Catalu?a y el 98
Me fascina detectar la huella viva del pasado en las arquitecturas urbanas; sobre todo en los barrios modernos -los "ensanches"-, que nos sugieren una vida social muy pr¨®xima a nosotros, y de la que la nuestra es simple continuaci¨®n y evoluci¨®n. En este sentido, pocos conjuntos tan espl¨¦ndidos y evocadores como el constituido por el primer ensanche de Barcelona, todav¨ªa atenido al famoso plan Cerd¨¢. No hay ciudad en Europa -incluyendo a Viena, cuna del art nouveau- que ostente un despliegue de edificios modrnistas tan nutrido y variado como el de la capital catalana. El alcalde Maragall, con muy buen criterio, aprovech¨® la gran oportunidad que le brindaba la Olimpiada de 1992 para valorar y restaurar los ejemplares m¨¢s destacados, en un espacio concreto -el quadrat d'or-, en el que deslumbraban como joyas la famosa "manzana de la discordia" y la casa Mil¨¢ (la Pedrera), en el emblem¨¢tico paseo de Gracia. Aunque este ¨²ltimo no es ya lo que fue -un aut¨¦ntico paseo, tal como se proyect¨® y se traz¨®, con un and¨¦n central por el que era delicioso caminar a cualquier hora del d¨ªa-, sigue conservando hoy, convertido en amplia avenida supeditada al tr¨¢fico rodado, el magn¨ªfico empaque de sus edificios, oscilante entre irisados barroquismos, enso?aciones medievales o evasiones fant¨¢sticas inspiradas en una naturaleza fe¨¦rica: las tres versiones modemistas que esplenden en la mencionada manzana de la discordia -m¨¢s bien, noble rivalidad- repartida entre los grandes arquitectos de la ¨¦poca: Dom¨¨nech i Montaner, Puig i Cadafalch y Gaud¨ª.Discurriendo por el Paseo, o por las rectas avenidas que lo flanquean hasta la Diagonal, es posible revivir lo que fue el empuje creador -creador de industria, de riqueza, de trabajo, de arte- de la Catalu?a que crece tras el despuntar de la Renaixen?a, y que culmina entre los d¨ªas de la Restauraci¨®n -los d¨ªas de la llamada febre d'or- y los que siguieron a la Primera Guerra Mundial. Alguna vez he escrito que las veladas de la ¨®pera -en el incomparable Liceo- y la fastuosidad del modernismo arquitect¨®nico fueron, para la potente e imaginativa burgues¨ªa industrial catalana, una especie de necesaria evasi¨®n a la prosa de la f¨¢brica y del libro talonario, y, en cualquier caso, expresi¨®n de vitalidad, de seguridad en s¨ª misma, de tensi¨®n creadora.
Todo ello coincidi¨® y se despleg¨® antes y despu¨¦s de la gran cat¨¢strofe nacional del 98: impacto al que esa burgues¨ªa no fue, en modo alguno, insensible. Y siempre he pensado que la famosa generaci¨®n intelectual del 98 cometi¨® un error de enfoque al centrar sus meditaciones sobre el ser de Espa?a en los aspectos menos estimulantes de una Castilla a¨²n no incorporada m¨¢s que parcialmente a la modernidad, afincada a¨²n en un ruralismo con muchos estigmas del medievo a cuestas, en lugar de volver los ojos al ejemplo y al est¨ªmulo de la periferia c¨¢ntabra y levantina, y especialmente de Catalu?a. Los noventayochistas, al alzar la mirada de los campos yermos, de las aldeas polvorientas de la meseta, incluso de un Madrid que a¨²n no hab¨ªa salido de su definici¨®n eminentemente cortesana y burocr¨¢tica -que todav¨ªa era, en 1898, un "poblach¨®n manchego"-, fijaban, como contraste, sus ojos en el Par¨ªs radiante y espl¨¦ndido de la belle ¨¦poque; no se les ocurr¨ªa desviarlos hacia Barcelona, ni parec¨ªan recordar que Espa?a no se acababa en Castilla; que hab¨ªa otra Espa?a, verdadero punto de referencia para su aut¨¦ntica regeneraci¨®n, en la senda de una modernidad de la que la gran ciudad mediterr¨¢nea era el mejor exponente.
