C¨®mo lo lamento, c¨®mo lo celebro
Hagamos un esfuerzo, hagamos memoria, seamos sinceros.Hace ya mucho tiempo que, de los cr¨ªmenes de ETA, lo que m¨¢s estupefacci¨®n nos causa a la mayor¨ªa no son los asesinatos, extorsiones y secuestros mismos, sino la existencia y perduraci¨®n de unas ciento cincuenta mil personas que con su reiterado voto a Herri Batasuna est¨¢n aplaudiendo o aprobando de manera fehaciente e inequ¨ªvoca dichos cr¨ªmenes. Uno puede concebir la existencia de unos centenares de asesinos dispuestos a pegarle un tiro en la nuca a un concejal sevillano que volv¨ªa por la noche a casa y a llevarse por delante, de paso, a su a¨²n m¨¢s inofensiva mujer que lo acompa?aba. Se hace m¨¢s cuesta arriba, en cambio, imaginar a muchos miles jaleando esa acci¨®n u otras parecidas, pese a no faltar en la historia ejemplos de locuras y fanatismos colectivos, que a veces han alcanzado a pa¨ªses enteros. Pero aun as¨ª: la situaci¨®n actual en Espa?a y en Europa occidental (y por actual me refiero a los ¨²ltimos veinte a?os) nos hace ver como improbable y extempor¨¢nea una epidemia de ese calibre, por mucho que hayamos tenido oportunidad de asistir a una hace bien poco, en los Balcanes.
Lo segundo que m¨¢s estupefacci¨®n nos causa sigue sin ser los asesinatos y los secuestros, sino m¨¢s bien lo que tantas veces se ha llamado la "ambig¨¹edad" de los dem¨¢s partidos pol¨ªticos nacionalistas de Euskadi, para excesiva irritaci¨®n. -casi equivalente a una involuntaria aquiescencia, como si la verdad doliera- de los dirigentes y portavoces del PNV. Pero les guste o no a Arzalluz y a Ardanza, a Anasagasti y a Egibar, a menudo dan la sensaci¨®n de estar mucho m¨¢s preocupados o enfurecidos por los posibles abusos contra los presos de ETA o los jarrayanes de HB que por los abusos seguros que cometen unos y otros, incluso contra los propios representantes y polic¨ªas del PNV. 0 en otras palabras, da la sensaci¨®n de que lamentan sincera y profundamente cada barbaridad de ETA, con su pacifismo e hecho y su esp¨ªritu cristiano decimon¨®nico, pero que les cuesta condenarlas enteramente o in dignarse de veras con sus autores (y en la indignaci¨®n no caben matices). Se podr¨ªan sacar a colaci¨®n numerosos ejemplos, a la cabeza aquel llamativo "este chico" con que Egibar se refiri¨® a un miembro de ETA detenido tras haberle saltado la tapa de los sesos a alguien en plena calle, ya no recuerdo.
En el fondo puede entenderse, a condici¨®n de que entendamos de una vez por todas tambi¨¦n otras cosas. Cuando Carrero Blanco fue asesinado hace casi veinticinco anos por la propia ETA (?la propia? No, eso es seguro), no recuerdo a demasiada gente entre mis conocidos -y nunca me he tratado con grandes maleantes- que se encolerizara por lo que objetivamente era una bestialidad y algo condenable en s¨ª mismo, como lo es en principio siempre quitarle la vida a nadie. Excelentes personas incapaces de hacer ning¨²n da?o, fervorosos creyentes cat¨®licos, por no hablar de agn¨®sticos responsables y con un fuerte sentido de la rectitud, unos y otros no pudieron por menos de "celebrar" en mayor o menor medida aquel atentado. Provocaban cierta admiraci¨®n, adem¨¢s la precisi¨®n y la osad¨ªa de su ejecuci¨®n, la impunidad de sus autores. Con jocosidad indisimulada corrieron por Espa?a, entre personas muy decentes y hasta muy piadosas, aquellos incre¨ªbles versos de Fray Luis de Le¨®n que parec¨ªan una profec¨ªa con cuatro siglos de antig¨¹edad, el arranque de su pieza A don Pedro Portocarrero: "No siempre es poderosa, / [Porto] Carrero, la maldad, ni atina / la envidia ponzo?osa, / y la fuerza sin ley que m¨¢s se empina / al fin la frente inclina; / que quien se opone al cielo / cuando m¨¢s alto sube, viene al suelo". No debe olvidarse que el autom¨®vil del almirante Carrero subi¨® muy alto en efecto, y se qued¨® colgado del alero de la iglesia de los Jesuitas de Serrano hasta que lo hicieron venirse al suelo.
