Democracia medi¨¢tico-legalista
?Qu¨¦ tienen en com¨²n Bill Clinton y Luis Mar¨ªa Anson? Lo siento, no es uno de tantos chistes, como el ya conocido que identifica al presidente estadounidense con B. Yeltsin. M¨¢s bien pretendo aventurar la tesis de que tanto el Lewinskygate como la Ansonada son expresivos de uno de los rasgos m¨¢s sobresalientes de nuestras democracias, cada vez m¨¢s abocadas a una redefinici¨®n medi¨¢tica y a una creciente presencia judicial-legalista. No es una tesis nueva, ha sido bien planteada, insistiendo en su aspecto medi¨¢tico, en la teor¨ªa de la "democracia de audiencia" de B. Manin o en la " v¨ªdeo-pol¨ªtica" de G. Sartori y, en su doble movimiento medi¨¢tico-judicial, por parte de A. Minc. La idea b¨¢sica es que el protagonismo central que en todo sistema democr¨¢tico tienen el pueblo y la clase pol¨ªtica est¨¢ traslad¨¢ndose cada vez m¨¢s hacia los medios de comunicaci¨®n y hacia una comprensi¨®n de la pol¨ªtica crecientemente judicializada, "legalista" m¨¢s bien. Los supuestos "mediadores" y quienes ejercen la "tutela" del sistema democr¨¢tico se van convirtiendo poco a poco en sus actores decisivos.?Por qu¨¦ son relevantes a estos efectos los dos casos mencionados? Ve¨¢moslos con un poco de detalles. Lo m¨¢s interesante del affaire de Clinton es esa perversa combinaci¨®n de, por un lado, una desbordante acci¨®n medi¨¢tica y, por otro, el af¨¢n inquisitorial del fiscal Starr. Unos y otros se retroalimentan mutuamente en un espect¨¢culo al que los ciudadanos asisten m¨¢s divertidos que indignados, como muestra la larga lista de chistes en Internet. Y ello a pesar de las serias consecuencias derivadas del asunto: la posibilidad del primer impeachment de un presidente "de cintura para abajo", como dice The Economist. Fuera de los grandes imputados en esta tragicomedia, Clinton y Lewinsky, los grandes protagonistas son los medios y la cabeza visible del aparato legalista: el ya mencionado fiscal Starr y el abogado Ginsburg, adem¨¢s el Gran Jurado en la sombra, ante quien va desfilando la larga caterva de personajes que son minuciosamente filmados por las c¨¢maras. De mis largas horas sentado ante la CNN, tanto siguiendo este caso como la reciente ejecuci¨®n de Karla Whittaker, recuerdo sobre todo los comentarios de decenas de juristas e incluso de alg¨²n que otro predicador, pero apenas de parlamentario alguno. ?stos ya se encontrar¨¢n todo bien cocido antes de pronunciarse, si es que llega el caso.
El pobre ciudadano, al que B. Manin describe en su sentido literal de p¨²blico que asiste a una representaci¨®n de la pol¨ªtica escenificada en los medios de comunicaci¨®n, no por ello deja de participar en ella. Se trata, sin duda, de una participaci¨®n virtual -mediada tambi¨¦n por quienes montan el espect¨¢culo- que se manifiesta a trav¨¦s de los sondeos de opini¨®n. El Lewinskygate sufri¨® un giro insospechado al detectarse en las encuestas que los ciudadanos valoran m¨¢s las virtudes p¨²blicas del presidente de lo que condenan sus vicios privados. Lo siento por los predicadores y por la conspiraci¨®n moralista contra Clinton, si es que existe, y esto puede hacernos dudar tambi¨¦n sobre la defici¨®n de EE UU como la "segunda teocracia del mundo" (John Gray). Lo interesante del caso es ver c¨®mo esta "v¨ªdeo-pol¨ªtica" introduce a la ciudadan¨ªa en la discusi¨®n en la forma de sondeos, haci¨¦ndoles sentirse part¨ªcipes de aquello que se les representa; algo parecido a los concursos de la televisi¨®n o a los programas debate en los que el p¨²blico puede pronunciarse por una u otra opci¨®n planteada. La mayor o menor correcci¨®n t¨¦cnica de las encuestas es ya una cuesti¨®n menor una vez conseguida esta gran dependencia de la pol¨ªtica de t¨¦cnicas sociales no cuestionadas, como son tambi¨¦n las estad¨ªsticas de los niveles de inflaci¨®n, de paro o de aumento del PIB. Y al igual que en estas ¨²ltimas, como bien dice Sartori, la opini¨®n p¨²blica se presenta como un "dato" que se da por descontado. El problema, como subraya el polit¨®logo italiano, es que al final "el pueblo soberano 'opina' sobre todo en funci¨®n de c¨®mo la televisi¨®n le induce a opinar".
