La vida sigue igual
Los barcelonistas tenemos buenas y malas noticias. Primero las malas: el nu?ismo se mantiene. Ahora las buenas: la oposici¨®n crece. Por lo dem¨¢s, la Liga sigue igual. O sea: somos l¨ªderes. Despu¨¦s del partido que se vio anoche, podemos estar satisfechos por el resultado, por el espl¨¦ndido Figolazo y por algunos minutos de comuni¨®n religioso-deportiva entre jugadores y aficionados. Ganamos contra diez, me dir¨¢n los forofos rivales, pero yo les respondo que nuestro entrenador estaba lesionado y que tuvimos que recurrir al rosario de N¨²?ez, el arma temible y sagrada que, en estas ocasiones de cruzada, nunca falla. Analizado fr¨ªamente, el mejor partido de la Liga de las Estrellas me defraud¨® casi tanto como Ra¨²l y constituy¨® otra demostraci¨®n de f¨²tbol wonderbra, un espejismo que, a la hora de la verdad, agua las m¨¢s entusiastas expectativas.Pero, a pesar de todo, los cul¨¦s fuimos razonablemente felices. Ganarle al Real Madrid tiene valor a?adido, aureola hist¨®rica, chicha ¨¦pica. Buscarle l¨®gica a esta clase de partidos resulta tan in¨²til como esperar que alguno de los contendientes de la moci¨®n de censura reconozca su debilidad y act¨²e, de una vez por todas, en consecuencia. Precedido por toneladas de publicidad est¨¢tica y en movimiento, el Bar?a-Madrid de ayer saci¨® el hambre de los militantes y conform¨® a los paladares m¨¢s exigentes, al menos a este lado del r¨ªo Ebro. Como escribe J. M. Isasi Urdangar¨ªn en sus excelentes y valientes Variaciones Julen Guerrero: "Nos hablan del f¨²tbol como si fuera un pasatiempo, un espect¨¢culo o un negocio, pero nadie nos ense?a los lazos del f¨²tbol, nadie nos previene de las ataduras del f¨²tbol, que finalmente son como las de la familia; uno no puede renunciar a su equipo como no puede renunciar a su madre, eso es algo que lo experimenta cualquier aficionado medio, y sin embargo siguen hablando del f¨²tbol como de un deporte, de manera incomprensible se ve al f¨²tbol como un deporte, incluso se le llama balompi¨¦, una palabra degradante y muy alejada del objeto designado, cuando el f¨²tbol es por encima de todo un v¨ªnculo, un v¨ªnculo adem¨¢s que nos marca de por vida y que de hecho condiciona nuestro paso por el mundo".
Ayer, cuando el ¨¢rbitro pit¨® el final del partido, todos estos conceptos aparecieron de golpe y el v¨ªnculo se hizo carne. La satisfacci¨®n del barcelonismo, tras una jornada electoral que sirvi¨® como colof¨®n a una exasperante campa?a de insultos, contrainsultos y recontrainsultos, exager¨® los m¨¦ritos del equipo con una ovaci¨®n cargada de matices, una ovaci¨®n que no era una simple respuesta al est¨ªmulo estrictamente futbol¨ªstico, sino que intentaba poner a cada uno en su sitio y, principalmente, agradecer la entrega y el entusiasmo de los jugadores. En noches como la de ayer, en las que la euforia aparece como una tentaci¨®n obscenamente asequible, es necesario analizar las cosas y no dejarse llevar por el vaiv¨¦n de gl¨®bulos azulgrana que circulan por nuestra sangre. Por supuesto, lo primero es disfrutar del resultado, pero lo segundo es admitir que tuvimos suerte. Una suerte que, si queremos convertir en arma arrojadiza, debemos calificar, no sin orgullo, de "suerte de los campeones", en parte para minar la moral de nuestros rivales y en parte porque se trata de uno de los componentes m¨¢s importantes y preciados de nuestra historia reciente.
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