Lo moral y lo legal
De vez en cuando, ante alguna de las perplejidades que despiertan los descubrimientos t¨¦cnicos o los nuevos h¨¢bitos sociales, los bienintencionados nos preguntan a los profesores: "?Y qu¨¦ dice la ¨¦tica de todo esto?". Uno siente ganas de sacar el m¨®vil y telefonear a esa opaca se?ora para transmitirle el requerimiento. Lo malo, claro est¨¢, es que la ¨¦tica como tal no tiene domicilio localizable: el ¨²ltimo conocido fue chez la religi¨®n cat¨®lica, pero de ah¨ª se mud¨® hace por lo menos un par de siglos y sin dejar se?as. Todav¨ªa muchos y muchas siguen envi¨¢ndole a ese mismo buz¨®n la cada vez m¨¢s desesperanzada correspondencia... Pero cansados de que les devuelvan las cartas por ser desconocido el destinatario o de no recibir como respuesta m¨¢s que propaganda piadosa de ejercicios espirituales, gran parte de ellos env¨ªa ahora su apremiante cuestionario de interrogantes morales a magistrados y legisladores. Por esa v¨ªa no reciben contra reembolso m¨¢s que c¨®digos, lo cual les deja insatisfechos en el mejor de los casos y el peor les sirve como anestesia para que la conciencia ¨¦tica no les desvele demasiado.Hablemos ahora un poco m¨¢s en serio. La ¨¦tica en el mundo actual dif¨ªcilmente puede parecerse a un conjunto de mandamientos, normas, prescripciones y proscripciones n¨ªtidamente establecido: es m¨¢s bien una perspectiva de reflexi¨®n personal sobre la libertad que ejercemos eligiendo y descartando en una realidad social demasiado rica como para no romper las costuras de todos los formularios. La perspectiva ¨¦tica es siempre la del aqu¨ª y ahora concretos del sujeto que reflexiona sobre c¨®mo vivir mejor su humanidad compartida. No es una desaz¨®n de la que nos sea dado descansar apelando al criterio resolutorio de una autoridad externa. Podemos contrastar opiniones, recibir consejos, sopesar argumentos e informarnos sobre consecuencias probables de nuestras acciones, pero a fin de cuentas la decisi¨®n y la responsabilidad moral siempre recae sobre uno mismo. En estas cuestiones nunca puede ponerse el piloto autom¨¢tico y siempre se camina sobre arenas potencialmente movedizas. S¨®lo quien tiene real conciencia de su libertad asume que merece la pena tal agobio.
Moralmente lo que se nos puede demandar -lo ¨²nico que cada cual puede pedirse a s¨ª mismo- es el esfuerzo de hacer expl¨ªcitos nuestros razonamientos valorativos. Pero s¨®lo la pereza o la dimisi¨®n concluyen enseguida la cadena de razones y tanteos con la adscripci¨®n a una legislaci¨®n establecida por un Dios, por la naturaleza o por los jueces. Sin duda, las leyes son necesarias como pautas de consenso para regular el conjunto de la conducta social. Pero la disquisici¨®n ¨¦tica nunca puede acallarse bajo ellas del todo, porque siempre nos interpela por nuestro nombre propio; a¨²n m¨¢s, por ese nombre secreto e impronunciable con el que cada cual se llama a cap¨ªtulo a s¨ª mismo: "Eso que haces o que vas a hacer, eso que los dem¨¢s aceptar¨¢n como bueno o reconocer¨¢n que es legal, ?es lo que t¨² realmente quieres? ?es lo que t¨² quieres como mejor para ti, es decir, para ser mejor el que quieres ser?".
Intentemos que la legislaci¨®n concuerde lo m¨¢s posible con la sensibilidad moral de los ciudadanos, pero nunca con el prop¨®sito de sustituirla ni hacerla superflua. Resulta paradigm¨¢tico, por ejemplo, el caso de la muerte del tetrapl¨¦jico Ram¨®n Sampedro. Algunos creemos que el suicidio es una de las prerrogativas irrenunciables de nuestra dignidad: condenarlo ¨¦ticamente en t¨¦rminos absolutos es condenar la autonom¨ªa humana. No hacen falta coartadas de decadencia f¨ªsica o de dolores insoportables para que resulte comprensible por cualquier conciencia madura, ya que ciertos padecimientos del alma pueden ser mucho m¨¢s insufribles que los del cuerpo. Y pasemos por alto a los bobos que califican t¨®picamente de "cobard¨ªa" lo que ellos no son capaces ni de imaginar sin escalofr¨ªos. Pues bien, s¨®lo un verdadero amigo puede prestar el servicio de ayudar a suicidarse a quien lo desea tan l¨²cida y tenazmente como Ram¨®n Sampedro supo explicar en su testamento, una pieza mayor de la reflexi¨®n ¨¦tica de nuestro tiempo. Es un gesto de fraternidad humana que me parece admirable, sean cuales sean sus consecuencias penales (por cierto, las personas decentes ya saben que actuar seg¨²n la propia conciencia puede traerles problemas). Pero es un gesto dif¨ªcil, una decisi¨®n moral que alguien debe tomar con toda la zozobra ¨¦tica del caso y no un simple tr¨¢mite administrativo que puede resolverse modificando el C¨®digo Penal. En el caso de la eutanasia, como en el del aborto, creo que tal modificaci¨®n es aconsejable para no embrollar indebidamente lo moral con lo penal, pero me parecer¨ªa terrible suponer que el asunto deja de ser moralmente problem¨¢tico en cuanto cesa la coacci¨®n legal.
