Visita a Aguateca
El acceso a las ruinas mayas de Aguateca, en la selva del Pet¨¦n, desemboca como ¨²ltimo obst¨¢culo en un estrecho corredor que primero se hunde 40 metros, siguiendo una falla natural, para ascender luego a una explanada desde la que un camino llano conduce al centro ceremonial. Al final de la subida de la falla, casi cerrando el paso, se encontraban dos hombres con el machete desenvainado, a quienes hab¨ªa visto al entrar en el sitio, junto a la caseta de los guardas. "Han venido para protegernos", supuse al llegar a su altura, mientras el resto del peque?o grupo segu¨ªa muy atr¨¢s. Cuando poco tiempo despu¨¦s vinieron corriendo los guardianes en su busca, con los machetes tambi¨¦n al aire, pens¨¦ que fue la dislocaci¨®n del grupo lo que nos evit¨® un mal trago, pues el ataque a unos hubiera desencadenado la petici¨®n de ayuda de otros. Hab¨ªan pedido permiso para ir a pescar al r¨ªo, momento en que les vimos por primera vez y que cre¨® el error de apreciaci¨®n, para luego escurrirse hacia la falla donde nos esperaron. En el curso del breve encuentro con ellos, la ignorancia me llev¨® a bromear. "?Los llevan para rasurarse?", les pregunt¨¦, apuntando con mi garrota a los machetes. Sin respuesta.Poco despu¨¦s, al examinar las estelas ca¨ªdas de los gobernantes mayas, pudimos comprobar que no s¨®lo eran los turistas quienes experimentaban un cierto riesgo en Aguateca. En el curso de esta d¨¦cada, los laterales de la estela del Kil Bahlum, donde se hallaban los jerogl¨ªficos explicativos de su reinado, han sido serrados uno tras otro y robados en helic¨®ptero, y de otra estela quedan s¨®lo los restos. Con s¨®lo sus machetes y sin tel¨¦fono, los guardianes carecen de toda posibilidad de oposici¨®n a un expolio que usa armas y transportes modernos. El gu¨ªa nos cont¨® que de otro centro se hab¨ªan llevado una estela entera con una gr¨²a que luego abandonaron. Triste contrapunto de la restauraci¨®n del espl¨¦ndido Templo V en Tikal.
Los hombres y las piedras se convierten as¨ª en emblemas de una situaci¨®n de violencia que no ha cesado en el pa¨ªs, a pesar del acuerdo de paz firmado entre el Gobierno y la organizaci¨®n guerrillera a finales de 1996. Al celebrar el 29 de diciembre en la plaza Central de Ciudad de Guatemala el aniversario del convenio, la expectaci¨®n dominaba claramente sobre el entusiasmo entre los grupos de ciudadanos que esperaban el ta?ido de las campanas de la catedral. Un grupo musical interpretaba en el otro lado de la plaza canciones reivindicativas y la representante de una ONG recog¨ªa los pensamientos libremente expresados sobre el a?o de paz. Pero el presidente Arz¨² no estaba all¨ª. Hab¨ªa ido a una conocida localidad de las tierras altas, Chichicastenango, desde donde celebr¨® la paulatina entrada de los guerrilleros en la vida pol¨ªtica legal. Un par de d¨ªas m¨¢s tarde, grupos paramilitares se apoderaban de la alcald¨ªa de esa misma ciudad y pronto secuestraban a un concejal de la oposici¨®n y a su hijo.
Fue un signo entre otros muchos de que la lucha armada ha sido reemplazada por el paso a las actividades delictivas de quienes ten¨ªan las armas, convertidos ahora en plagiarios (autores de secuestros), atracadores o simples bandidos. Al d¨ªa siguiente, se descubri¨® que jefes militares controlan la coca¨ªna en el Quich¨¦, en las tierras altas. Zonas peligrosas, seg¨²n la prensa, a mediados de enero: el centro de la capital, la prestigiosa Antigua y sus volcanes, los alrededores del lago Atitl¨¢n, el sitio maya de Quirigu¨¢, los del Pet¨¦n, Livingstone sobre el Atl¨¢ntico, tambi¨¦n zona de droga. ?Qu¨¦ queda fuera? No en vano los Gobiernos de Estados Unidos y el Reino Unido desaconsejan desde diciembre a sus ciudadanos la visita al pa¨ªs. La guerra ha terminado, renace la esperanza, a favor de una gesti¨®n econ¨®mica positiva, pero la violencia sigue bajo otras formas, al permanecer las causas que la originaron.
