El hombre de rojo
Hace ahora 28 meses que una pala excavadora desenterr¨® el cad¨¢ver de Anabel Segura en un paraje de Toledo. Hab¨ªa permanecido all¨ª 900 d¨ªas -del 12 de abril de 1993 al 29 de septiembre de 1995- y su hallazgo puso fin a un desgraciado suceso que tardar¨¢ mucho tiempo en olvidarse. Hasta ese d¨ªa, yo hab¨ªa deseado que ella estuviera muerta, que todo hubiera terminado, que no se encontrara en un agujero, consciente, a merced de sus raptores, porque vivir en esas condiciones me parec¨ªa peor que la misma muerte; sin embargo, han pasado los a?os y ya no estoy tan seguro. Eran otros tiempos, naturalmente, y no es posible recuperarlos sin dejarse arrastrar por el presente, pero no creo equivocarme al afirmar que ya por entonces se present¨ªa un desenlace fatal.Desde el principio, toda informaci¨®n sobre el caso nos hab¨ªa llegado a r¨¢fagas, confusa, imprecisa, como si las pistas apuntaran en varias direcciones, y ello facilit¨® que la fantas¨ªa popular se desbordara: se dijo que el autor era un psic¨®pata de la propia urbanizaci¨®n, que los secuestradores se hab¨ªan equivocado de v¨ªctima, que el rapto obedec¨ªa a una venganza, que Anabel estaba retenida en un har¨¦n clandestino de Oriente Medio; o en Valencia, en manos de una secta. Habladur¨ªas, en fin, sin fundamento, morbosas y descabelladas, que demostraban hasta qu¨¦ punto la desorientaci¨®n mandaba en la calle. Entretanto, la polic¨ªa callaba, se estrujaba los sesos y empezaba a temerse lo peor; esto es, que el secuestro hubiera surgido al azar y que sus autores no fueran profesionales.
Un revoltijo que termin¨® aquella noche de septiembre, cuando a eso de las diez surgi¨® la noticia: tres personas hab¨ªan sido detenidas en relaci¨®n con el caso y la polic¨ªa buscaba el cad¨¢ver en la provincia de Toledo. A continuaci¨®n, alguien revela un dato estremecedor: Anabel fue asesinada el mismo d¨ªa del secuestro. Once de la noche: los despachos de agencia saturan los teletipos, los peri¨®dicos retienen sus portadas y la radio y la televisi¨®n emiten programas especiales. Once y cuarto: se extiende otro, rumor con fuerza: el cad¨¢ver ha sido hallado en una finca de Villaluenga, comarca de la Sagra, Toledo. El alcalde de este pueblo, sin embargo, lo desmiente en antena y el rumor se esfuma.
Once y media: las tertulias nocturnas han cambiado de formato y acaparan el tema. Participan los oyentes: en la mayor¨ªa se percibe rabia, indignaci¨®n; en algunos, desconcierto; en dos o tres, pena. Se habla de la necesidad de revisar el C¨®digo Penal, de Lindbergh, de los cromosomas, de la escuela alemana de psiquiatr¨ªa, de la presunci¨®n de inocencia y del juez Linch. Todo, de un modo sombr¨ªo y desordenado.
Doce y media: se oye por primera vez un nombre: Numancia de la Sagra. Hacia all¨ª parte un equipo judicial. La informaci¨®n torna cuerpo y 50 minutos despu¨¦s las televisiones empiezan a ofrecer la imagen de una excavadora removiendo la tierra.
A su alrededor se ven polic¨ªas, escombros, matorrales resecos, focos de luz, y al fondo, los campos, casi ocultos en la oscuridad de la noche. Entre los presentes, un hombre vestido de rojo, cabizbajo y esposado, se?ala d¨®nde hay que cavar. Y es curioso: tambi¨¦n para ¨¦l, aunque de mala manera, y a su pesar, hab¨ªa llegado el descanso. Dan las tres, las cuatro, las cinco, y la excavadora sigue buscando, rugiendo y abriendo la tierra del descampado. Y a las siete, cuando el amanecer ya asorna por el horizonte, encuentra por fin el cuerpo.
Ahora, 28 meses despu¨¦s, el hombre de rojo, su esposa y un compinche han sido juzgados por estos hechos. Por secuestrar y asesinar a una chica que simplemente "pasaba por all¨ª". Bien triste y canalla es el destino, bien subversivo, y uno, como de pasada, se dice: sea, que se les juzgue y se les pene en consecuencia. Que la iniquidad no quede impune.
Pero en el fondo s¨®lo es un gesto de impotencia, porque poco importa ya el n¨²mero de a?os que purgue esta gente. Cinco, quince, treinta, ninguno de ellos aliviar¨¢ a las v¨ªctimas, ni restaurar¨¢ lo perdido, ni siquiera servir¨¢ para evitar nuevos desmanes. Un desastre, estos humanos.
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