La mayor parte de la gente a que me refiero habr¨ªa sido absolutamente incapaz de participar en un acto as¨ª, por supuesto de da la orden, y probablemente se habr¨ªa opuesto a ello de haber sido consultada al respecto. Sin embargo, y ya que "otros" lo hab¨ªan hecho sin pedir permiso a nadie, toda esa gente de bien no pod¨ªa evitar "celebrarlo" en un grado u otro si no quer¨ªa ser hip¨®crita, en la medida en que aquel acto serv¨ªa a sus prop¨®sitos de acabar con una dictadura que parec¨ªa entonces eterna, y adem¨¢s con eficacia en este caso, como se comprob¨® m¨¢s tarde. Pero no nos enga?emos: el motivo del "contento", donde llegara a haberlo, era m¨¢s primitivo y simple: alguien ha asestado un tremendo golpe a nuestros enemigos, a nuestros tiranos, a nuestros opresores; no nos gustan los m¨¦todos y nunca lo habr¨ªamos llevado a cabo, pero no podemos evitar cierto contento.
"No nos gustan o no compartimos los m¨¦todos" es precisamente, con variantes, una de las cantilenas que entonan a menudo los partidos nacionalistas vascos al hablar de ETA y HB. Alg¨²n dirigente, en alguna ocasi¨®n, ha ido incluso m¨¢s lejos y ha afirmado (cito de memor¨ªa, por tanto m¨¢s el sentido que las palabras) que "en el fondo, ETA, HB y ellos aspiran a lo mismo", s¨®lo que por distintas y aun opuestas v¨ªas. De ser esto as¨ª, de ser esto cierto, se comprende que, les guste o no, la famosa "ambig¨¹edad" se les trasluzca a los jefes del PNV o de Eusko Alkartasuna. Exactamente de la misma manera que a mao¨ªstas, comunistas, socialistas, democristianos, liberales (verdaderos, no de los actuales usurpadores) y hasta dem¨®cratas ex-falangistas como Dionisio Ridruejo, se les trasluc¨ªa en privado que no les parec¨ªa mal del todo que "alguien" se hubiera cargado a Carrero, por mucho que ellos mismos hubieran tratado hasta de impedirlo si hubieran sabido de tales planes.
No deber¨ªamos quiz¨¢ quedarnos tan estupefactos ante esos ciento cincuenta mil ciudadanos, ni ante la "ambig¨¹edad" supuesta de much¨ªsimos m¨¢s millares que votan nacionalista. Al fin y al cabo, y si somos sinceros, no nos es desconocida la aprobaci¨®n o el silencio ante un hecho de sangre; y si he recurrido al ejemplo del almirante es por ser el m¨¢s claro y expresivo, pero esa misma actitud pod¨ªa encontrarse sin buscar demasiado ante lo que no eran precisamente magnicidios, en aquellos a?os.Es f¨¢cil deplorar, pero no tanto condenar las salvajadas que nos benefician o ayudan, sobre todo en una situaci¨®n de ausencia de las libertades. ?sa es la gran diferencia tal vez, que ahora no estamos en una de ellas, ni en el Pa¨ªs Vasco ni en el resto de Espa?a. Pero hay quienes creen o fingen creer que s¨ª lo estamos, la gente de ETA y HB sin lugar a dudas.Y qui¨¦n sabe si tambi¨¦n parcialmente la de EA y el PNV. Porque si fuera cierto e irrevocable que "en el fondo aspirasen a lo mismo", esto es, a la independencia de Euskadi, el hecho de que estos ¨²ltimos partidos no lo digan ni planteen siempre y a las claras acaba por convertirse en una afirmaci¨®n t¨¢cita (un sobreentendido) de que si no lo hacen es "porque Do se puede". Y si no se puede, entonces no hay libertad suficiente. Y si no hay libertad suficiente, entonces no es tan extra?o que se recurra a las armas, al menos de vez en cuan do, o no est¨¢ tan claro que la cosa no sea del todo superflua, para que s¨ª se pueda.
Cabe desde luego preguntarse si esos partidos no sostienen siempre y a las claras sus deseos de independencia porque acaso no est¨¦n seguros de que no vayan a perder votos con ello. Es el riesgo que corren. Tambi¨¦n podr¨ªan ganarlos. Pero lo cierto es que mientras no pierdan esa ambig¨¹edad y no incluyan ese deseo en sus programas, estar¨¢n siendo corresponsables indirectos de las matanzas. Y a nadie deber¨ªa causar estupefacci¨®n alguna que ciento cincuenta mil individuos las celebraran y muchas m¨¢s decenas de millares las lamentaran, pero quiz¨¢, a la postre, no las dieran del todo por mal empleadas.
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