Robins¨®n urbano
Ajeno por completo al mundanal estr¨¦pito que le circunda, un vagabundo duerme bajo uno de los puentes del Paseo de la Castellana. Quiz¨¢ la palabra vagabundo no sea la m¨¢s apropiada en este caso, porque el impasible durmiente lleva ya muchos meses instalado en esta isleta rodeada de tr¨¢fico por todas partes, incluso por encima de su cabeza.El okupante, al que siempre he visto dormido, ha elegido el m¨¢s bullicioso y transitado de los puentes del paseo. La presencia en la acera de enfrente de unos grandes almacenes genera una afluencia continua de ciudadanas y ciudadanos cargados con bolsas y paquetes, que pasan apresuradamente, urgidos por el sem¨¢foro, junto a la figura yacente, irrumpen fugazmente en su dormitorio y desaparecen aferrados a sus cargas.
El durmiente no tiene nada que envidiarles en cuanto a bolsas y paquetes, sus pertenencias rodean su catre de piedra sin que ¨¦l tenga que ocuparse de ellas, su seguridad est¨¢ garantizada entre estos transe¨²ntes que, aunque quisieran, no tendr¨ªan manos suficientes para hurtarle sus bultos.
Su seguridad diurna, y diurnas son las horas que dedica al sue?o reparador, est¨¢ garantizada entre la multitud de testigos involuntarios que contemplan su beat¨ªfico descanso.
El okupante ha elegido como lecho un banco situado en la base de una obra escult¨®rica acomplejada y hu¨¦rfana, una estructura met¨¢lica que no ha podido crecer hacia lo alto limitada por el arco del paso elevado.
Parece como si el artista, frente a tan grave complicaci¨®n y a lo poco atractivo del emplazamiento, hubiera desistido del intento y en un arrebato de ira se hubiese limitado a tirar de cualquier manera los componentes de su frustrado proyecto sobre el ingrato pedestal, un amasijo de hierros geom¨¦tricos que se amontonan formando una chata y casi invisible pir¨¢mide.
No es ¨¦sta la ¨²nica decoraci¨®n visible en este espacio triangular y sombr¨ªo que el vagabundo varado escogi¨® como hogar.
Afinando la vista puede vislumbrarse, al fondo del apartamento, un mural tambi¨¦n acomplejado y maltratado, pero no hu¨¦rfano, porque a la obra le han salido numerosos padres que han firmado con sus r¨²bricas de spray la composici¨®n, que tambi¨¦n es un poco suya, una obra colectiva, una obra p¨²blica, en continuo proceso de transformaci¨®n.
El okupante vive en simbiosis con el monumento que le cobija y al que ¨¦l le ha dado una utilidad al transformarlo en habit¨¢culo.
Los transe¨²ntes, que antes s¨®lo ve¨ªan un estorbo en aquel mazacote situado entre dos pasos de peatones, ahora se fijan m¨¢s en el conjunto, y en los d¨ªas grises m¨¢s de uno ha llegado a creer que la figura yacente formaba parte del monumento. Pero el durmiente no es de piedra y desde luego no est¨¢ all¨ª posando para una performance de vanguardia.
El paso elevado circula entre un ministerio y un hipermercado, el vagabundo ha acampado entre dos mundos, tierra de nadie por la que todos transcurren sin detenerse. El vagabundo es un robins¨®n en su isla min¨²scula, un n¨¢ufrago arrojado por la marea urbana a esta costa imposible, un eremita de asfalto que ha encontrado la soledad en el centro de la multitud y duerme, o tal vez medita, en el Ojo tranquilo del hurac¨¢n.
Tal vez un d¨ªa despierte de su m¨ªstico letargo para predicar la inminencia de un apocalipsis que ha entrevisto en sus sue?os, cuando las bocinas de los autom¨®viles resonando en sus o¨ªdos y por encima de su cabeza sonaban como uno se supone que deben sonar las trompetas del juicio final, como el anuncio ensordecedor de una gran liquidaci¨®n total por fin de existencias.
Aunque puede que la mejor pr¨¦dica del eremita del Paseo de la Castellana se resuma en la placidez inaudita de su sue?o, mudo serm¨®n, par¨¢bola y paradoja expuesta a los Ojos de los habitantes de una ciudad agitada e insomne siempre.
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