No deja de ser significativa, a este respecto, la reacci¨®n del gran poeta Maragall ante el espect¨¢culo de postraci¨®n o de frivolidad -el"sin pulso" de Silvela- que brindaba, en una hora cr¨ªtica, la que pronto ser¨ªa calificada como "Espa?a oficial": "Aqu¨ª hay algo vivo gobernado por algo muerto, porque lo muerto pesa m¨¢s que lo vivo y lo va arrastrando en su ca¨ªda a la tumba. Y siendo ¨¦sta la Espa?a actual, ?qui¨¦n podr¨¢ ser espa?olista de esta Espa?a, los vivos o los muertos?". Era como una acotaci¨®n al impresionante final de su Oda a Espanya: "Espanya, Espanya, retorna en tu, / arrenca el plor de mare! / Salva't, oh, salva't de tan de mal; / que el pl? et torni feconda, alegre i viva; / pensa en la vida que tens entorn; / aixeca el front, / sonriu als set colors que hi ha en els n¨²vols. / On ets, Espanya? No et veig en lloc. / No sents la meva veu atronadora? / No entens aquesta llengua, que et parla entre perills? / Has despr¨¨s d'entendre en els teus fills? / Ad¨¦u, Espanya!".
Pero este repliegue -el Ad¨¦u, Espanya!- iba a dar paso de inmediato a una propuesta esperanzadora tanto para Catalu?a como para Espa?a. Una propuesta encaminada a la transformaci¨®n del Estado canovista, que junto a sus grandes logros -la concordia transaccionista, el civilismo- se hab¨ªa visto lastrado por grandes errores: la centralizaci¨®n a ultranza: la ficci¨®n -inevitable al principio; convertida luego en sistema- del r¨¦gimen representativo. La autonom¨ªa reclamada por Catalu?a como afirmaci¨®n de una personalidad hist¨®rica irrenunciable implicaba un esquema de Estado espa?ol abierto a las libertades regionales y locales en beneficio de todos. Y la r¨¦plica a la ficci¨®n supon¨ªa la renuncia al bipartidismo, para dar paso a nuevas fuerzas pol¨ªticas marginales a aqu¨¦l capaces de empu?ar con mano firme el tim¨®n del Estado. El partido que asumi¨® ese programa -la Lliga Regionalista, que en 1906 se convertir¨ªa en eje de un potente instrumento pol¨ªtico, la Solidaridad Catalana- no pretend¨ªa, por cierto, volver la espalda a Espa?a, sino todo lo contrario: encamar el "motor del cambio" -como ahora dir¨ªamos- necesario para su regeneraci¨®n. En definitiva, exig¨ªa que no se siguiese confundiendo a Espa?a con Castilla. Porque, si la historia com¨²n se hab¨ªa venido desplegando en los ¨²ltimos siglos como un proceso de castellanizaci¨®n, este proceso hab¨ªa agotado su ciclo con la gran crisis de ultramar. Y la otra Espa?a que no quer¨ªa confundirse con Castilla aspiraba a abrir un nuevo proceso hist¨®rico: un proceso de catalanizaci¨®n, estimulando con su propio vigor en plenitud un in¨¦dito proyecto sugestivo de vida en com¨²n.
Por desgracia, la proximidad de la crisis antillana -la amputaci¨®n de las Espa?as de ultramar- rode¨® inmediatamente de suspicacias el paso adelante del catalanismo pol¨ªtico, contemplado como simple vocaci¨®n secesionista. "La acusaci¨®n de separatismo", escrib¨ªa el fundador de la Lliga, Prat de la Riba, "es una acusaci¨®n completamente falsa, es el truco de siempre... El catalanismo no es separatista. El catalanismo quiere la prosperidad de Catalu?a, quiere la autonom¨ªa de Catalu?a. Aspira a reformar la actual Constituci¨®n de Espa?a, injusta y depresiva para su dignidad". Y a ra¨ªz de los lamentables sucesos barceloneses de 1905 -el enfrentamiento directo del Ej¨¦rcito con los ¨®rganos de expresi¨®n de la Llig a-, proclamar¨ªa el marqu¨¦s de Camps en el Senado: "Os pido, se?ores senadores, que desaparezca de vuestro ¨¢nimo la confusi¨®n entre el separatismo, que es la muerte, y el regionalismo, que es fuente de vida para Espa?a. Recordad que Espa?a, en todas sus crisis, se ha salvado por los dep¨®sitos de energ¨ªa que ha encontrado en el particularismo regional".