As¨ª que ni con d¨¦cadas de represi¨®n genocida sobre el pueblo ni con la fr¨¢gil paz reencontrada han podido bajar las ametralladoras de las azoteas, seg¨²n la gr¨¢fica expresi¨®n acu?ada en su d¨ªa por el golpista R¨ªos Montt. La minor¨ªa opulenta reside atrincherada y se desplaza de un fort¨ªn a otro, los ind¨ªgenas no han abandonado el fondo de la sociedad, aunque ahora conf¨ªen en obtener mejoras legislativas, y en medio del abismo que los separa, permanecen sociol¨®gicamente los ladinos, los nativos espa?olizados y, como pr¨¢ctica social, la aludida violencia.
El caso de Guatemala, que fue la rep¨²blica bananera por antonomasia, con la espiral tr¨¢gica iniciada desde que la CIA, en los a?os cincuenta, depusiera al presidente reformador Arbenz, explica la supervivencia del mito castrista. Todos los ingredientes de otra pervivencia, la de una humillante subordinaci¨®n de los pobladores ind¨ªgenas, se re¨²nen en el antiguo territorio maya para mostrar que por parte de los grupos dominantes, herederos de los conquistadores, no ha habido otra concesi¨®n que la realizada en su d¨ªa a Estados Unidos y a la United Fruit. Con los ladinos como correa de transmisi¨®n del poder, los ind¨ªgenas han sufrido una variante tras otra de sobreexplotaci¨®n, tal y como rese?an puntualmente las historias del pa¨ªs y con vivacidad excepcional las memorias de Rigoberta Mench¨². Y cuando empezaron a organizarse para defender sus intereses, llegaron las oleadas de represi¨®n, cada vez m¨¢s intensas, con el respaldo de Washington. Conquistadores, caudillos, agentes de los intereses econ¨®micos y pol¨ªticos norteamericanos, jefes militares dispuestos a servirse en beneficio propio del Estado y a ejercer el terror integran una cadena de responsables hist¨®ricos, causantes al fin de una guerra civil que dur¨®, 36 a?os. Una comisi¨®n intenta esclarecer los cr¨ªmenes cometidos; el Ej¨¦rcito no colabora.
Desde el principio la poblaci¨®n ind¨ªgena dio pruebas de su capacidad de lucha por la supervivencia. Tras la conquista, aprovecharon las cofrad¨ªas cristianas para rehacer su propio orden social, le dieron la vuelta a los fen¨®menos de sincretismo que siguieron a la cristianizaci¨®n para conservar sus creencias, incluso algunos de sus dioses, los Pascual Abaj y "maximones", cuyo ritual ejecutan los chuchkajaus, y sobre todo, seg¨²n nos relata Rigoberta, la cosmovisi¨®n tradicional en las relaciones entre el individuo, el grupo y la naturaleza. De ah¨ª sacaron fuerza para sus luchas, las cuales desde los a?os sesenta combinaron la resistencia comunitaria y laboral con la acci¨®n guerrillera. La tierra qued¨® empapada de sangre, pero no han podido exterminarles. Resistieron en Guatemala como lo han hecho en Chiapas.
As¨ª las cosas, la soluci¨®n no puede residir s¨®lo ni en las elecciones, ni en la actual tregua. Ambas son necesarias, pero lo esencial es acabar de una vez con la subordinaci¨®n de las poblaciones ind¨ªgenas. Y nada indica que exista voluntad de afrontar esa integraci¨®n desde la diferencia, ni en Guatemala ni en M¨¦xico. La presi¨®n habr¨¢ de seguir, pues,bajo una u otra forma. Entretanto, los visitantes, portadores involuntarios de la ideolog¨ªa blanca, deber¨¢n entender por qu¨¦ les acechan riesgos en Aguateca, Quirigu¨¢ o los volcanes de Antigua. Lo que necesita Guatemala, y otros pa¨ªses de Latinoam¨¦rica, son oeneg¨¦s como los espa?olesque en septiembre pasado denunciaron los muertos registrados en la expulsi¨®n de campesinos de Sayaxch¨¦, en el Pet¨¦n. En una palabra, solidaridad activa.
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