Pasando de lo sublime a lo rid¨ªculo, es decir, cruzando el Atl¨¢ntico, consideremos el acoso sexual que est¨¢ padeciendo Clinton, por razones mal¨¦volamente pol¨ªticas. Las relaciones sexuales entre adultos que consienten en ellas pueden comportar perplejidades de alcance moral admisibles en sus protagonistas, pero desde luego nunca en los mirones. Para disculpar el puritanismo, algunos se?alan que el problema presidencial es la mentira y no el sexo. Vaya tonter¨ªa. Desde un punto de vista ¨¦tico, mentir es negar la verdad a quien tiene derecho a exigirla y conocerla de nosotros, no a los inquisidores ni a los curiosos. Ya san Agust¨ªn escribi¨® un tratado sobre la cuesti¨®n... Si hay aqu¨ª alg¨²n culpable ser¨¢ el que convierte la intimidad ajena en arma pol¨ªtica contra el hombre p¨²blico o en negocio propio. Me parece evidente que la pena de muerte o las deficiencias de la Seguridad Social deber¨ªan plantear m¨¢s graves inquietudes morales a los americanos que las diversiones de Clinton. Esperemos que no nos contaminen tales simplezas, como nos est¨¢n contagiando las extravagancias legales que hacen responsables a los vendedores de tabaco de los padecimientos sufridos por quienes libremente abusan de ¨¦l. Por mi parte, cuando llegue la hora suprema de la cirrosis hep¨¢tica, prometo no demandar a Bodegas Bilba¨ªnas ni a los se?ores Justerini & Brooks...
Otro de los campos moralmente relevantes es el de la reproducci¨®n asistida, que ha vuelto a ponerse sobre el tapete con motivo de las posibles clonaciones humanas. Es curioso que el debate ¨¦tico sobre este asunto se haya centrado en hip¨®tesis abracadabrantes como la producci¨®n en serie de Hitlers o la perspectiva de un mundo poblado por gemelos indiscernibles. Es decir, nos preocupamos de lo que pasar¨¢ a la sociedad, pero olvidamos mencionar qu¨¦ les pasar¨ªa a los nuevos seres as¨ª nacidos. Se invoca el derecho a la procreaci¨®n de las parejas est¨¦riles o de quienes son est¨¦riles por no tener pareja del sexo opuesto, pero se olvida el fundamental derecho a la filiaci¨®n de cada nacido, es decir, el derecho a ser inscrito en el orden simb¨®lico del doble origen masculino y femenino de los humanos en lugar de transformarse en un capricho de laboratorio. No creo que nadie est¨¦ moralmente autorizado a planear hu¨¦rfanos de padre o a condenar a otro a ser hermano gemelo de su propio progenitor como medio para remediar sus personales carencias afectivas.
Sea cual sea la decisi¨®n legal sobre estos temas, desde luego la inquietud moral es perfectamente l¨ªcita y s¨ªntoma de salud ¨¦tica. Nadie la enfoca peor que quienes sostienen que todo lo que puede hacerse cient¨ªficamente ser¨¢ irremediablemente hecho, por lo que es ocioso oponerse moralmente. Primero, porque s¨®lo sobre lo factible podemos hacemos preguntas morales. La contaminaci¨®n de los mares o la destrucci¨®n nuclear del planeta son cosas ya factibles, pero que preocupan moral y jur¨ªdicamente a toda persona consciente. Y segundo, porque no es verdad que todas las reservas contra los usos de la t¨¦cnica provengan de prejuicios anta?ones. Lo explic¨® muy bien Chesterton: "En nuestros d¨ªas, suele mencionarse el coraje y la audacia de los rebeldes que se enfrentan a tiran¨ªas ancestrales o supersticiones pasadas de moda. Pero uno no da mayor muestra de valor enfrent¨¢ndose a cosas antiguas o pasadas de moda que provocando a su abuela. El hombre realmente valiente es el que desaf¨ªa a las tiran¨ªas j¨®venes como el alba o a las supersticiones recientes como las primeras flores".
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