M¨¢s a¨²n. El programa catalanista aspiraba a una integraci¨®n peninsular bajo el signo de la libertad para todos -que sin duda hab¨ªa de cimentarse en una com¨²n lealtad-: apuntaba al iberismo, que se resum¨ªa, hacia 1916, en la consigna Catalunya lliure dins l'Espanya gran: "Fundir la Constituci¨®n de Espa?a en el respeto hacia la igualdad de derecho de todos los pueblos que la integran es dar el primer paso hacia la Espa?a grande, el primero y ¨²nico con virtualidad para ponemos en camino de cimentarla. Este imperio peninsular de Iberia que ha de ser el n¨²cleo primero de la Espa?a grande, el punto de partida de una nueva participaci¨®n, fuerte o modesta, pero intervenci¨®n al fin en el gobierno del mundo, no puede nacer de una imposici¨®n violenta. O no ser¨¢ nunca, o ha de venir de la comunidad de un ideal colectivo, del sentimiento de una hermandad, de un v¨ªnculo familiar entre todos los pueblos ib¨¦ricos, de sentir todos, la gente de Portugal y la de Espa?a, los males del aislamiento y los posibles esplendores de una fusi¨®n de sentimientos y de fuerzas".
Diez a?os antes, el propio Maragall hab¨ªa escrito, en su Himne ib¨¦ric, como una r¨¦plica a su Oda a Espanya: "Terra entre mar, Ib¨¦ria, mare aimada, / tots els teus fills te fem la gran can?¨®. / En cada platja fan son cant i onada, / mes terra endins se sent un sol ress¨°, / que de l'un cap a l'altre a amor convida / i es va tornant un cant de germanor: / Ib¨¦ria! Ib¨¦ria! et ve dels mars la vida, / Ib¨¦ria! Ib¨¦ria! d¨®na als mars l'amor".
Cont¨® la Lliga Regionalista con un excepcional diputado en las Cortes madrile?as: Francisco Camb¨®, que tendi¨® puentes a la Espa?a oficial en los dos grandes momentos del regeneracionismo reformista: el de Maura y su "revoluci¨®n desde arriba", y el del gran dem¨®crata Canalejas -patrocinador de la Mancomunidad Catalana, implantada luego mediante real decreto por Eduardo Dato-. Y pareci¨® pr¨®ximo al logro de sus aspiraciones al entrar en el Gobierno nacional de 1918. Desgraciadamente, nunca lleg¨® a entenderse ni valorarse en el resto de Espa?a lo que Camb¨® -y la empresa pol¨ªtica por ¨¦l intentada- pod¨ªan significar como aut¨¦ntico camino de regeneraci¨®n para el pa¨ªs. Los recelos castellanistas de una parte, y el maximalismo de la esquerra catalana de otra -animada ¨¦sta por la eclosi¨®n de las doctrinas nacionalistas que trajo el fin de la Gran Guerra-, degeneraron en una pugna entre separadores y separatistas. Los primeros dar¨ªan muestra de s¨ª en la Dictadura de 1923; los segundos, en el despuntar de la II Rep¨²blica. Y en los a?os que siguieron, estos ¨²ltimos en la desgraciada intentona de octubre de 1934, y aqu¨¦llos, en el alzamiento de julio de 1936 y en el r¨¦gimen que alumbr¨®.
En nuestros d¨ªas, la vieja democracia ficticia es una democracia real; y el Estado de las autonom¨ªas ha sustituido al Estado centralista. El ut¨®pico regeneracionismo catal¨¢n que surgi¨® como una r¨¦plica al 98 se ha convertido en una realidad. Y, sin embargo, latentes, al acecho, alientan a¨²n las dos vocaciones rupturistas. Esperemos que el seny triunfe definitivamente sobre la rauxa, y la mesura sobre el fanatismo. Como un modelo de equilibrio y tolerancia brindado a la espa?ol¨ªsima Vasconia, donde los odios cainitas rebrotan cada d¨ªa como una maldici¨®n.
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