Mujeres solas en la oscuridad
El 11 de febrero de 1963, la escritora Sylvia Plath entr¨® de madrugada en el dormitorio de sus hijos y puso dos vasos de leche caliente junto a las camas; despu¨¦s fue a la cocina, sell¨® los cercos de las puertas y ventanas con esparadrapo, abri¨® el gas y meti¨® la cabeza dentro del horno. A las nueve y media la encontraron muerta. Ahora, justo 35 a?os despu¨¦s, su marido, el poeta Ted Hughes, acaba de publicar el libro Birthday letters, en el que relata sus a?os junto a ella y que ha sido recibido como una obra maestra en Inglaterra. Entre las frases con que la obra de Hughes ha sido aclamada por la cr¨ªtica del Reino Unido -citadas en su cr¨®nica por la corresponsal de EL PA?S Isabel Ferrer- hay una que llama especialmente la atenci¨®n: "Por fin -escrib¨ªa Erica Wagner en The Times- el relato de su tr¨¢gico amor est¨¢ completo". Es una opini¨®n extra?a, si tenemos en cuenta que la parte m¨¢s s¨®rdida de la historia de Plath -la que abarca sus ¨²ltimos desequilibrios emocionales y la traum¨¢tica ruptura de su matrimonio tras ser abandonada por otra mujer- se conoce s¨®lo de forma fragmentaria precisamente porque Ted Hughes quem¨® el 50% de sus diarios al considerarlos "cosas que nuestros hijos no tienen por qu¨¦ leer". Lo cierto es que Sylvia Plath no tuvo mucha suerte con la familia, ni siquiera despu¨¦s de muerta: la otra mitad de sus diarios s¨ª fue publicada, pero con vergonzosas mutilaciones y notas a pie de p¨¢gina hechas por su propia madre. A pesar de todo, la magnitud de sus obras -en especial el libro de poemas Ariel y la novela La campana de cristal- y su suicidio la han convertido en un s¨ªmbolo literario y en una m¨¢rtir del feminismo: cada cierto tiempo, sus admiradores se acercan a su tumba del cementerio de Yorkshire y arrancan las letras de su apellido de casada de la l¨¢pida donde est¨¢ escrito: "En memoria de Sylvia Plath Hughes / 1932-1963 / Hasta entre llamas ardientes / puede cultivarse el loto dorado".El de la autora norteamericana no es un caso aislado.- Virginia Woolf se quit¨® la vida en marzo de 1941, intern¨¢ndose en el r¨ªo Ouse con los bolsillos llenos de piedras; Unica Z¨¹rn se suicid¨® en Par¨ªs en 1970; Alejandra Pizarnik se envenen¨® en Buenos Aires en 1972 y su compatriota Alfonsina Storni se arroj¨® al Mar del Plata en 1938; Marina Tsviet¨¢ieva vivi¨® momentos extraordinarios junto a Rilke, Osip Mandelstam y Bor¨ªs Pasternak, pero termin¨® ahorc¨¢ndose en Elabuga, en 1941; la formidable Anne Sexton entr¨® una ma?ana del verano de 1974 en el garaje de su casa con un abrigo de su madre sobre los hombros y un vaso de vodka en la mano, se quit¨® los anillos, encendi¨® la radio y puso en marcha el motor del coche -un viejo Cougar rojo-, esperando pacientemente hasta que el humo acab¨® con ella. La lista completa ser¨ªa interminable, tendr¨ªa que incluir desde Dorothy Parker, muriendo alcoholizada y en la m¨¢s absoluta miseria en un hotel de Manhattan, hasta Jean Rhys, abandonada y maltratada por sus tres maridos y prostituy¨¦ndose para sobrevivir en pensiones miserables de media Europa. Pero Plath resume a la perfecci¨®n los problemas de muchas mujeres que, de uno u otro modo, tuvieron que aceptar una condici¨®n para triunfar en el mundo de la literatura: podr¨ªan llegar al mismo sitio que cualquier hombre, pero haciendo el doble del trabajo. A los m¨¢s c¨ªnicos les parecer¨¢ un t¨®pico, pero lo cierto es que si revisamos los diarios, las memorias, las biograf¨ªas o las cartas de la mayor¨ªa de ellas nos daremos cuenta del insoportable peso de la vida dom¨¦stica sobre esas escritoras que iban construyendo