Vuelve 'Frankenstein', el hu¨¦rfano absoluto
Reposici¨®n de los filmes donde Boris Karloff, Jack Pierce y James Whale forjaron el mito
Una sala Renoir de Madrid repone los filmes Frankenstein y La novia de Frankenstein, dirigidos en 1931 y 1935 por James Whale, pintor, actor y director teatral ingl¨¦s enrolado por los estudios Universal de Hollywood en 1930, a comienzos del cine hablado. Otro ingl¨¦s, William Henry Pratt, universalmente conocido como Boris Karloff, molde¨® con su singular¨ªsimo rostro el de la terrible e infortunada Criatura, un hombre hecho con trozos de otros, v¨ªctima de la m¨¢s absoluta orfandad que ha logrado representar el cine. El primer filme asust¨® y conmovi¨® al mundo y el segundo, aunque de audiencia menor, llev¨® al mito rom¨¢ntico a su mayor elevaci¨®n, en un filme de inquietante humor e insuperable refinamiento.
Frankenstein se estren¨® en el Mayfair Theatre de Nueva York a primeros de diciembre de 1931. Cost¨® 291.000 d¨®lares y tan s¨®lo durante las semanas que rodearon aquella Navidad neoyorquina recaud¨® cinco millones, veinte veces m¨¢s de lo que hab¨ªa costado a Carl Laemmle, emigrante jud¨ªo alem¨¢n, pionero del Hollywood fundacional y due?o por entonces de los estudios Universal. Colas que daban dos veces la vuelta a la manzana del Mayfair se hicieron el paisaje cotidiano de la calle 42 de Manhattan durante varios meses. La ciudad, todav¨ªa trastornada por el desastre de la Gran Depresi¨®n de 1929, fue muy receptiva a la aterradora met¨¢fora sobre la orfandad absoluta que representaba (un cr¨ªtico describi¨® su aparici¨®n como "un pu?etazo entre los ojos") aquel extra?o filme expresionista, hoy convertido en arranque de un cap¨ªtulo genial, indispensable del cine.El origen de la pel¨ªcula arranca de muy pocos meses antes de su estreno, en la resaca del ¨¦xito del truculento Dr¨¢cula de Bela Lugosi, dirigido por Tod Browning, y en la reedici¨®n en Londres de la novela Frankenstein, un moderno Prometeo, escrita a los 17 a?os por Mary Godwyn, esposa del poeta Percy Bysshe Shelley, que llevaba m¨¢s de un siglo -su primera edici¨®n es de 1818 y la segunda de 1823- semiolvidada y que el cine rescat¨® en 1910, en un mediometraje hoy casi enteramente perdido de Thomas Edison.
Richard Schayer, jefe del departamento de guiones de la Universal, encarg¨® al director y guionista franc¨¦s Robert Florey que redactase a toda prisa un enfoque visual del libro de no m¨¢s de cinco folios, que Florey escribi¨® en una noche. Carl Laemmle pas¨® el manuscrito -con gran irritaci¨®n de Florey, que ambicionaba dirigirlo protagonizado por Bela Lugosi- a las manos del director y actor brit¨¢nico James Whale, que inmediatamente -acabada de ver El gabinete del doctor Caligari, de Wienne, y qued¨® deslumbrado por el creaci¨®n del monstruo por Conrad Veidt- descart¨® a Lugosi como protagonista y propuso a un oscuro compatriota suyo, Boris Karloff, como percha humana para dar identidad a la Criatura ideada por Mary Shelley.
Creaci¨®n de un rostro
Whale, que tambi¨¦n era escen¨®grafo y dibujante de renombre, esboz¨® a l¨¢piz sobre fotograf¨ªas de Boris Karloff un acercamiento -cuatro a?os despu¨¦s, en La novia de Frankenstein y sobre las angulosas facciones de Elsa Lanchester, ser¨ªa ¨¦l mismo quien creara la imagen de la Criatura hembra insinuada por Mary Shelley- a la futura fisonom¨ªa del monstruo. Con s¨®lo estos apuntes a l¨¢piz como base de partida de un trabajo fren¨¦tico, de sol a sol, durante dos semanas, el maquillador Jack Pierce comenz¨® laboriosamente a moldear el rostro de Karloff.El resultado final fue tan asombroso que, cuando Karloff se present¨® a rodar el primer d¨ªa procedente de la sala de maquillaje, se hizo en el plat¨® de rodaje un espeso silencio que inmoviliz¨® a los componentes del equipo y provoc¨® gritos de sobresalto en algunos asustadizos. La formidable m¨¢scara fue mantenida como un alto secreto en los estudios Universal hasta meses despu¨¦s del estreno del filme. Y fue el actor quien dio el toque definitivo y decisivo ("Era todav¨ªa demasiado viva mi mirada y me puse una capa de cera sobre los p¨¢rpados para dar a mis ojos sensaci¨®n de pesadez") que ha convertido a su portentosa caracterizaci¨®n en la imagen de una pesadilla ¨ªntima so?ada por todo el mundo.
Incluso en el cine de ahora, en medio de un ba?o incesante de efectos especiales capaces de dar cuerpo a lo inimaginable, la genial m¨¢scara de Pierce y Karloff conserva plena capacidad referencial y mantiene vivo su poder perturbador, que unas veces conduce al seguimiento literal del modelo (de El esp¨ªritu de la colmena a La familia Monster) y otras veces intenta, siempre infructuosamente, moldear una fisonom¨ªa distinta que pueda hacer algo de sombra en la oscura luminosidad de la creaci¨®n original, ambici¨®n que se percibe en el Frankenstein de Chistopher Lee y Terence Fisher y en el reciente de Robert de Niro y Kenneth Branagh.
Pero aunque hay ahora ejercicios muy expertos del remoto arte de la creaci¨®n de m¨¢scaras (por ejemplo, el esfuerzo realista de Robert de Niro en su composici¨®n del ¨²ltimo Frankenstein), nadie ha logrado borrar de la memoria del cine la estremecedora combinaci¨®n de soledad, padecimiento, perplejidad y desamparo que el genio que brot¨® de la colaboraci¨®n entre Jack Pierce y Boris Karloff proporcion¨® a la tenebrosa y desoladora Criatura que moldearon conjuntamente en unos pocos d¨ªas.
Whale exigi¨® al guionista John Balderston que la Criatura fuese muda y, se expresase mediante gestos y gru?idos, por lo que Pierce y Karloff se vieron forzados a concentrar toda la terror¨ªfica elocuencia que el personaje requer¨ªa -en el libro de Mary Shelley, la Criatura habla por los codos- en el austero impacto de su presencia, que as¨ª se convirti¨® en cine puro, en imagen que, vista hoy, mantiene sorprendente vigencia, sobre todo en la segunda de las pel¨ªculas, La novia de Frankenstein, donde Whale dio la medida de su excepcional talento e hizo uno de los filmes tenebrosos m¨¢s ir¨®nicos y refinados de Hollywood, cuya fotograf¨ªa -realizada por John Mescall- presagia e incluso supera en sutilezas al mazazo de claroscuros que dio al a?o siguiente Gregg Toland en el punto sin retorno de la luz del cine, el que conduce de Hombres intr¨¦pidos, de John Ford, a Ciudadano Kane, de Orson Welles.
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