Desde luego, en Espa?a estamos todav¨ªa lejos de la situaci¨®n americana, mucho m¨¢s avanzada en esta tendencia que cualquier otro sistema europeo. Pero el caso Anson refleja tambi¨¦n con claridad esa conciencia de los medios sobre su posici¨®n central en el sistema pol¨ªtico. En su soberbia, los "conspiradores" no s¨®lo pretendieron suplantar la "aut¨¦ntica" opini¨®n -¨²nicamente verificable con seguridad en las elecciones-, sino que aspiraron a convertirse en el ¨²nico "espejo cr¨ªtico" (Pedro J. Ram¨ªrez) de la sociedad. La ¨²nica garant¨ªa de conformar una opini¨®n p¨²blica plural es que haya medios tambi¨¦n plurales, una pluralidad de espejos, que es la idea que subyace tambi¨¦n a la diferencia entre gobierno y oposici¨®n. Y aqu¨ª es donde entra su obsesi¨®n, luego traslada al nuevo gobierno, sobre la necesidad de "marginalizar" o contrarrestar a aquellos grupos medi¨¢ticos no afines. Dada la situaci¨®n de desideologizaci¨®n reinante y las pautas b¨¢sicas sobre las que se sustenta hoy la pol¨ªtica, en ninguna conspiraci¨®n de estas caracter¨ªsticas puede faltar, adem¨¢s de los medios, la compa?¨ªa judicial-legalista. Frente a ellos, los actores pol¨ªticos "verdaderos", los representantes pol¨ªticos electos, act¨²an de meros comparsas. S¨®lo se alcanza el triunfo si, adem¨¢s de ganar las elecciones la opci¨®n favorecida, se consigue filmar el baile de asistencias judiciales -el que luego haya condena o no es secundario- de los pol¨ªticos "designados" o de los propietarios de los medios enemigos.
Nadie duda de la importancia del poder judicial para afianzar o proteger el Estado de derecho, pero el no saber marcar las distancias entre lo que compete a la justicia y lo que corresponde a la pol¨ªtica no es bueno ni para la justicia ni para la pol¨ªtica. Aqu¨ª es donde se encuentra el error m¨¢s grave de Felipe Gonz¨¢lez, incapaz de ver la importancia de la asunci¨®n de responsabilidades pol¨ªticas para vigorizar el sistema democr¨¢tico. Cuando se admira la capacidad de la democracia inglesa para generar una pol¨ªtica responsable suele ignorarse el uso tan econ¨®mico que en ella se hace del recurso al sistema judicial. Un sistema que carece de la tutela de un tribunal constitucional exige una indudable responsabilidad y lealtad a la Constituci¨®n en el ejercicio de la capacidad legislativa. Y los representantes populares son tambi¨¦n plenamente conscientes no s¨®lo de su sujeci¨®n a ley, sino tambi¨¦n de la necesidad de dar cuenta de sus acciones ante quienes les eligieron. No nos quejemos luego de no hacer un uso responsable de nuestro voto si somos hurtados de la capacidad de decidir y evaluar las responsabilidades pol¨ªticas hasta que no recaiga sobre ellas una decisi¨®n t¨¦cnicojudicial. Pero bueno, aqu¨ª metemo -como apuntaba F. Gonz¨¢lez a este mismo peri¨®dico- que esta misma "conspiraci¨®n" de la que estamos hablando acabar¨¢ teniendo tambi¨¦n un desfile televisado por los tribunales.
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