su obra en los tiempos libres que les dejaban el cuidado de sus hijos, la limpieza de sus casas, las horas muertas preparando comidas o planchando la ropa de aquellos hombres que a veces las pegaban, que les eran infieles, que estaban celosos de su ¨¦xito, que al final iban a abandonarlas... Mujeres que, en muchos aspectos, fueron muy parecidas a estas otras que ahora aparecen cada d¨ªa en los peri¨®dicos asaltadas por novios paranoicos o quemadas vivas por esposos despechados. Unas y otras empezaron a cavar su propia tumba al intentar escapar del molde en que les hab¨ªa encerrado el famoso eterno femenino; empezaron a hundirse cuando se propusieron tomar las riendas, dejar de ser objetos decorativos, bellos animales de compa?¨ªa. Para evitarlo, para poder editar sus libros sin tener que ce?irse a ning¨²n modelo, algunas llegaron a soluciones tan extra?as como la de Mar¨ªa Mart¨ªnez Sierra, que public¨® m¨¢s de ochenta vol¨²menes de teatro, narrativa y teor¨ªa feminista entre 1898 y 1941 pero firmados con el nombre de su marido, Gregorio Mart¨ªnez Sierra, hasta que despu¨¦s de muerto ¨¦l tuvo que contar la verdad para poder recibir sus derechos de autor. El empe?o por desatarse fue siempre y sigue siendo dif¨ªcil para las mujeres, si tenemos en cuenta que han estado durante siglos vinculadas a la historia de la literatura y del arte no como protagonistas, sino como tema; y tambi¨¦n si recordamos que los arquetipos seg¨²n los cuales a¨²n se las juzga en muchos aspectos y que convierten sus supuestas virtudes en sus peores trampas -la sumisi¨®n, la belleza, el pudor, la dulzura- fueron al fin y al cabo creados por hombres, desde Ana Karenina a la Regenta, desde Fortunata y Jacinta a Madame Bovary.
En nuestro tiempo, la progresiva conquista de los derechos de las mujeres ha sido una de las haza?as del siglo; pero a punto de inaugurar un nuevo milenio son todav¨ªa muchas las batallas que hay que ganar, tanto en el mundo real, donde infinidad de mujeres que viven asustadas, que esperan cada d¨ªa a solas en la oscuridad el regreso de sus torturadores, no encuentran protecci¨®n contra la brutalidad, sino actitudes paternalistas o muchas veces pura indiferencia -esos funcionarios que archivan las denuncias, esos polic¨ªas a los que un par de bofetadas tampoco les parecen tan graves-, como en el mundo del arte, en el que el ¨¦xito masivo de algunas autoras actuales tiene que completarse con un esfuerzo cr¨ªtico que no siga excluyendo a Mar¨ªa Teresa Le¨®n o Concha M¨¦ndez de la Generaci¨®n del 27, a ?ngela Figuera Aymerich de casi todas las antolog¨ªas de poes¨ªa de posguerra, a Maruja Mallo de los estudios de arte espa?ol de vanguardia. Recuperar el trabajo de algunas de ellas, como se hizo con las extraordinarias Mar¨ªa Zambrano o Rosa Chacel, pero ignorar a las dem¨¢s es otra manera de mantener ese bochornoso artilugio del cupo femenino con que los pol¨ªticos intentan no se sabe muy bien si tranquilizarse a s¨ª mismos o enga?arnos a todos los dem¨¢s.
Puede que la literatura sea un lugar tan bueno como cualquier otro para empezar a saldar las cuentas pendientes. Pero hay que estar atentos, porque en cuanto se baja la guardia ocurre lo mismo que en el caso de Sylvia Plath, convertida una vez m¨¢s, ir¨®nicamente, en tema literario gracias a ese libro de Ted Hughes que en Inglaterra ha sido recibido como una obra maestra. A prop¨®sito: seguro que s¨®lo se trata de una casualidad macabra, pero lo cierto es que Assia Wevill, la mujer por la que Hughes decidi¨® abandonarla, tambi¨¦n acab¨® suicid¨¢ndose unos a?os despu¨¦s.
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