maazel, ruidosamente protestados al final del Bolero de Ravel hasta el punto de que no hubo ocasi¨®n de, propina alguna. La cosa es tan inhabitual que forzosamente la cr¨ªtica cede parte de su lugar a la cr¨®nica.El octavo programa de Iberm¨²sica encerraba en s¨ª mismo algo de la bomba que luego explot¨®. Primer error manifiesto: como en alguna otra ocasi¨®n, Maazel ocup¨® casi toda la primera parte de la sesi¨®n con una obra propia: M¨²sica para flauta y orquesta. Lo peliagudo es conformar a una audiencia ilusionada para escuchar a los filarm¨®nicos vieneses cuando el Maazel compositor desplaza a Haydn, Mozart o Beethoven. Bien escrita, mas no demasiado imaginativa, la obra recibi¨® aplausos suficientes como para que el maestro bisase uno de sus n¨²meros, el m¨¢s amable y halagador. Antes, la obertura de Rosamunda (El arpa m¨¢gica), de Schubert, fue expuesta con m¨¢s calidad y limpieza que dosis encantatoria. Aun dir¨ªa que con expresi¨®n indiferente.
Maurice Ravel llenaba la segunda parte con dos obras de aliento hisp¨¢nico: la Rapsodia espa?ola y el Bolero. Las cuatro piezas de la primera sonaron con gran claridad, refinada ejecuci¨®n, detallismo, matizaci¨®n calibrada y cierta cortedad de aliento po¨¦tico. Ante una versi¨®n as¨ª, Manuel de Falla ver¨ªa injustificada su calificaci¨®n de "m¨¢gico prodigioso" para Ravel, pues en Maazel prim¨® la l¨®gica anal¨ªtica.
Y lleg¨® el Bolero. Nada habr¨ªa provocado la discutible versi¨®n si no hubiera sido por los reiterados fallos de alg¨²n solista, tan llamativos como impropios de una Filarm¨®nica de Viena. Maazel, como otros grandes directores, apresura el tiempo que el Bolero reclama por la tradici¨®n del aire espa?ol y por el esp¨ªritu que le infundi¨® Ravel: dejadez meridional, calma de siesta soleada y discurrir perezoso. Es conocida la an¨¦cdota del m¨²sico franc¨¦s con el director Koussevitzki cuando le escuch¨® el Bolero en Par¨ªs. Al saludarle, el director demand¨®: "?Le gusta mi Bolero?". Ravel, con la impertinencia accidental de los t¨ªmidos, respondi¨®: "Mucho. Yo tambi¨¦n he compuesto un bolero que se le parece bastante". El agudo maestro cerr¨® el breve di¨¢logo: "S¨ª, pero el m¨ªo logra mayor ¨¦xito".
Pero insisto: la raz¨®n, quiz¨¢ elemental, de la protesta no fue otra si no la sucesi¨®n de fallos que provoc¨®, junto a los aplausos de una parte de la audiencia, el sonoro ulular de otra parte bastante nutrida y empecinada. Saludaron director y orquesta un par de veces y as¨ª acab¨® todo. Nada grave en el fondo, pero inhabitual en nuestro medio conformista. Los filarm¨®nicos seguir¨¢n donde est¨¢n y Maazel en su lugar, bien favorito de los mel¨®manos madrile?os desde que en 1956, al filo de sus 25 a?os, los visitara por vez primera.
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