El inspector Clouseau en Washington
Estados Unidos est¨¢ viviendo una pel¨ªcula de la serie La Pantera Rosa, y la star es el fiscal independiente Keneth Starr, en el papel del loco inspector Clouseau. Starr se ha gastado ya m¨¢s de cuarenta millones de d¨®lares del contribuyente estadounidense en descubrir algo contra los Clinton. Primero fue el Whitewater, luego se dedic¨® a peinar el pa¨ªs por el caso Paula Jones para encontrar mujeres que testificaran que hab¨ªan mantenido relaciones sexuales con Clinton, y lo que ha sacado es nada de nada. Con esa finalidad (sin la autorizaci¨®n legal necesaria) hizo que equiparan a un curioso personaje, Linda Tripp, amiga de la ex becaria de Washington Monica Lewinsky, con un magnet¨®fono para atrapar a Monica revelando que hab¨ªa practicado sexo oral con el presidente en el Despacho Oval y que hab¨ªa conservado el vestido salpicado con si semen. ?Quelle amie! ?Quelle nostalgie!El propio partido de Clinton, los dem¨®cratas, fueron los primeros en abandonar el barco que se hund¨ªa, para m¨¢s tarde, en la segunda semana, cuando su clasificaci¨®n en los sondeos ascendi¨® a un sorprendente 70%, apresurarse a volver a bordo. Clinton, un forastero en Washington, adquiri¨® su saber pol¨ªtico cuando era gobernador de Arkansas. Los dem¨®cratas liberales se quejan de que enga?¨® al partido haci¨¦ndolo centrista; dicen tambi¨¦n que acapar¨® para su campa?a buena parte del dinero que tan bien se le da recaudar y dej¨® a los candidatos locales escasos de fondos. Clinton nunca ha sido un leal jugador de equipo, y ni los pol¨ªticos dem¨®cratas ni los republicanos, enfrascados en sus guerras pol¨ªticas de Washington, se percatan de que el resto del pa¨ªs, que claramente no est¨¢ en guerra consigo mismo, vota bas¨¢ndose en la econom¨ªa y en las reformas sociales, que es por lo que Clinton es popular.
Cuando estall¨® el esc¨¢ndalo de Monica, muchos dem¨®cratas, con una sorprendente capacidad para juzgar te?ida por el hecho de que Clinton es un presidente quemado (los residentes s¨®lo pueden octuar el cargo durante dos periodos), le denunciaron en p¨²blico por su fatal debilidad de car¨¢cter; miembros de su propio partido dijeron que esperaban que dimitiera. (Y as¨ª poder colocar al vicepresidente Al Gore en la Casa Blanca durante los tres a?os que quedan del mandato de Clinton, tras lo cual tendr¨ªa derecho a presentarse durante otros dos mandatos). Con esa estampida prematura de los dem¨®cratas hacia la seguridad, los medios de comunicaci¨®n tiraron a matar, en una de las semanas pol¨ªticas m¨¢s salvajes que EE UU haya presenciado jam¨¢s. Un asombrado Arafat, sentado al lado de Clinton durante una conferencia de prensa conjunta, parec¨ªa anonadado cuando los medios de comunicaci¨®n comenzaron, a bombardear a Clinton con preguntas sobre su vida sexual; a Castro y al Papa no les fue mejor. Fueron abandonados sin contemplaciones por los medios de comunicaci¨®n norteamericanos, que volvieron a Washington a la carrera en busca de noticias calientes mientras tanto, el FBI se hab¨ªa apoderado del vestido y otros objetos supuestamente regalados a Monica por Clinton. Uno de los regalos, el libro del poeta Walt Whitman Hojas de hierba ("hierba" sig¨ªfica marihuana; ?se propon¨ªa el FBI una redada contra la droga?), result¨® ser el regalo habitual de la Casa Blanca a los becarios. El otro proced¨ªa de una tienda de recuerdos de Martha's Vineyard. Francamente, si yo fuera la amante de 21 a?os de un presidente, me esperar¨ªa algo m¨¢s que una concha marina y un libro de poemas.
Una de las quejas era que el presidente tiene, digamos, algo as¨ª como mal gusto para las mujeres (exceptuando a Hillary). El gusto hortera no es un delito, y el buen gusto tampoco es una defensa legal; como ciudadana del Norte que ha pasado alg¨²n tiempo en el Sur, s¨¦ que lo que se considera de buen o mal gusto no es lo mismo en diferentes partes del pa¨ªs. La gente sofisticada de las ciudades no comprende la actitud informal de Clinton respecto a sus gustos como macho; no saben que el gusto sexual del Sur es muy diferente al del Norte.
