El plan de Ardanza
LA PROPUESTA que ha planteado el lehendakari Ardanza para actualizar el Pacto de Ajuria Enea con vistas a una salida dialogada al problema de la violencia no es una mera reedici¨®n de viejas y desacreditadas ofertas de negociaci¨®n con ETA. En el texto se percibe la voluntad de no incurrir en errores que otras veces convirtieron los gestos de buena voluntad de los dem¨®cratas en incitaciones para la prolongaci¨®n de la escalada terrorista. Ese esfuerzo bastar¨ªa para que la propuesta sea discutida lealmente, sin despacharla a la ligera. Pero esa misma lealtad exige se?alar los aspectos discutibles del planteamiento.La f¨®rmula consiste esencialmente en ofrecer a ETA, a cambio de su renuncia a la violencia, el compromiso de que el Estado asumir¨¢ como propios los acuerdos que salgan de un di¨¢logo entre todas las fuerzas vascas, incluida Herri Batasuna (HB). El planteamiento se refiere, obviamente, a acuerdos que cuestionen el actual marco institucional. Es evidente la voluntad de buscar una concesi¨®n que est¨¦ en l¨ªnea -aunque no coincida en la formulaci¨®n- con la exigencia de soberan¨ªa planteada por ETA en sus sucesivas alternativas. La propuesta de Ardanza se diferencia de otras anteriores, sin embargo, en el rechazo de cualquier negociaci¨®n previa entre ETA y el Gobierno, como exigen los terroristas, y en el requerimiento a HB de que obtenga de sus amigos de ETA una tregua indefinida como condici¨®n previa para ser admitida en las conversaciones multipartidistas.
Ambas cosas suponen una garant¨ªa contra el riesgo de que ETA pueda interpretar -como suele- este plan como una v¨ªa para obtener legitimidad pol¨ªtica a la violencia y obtener as¨ª, torciendo el brazo a la mayor¨ªa, objetivos inalcanzables sin atentados. El esquema es claramente deudor de la f¨®rmula irlandesa. Esa inspiraci¨®n era ya visible en el documento del PNV sobre pacificaci¨®n aprobado hace un a?o. Se hablaba entonces de una "reformulaci¨®n" del Pacto de Ajuria Enea que pueda "propiciar en el futuro su ampliaci¨®n". Es decir, la admisi¨®n de HB. Ahora se concreta esa reformulaci¨®n en un doble planteamiento: no habr¨¢ condiciones previas, como quiere ETA, pero tampoco l¨ªmites sobre el contenido de los acuerdos.
Pese a la pretensi¨®n de simetr¨ªa, la f¨®rmula es equ¨ªvoca: la condici¨®n previa que plantea ETA es precisamente el compromiso de que el Estado aceptar¨¢ la autodeterminaci¨®n, sin l¨ªmites institucionales; es decir, al margen de la existencia de la Constituci¨®n y el Estatuto como marco esencial de convivencia. En realidad, pues, se est¨¢ aceptando la principal exigencia de ETA. La cuesti¨®n es si tal cosa es democr¨¢tica.
La modificaci¨®n del actual marco no es una exigencia de la mayor¨ªa de los vascos, sino de ETA. Resulta discutible que la mayor¨ªa tenga que aceptar, para que ETA deje de matar, ir a donde no desea ir y cambiar lo que no desea cambiar. Puede objetarse que ya no se trata de lo que imponga ETA en una negociaci¨®n con el Estado, sino de un acuerdo entre todas las fuerzas vascas, por lo que no habr¨¢ imposici¨®n de la minor¨ªa sobre la mayor¨ªa. Pero puede haberla de una mayor¨ªa nacionalista coyuntural sobre el resto de la poblaci¨®n. Al exigirse el compromiso de aceptar lo que se decida antes de saberse qu¨¦ se va a decidir, ?se est¨¢ diciendo que van a proponerse f¨®rmulas inaceptables para esa mitad de la poblaci¨®n que no se considera nacionalista?
Cuestionar el consenso existente en torno al Estatuto, avalado por m¨¢s de veinte procesos electorales, en aras de satisfacer a ETA y bajo la presi¨®n objetiva que supone la cadena de asesinatos de concejales resulta dudosamente democr¨¢tico. Hay motivos, por tanto, para afinar la propuesta antes de dar pasos que el mundo de ETA pueda interpretar como la prueba de que a su ofensiva se responde con nuevas ofertas de di¨¢logo.
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