Secreta y profunda
Un paseo de la estaci¨®n de Robledo a la de Santa Mar¨ªa de la Alameda, por el r¨ªo m¨¢s salvaje de la regi¨®n
"En aquellos tiempos", escrib¨ªa Conrad al agonizar el siglo XIX, "hab¨ªa muchos espacios en blanco en la Tierra, y cuando ve¨ªa uno que parec¨ªa particularmente tentador en el mapa (y cu¨¢l no lo parece), pon¨ªa mi dedo sobre ¨¦l y dec¨ªa: 'Cuando sea mayor ir¨¦ all¨ª". En estos tiempos, cuando el que agoniza es el siglo XX, somos ya demasiado mayores para creer en los espacios en blanco. Y es una l¨¢stima, porque haberlos, haylos: lo que no hay es ingenuidad antigua para desplegar un mapa -incluso uno de Madrid, si a ello vamos- y escudri?arlo hasta dar con una cuadr¨ªcula sin leyendas y, dentro de ella, con una l¨ªnea azul que, aun no llegando a los extremos de El coraz¨®n de las tinieblas, discurra por derroteros que nada tienen que ver con los de los hombres. Verbigracia, el r¨ªo Cofio.Nace el hura?o Cofio en la fuente de los Ciento, cerca del puerto abulense del Descargadero, en la sierra de Malag¨®n, y a 10 kil¨®metros al norte de la aldea madrile?a de las Herreras; da sus primeros pasos por tierra de nadie, ni de ?vila, ni de Madrid; dec¨¢ntase luego hacia nuestra regi¨®n, donde yerra encajonado por las soledades de Santa Mar¨ªa, Robledo y Valdemaqueda; torna a vagabundear por la linde largo trecho y, al final, se desangra en el Alberche frente a las populosas playas del embalse de San Juan. Mala rnuerte para un solitario... Aunque, bien pensado, quiz¨¢ es de ley que r¨ªo tan montaraz venga a acabarse en p¨²blico, como un bandido rom¨¢ntico que, despu¨¦s de haber colmado de an¨®nimas caricias a docenas de nobles amazonas extraviadas, se desenmascara en el cadalso para escupir con agridulce dejo: "Que me quiten lo bailado".
Cursiler¨ªas aparte, el Cofio cr¨ªa truchas y nutrias, ¨ªndices de la pureza qu¨ªmica, casi te¨®rica, del agua; hecho que no se repite, en Madrid, sino en los cursos altos del Lozoya y del Jarama. Pero a diferencia de ¨¦stos, el Cofio no figura en los manuales de senderismo, por lo que hollar sus m¨¢rgenes es una aventura igualmente pura.
Un tramo particularmente salvaje del Cofio es el que media entre las estaciones de Robledo de Chavela y Santa Mar¨ªa de la Alameda; son 10 kil¨®metros apenas, pero que supondr¨¢n cuatro horas largas de andar para el excursionista que decida remontar el r¨ªo por la escabrosa orilla siniestra. A tal fin, saldr¨¢ de la estaci¨®n de Robledo por la calle que baja a la urbanizaci¨®n R¨ªo Cofio y, una vez llegado junto a la oficina de informaci¨®n, tirar¨¢ a la derecha por la que lleva hasta los ¨²ltimos chal¨¦s, para seguir por pista de tierra hasta el embalse de Robledo de Chavela. En adelante, no hallar¨¢ camino trillado: s¨®lo sendas de pescadores que enfilan Cofio arriba por praderas y acantilados de gneis, bosquetes de pinos pi?oneros y enebros, carrascales y saucedas, vastos meandros y playas m¨ªnimas, sobre las que la bota monta?era deja una huella inaudita, como del hombre en la Luna.
A un kil¨®metro de Santa Mar¨ªa, la carretera Madrid-?vila salva la garganta del Cofio por un viaducto de 50 metros de altura que est¨¢ llamado a suceder al de la calle de Segovia, pues goza de un creciente prestigio entre los suicidas -el ¨²ltimo, d¨ªas antes de Navidad, apareci¨® de cuello para arriba en una orilla y el resto en la contraria-. El excursionista, a poco que filosofe, ver¨¢ que la jornada de estos desdichados es inversa a la del Cofio: alejarse de la multitud y correr por cauces de asfalto cada vez menos concurridos hasta desembocar en este despe?adero solitario donde les aguarda la anhelada muerte, esa mar donde todos los r¨ªos "allegados son iguales".
Al excursionista, despu¨¦s de filosofar, se le presentar¨¢n dos opciones: cruzar el r¨ªo por el viaducto y seguir por carretera hasta el Pimpollar y el apeadero de Santa Mar¨ªa, o -m¨¢s directamente- continuar aguas arriba hasta la confluencia del Cofio con el Ace?a y vadear descalzo este ¨²ltimo para atajar a repecho por la pina barriada de la estaci¨®n. En cualquier caso, el tren, con sus artima?as de zapador, le devolver¨¢ en tres minutos a Robledo de Chavela.
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