En Nueva York, las mujeres visten de negro, negro deste?ido o negro p¨¢lido para variar, y llevan bolsos como mochilas a la espalda. En primavera se acepta el verde claro en lugar del negro. En Manhattan, las mujeres se gastan fortunas en maquillaje para dar la impresi¨®n de que no van maquilladas y en cortes de pelo rectos que hacen que parezca que acaban de salir de la ducha. Las mujeres de Nueva York tienden a tener el aspecto del pariente pobre m¨¢s elegante de una familia rica que acaba de perder las joyas de la familia y est¨¢ pensando si pasar la tarde escalando el Everest o viendo un ciclo de cine en el Museo de Arte Moderno. Monica Lewinsky rezuma ese pelo enormemente ahuecado t¨ªpico de muchas mujeres del Sur, incluida la madre de Clinton.
Arriba, en el Norte, nos gusta pensar que nuestro comportamiento sexual va acompa?ado de una especie de bagaje ideol¨®gico, como si el sexo se produjera como resultado de un proceso de toma de decisiones consciente. Lo relacionamos con temas como la libertad personal, las libertades feministas, experimentos sobre el estilo de vida marital, principios de izquierdas, integridad art¨ªstica y una higiene f¨ªsica y mental. En el Sur, el sexo no hunde sus ra¨ªces en la bohemia o en el hero¨ªsmo art¨ªstico: tiene m¨¢s que ver con el abandono puro y, con frecuencia, escapa a los c¨¢lculos. Para la gente sofisticada del Norte, el sexo es una manera de encontrarse a s¨ª mismo, para el Sur es una forma de perderse. El sexo vulgar es uno de los privilegios del poder, especialmente del poder pol¨ªtico. Clinton se cri¨® en esa cultura. Es tambi¨¦n uno de los presidentes m¨¢s brillantes que EE UU ha tenido en este siglo.
Los paparazzi y la prensa sensacionalista de Europa contribuyeron a la muerte de Diana; la sp¨¦cialit¨¦ de la maison pornogr¨¢fica de Estados Unidos son nuestros "expertos" de los medios de comunicaci¨®n que disfrazan sus comentarios procaces bajo una jerga seudocient¨ªfica. As¨ª, armados con ese absurdo vocabulario (el ADN, esto y lo otro), los medios fueron muy gr¨¢ficos con respecto al sexo y al presidente, hasta un grado que no habr¨ªa sido tolerable ni siquiera hace diez a?os. Hasta The New York Times se permiti¨® utilizar expresiones como "Oralgate". Como ha observado el cr¨ªtico cultural Stanley Crouch, si la vida sexual de Franklin D. Roosevelt y Eleanor hubiera sido examinada de la misma manera, EE UU habr¨ªa perdido la Segunda Guerra Mundial.
En el segundo asalto, despu¨¦s del asombroso discurso de Clinton sobre el estado de la Uni¨®n, su popularidad subi¨® a mayor altura que la de ning¨²n presidente; el p¨²blico volvi¨® sus iras contra los medios de comunicaci¨®n y contra Starr. Seg¨²n el FBI, no se encontr¨® ninguna mancha en el vestido de Monica. Los republicanos se quejan de "injusticia", porque se supone que las mujeres, especialmente las feministas, son antimacho, y en lugar de eso, siguen siendo entusiastas partidarias de Clinton.
Mientras los republicanos sigan recibiendo ¨®rdenes de la derecha religiosa, se opongan al aborto, se consuman entre apolillados sue?os de venganza por el impeachment de Nixon y el Watergate y malgasten sus energ¨ªas en cuestiones menores como rebautizar el Aeropuerto Nacional de Washington Como Aeropuerto Reagan, no conseguir¨¢n el voto de las mujeres ni el del pa¨ªs. El mensaje de la opini¨®n p¨²blica a Washington es simple. Quieren que se atiendan sus necesidades econ¨®micas y sociales, que es lo que ha hecho Clinton. Y mientras tanto, todo va tan deprisa en Estados Unidos que ahora muchos piden que se investigue a Starr. El inspector Clouseau puede encontrarse en el banquillo.
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