El polit¨®logo
La ¨¦lite no gust¨® de esta obra. Estuvo fr¨ªa con ella, fr¨ªa con el em¨¦rito artista Pellicena que hizo el figur¨®n reconstruido del Tartufo, correcta con la compa?¨ªa, y, eso s¨ª, desbordada con la presencia del autor, Fernando Fern¨¢n-G¨®mez. El venerable actor es una poderosa figura cultural de nuestro tiempo. Un c¨®mico a la manera de Moli¨¨re, tambi¨¦n autor; y con m¨¢s registros: novelista, memorialista, director de algunas pel¨ªculas tan extraordinarias como sus raras obras de teatro. Leyendo al p¨²blico, que es una tarea dif¨ªcil pero que forma parte de este curioso trabajo de la cr¨®nica, se ve¨ªa esta curiosa disociaci¨®n: discreto al caer el tel¨®n, en pie al salir Fern¨¢n-G¨®mez con la barba tolstoiana y un bast¨®n; y cuando el presidente de la Comunidad, Ruiz-Gallard¨®n, que no pod¨ªa entregarle la medalla de oro porque se la dio el anterior, se la rememoraba con una placa. El autor del espect¨¢culo de la sala hab¨ªa sido el empresario Seoane: la derecha y sus asociados -Aznar, Anguita-, y buena gente de teatro y cine. Ve¨ªa yo en esto otro Tartufo.Pero todo este honorable p¨²blico no am¨® la comedia. Por sus razones. Una es que precisamente la misma correcci¨®n pol¨ªtica / cultural (que es el motivo constante de esta obra de Fern¨¢n-G¨®mez) consiste en la intangibilidad de Moli¨¨re. Es un busto, y hay que dejar que hable con su ¨²nica voz de convidado de piedra. Ah, no importa que ¨¦l usara tantas veces las de otros: una vez creado, nadie le toque. Una vez tocado, y retocado, y hablado de nuevo, no gusta a, quien se considera propietario de Moli¨¨re que sus criaturas tengan palabras contempor¨¢neas. Se puede entender que es una parodia, y hasta alguien pudo decir que era como La venganza de don Mendo (que, por cierto, es un modelo en su g¨¦nero) por la gracia f¨¢cil del anacronismo. A m¨ª no me pareci¨® tanto un trabajo de ir a la risa por el anacronismo ni de hacer la parodia de un g¨¦nero antiguo sino una manera de volver a hablar en ese escenario antiguo: de prolongar el m¨¦rito cr¨ªtico de Moli¨¨re proyect¨¢ndolo sobre nuestro tiempo.
El Tartufo
De Moli¨¨re. Int¨¦rpretes: Amparo Valle, Olga Mill¨¢n, Lola Mu?oz, Mar¨ªa Fernanda d'Oc¨®n, Manuel Aguilar, Ana Luisa, Mario Mart¨ªn, ?ngel Sacrist¨¢n, Fernando G¨®mez, Carmelo Alc¨¢ntara, Jos¨¦ Luis Pellicena, Roberto Quintana, Alejandro Navamuel. Iluminaci¨®n: Josep Solbes.Figurines: Le¨®n Revuelta. Escenograf¨ªa: Alfonso Barajas. Producci¨®n: Juanjo Seoane. Direcci¨®n: Alfonso Zurro. Teatro Alb¨¦niz.
Si la realidad est¨¢ ahora enmascarada por un lenguaje hip¨®crita, como lo estaba por otro en el tiempo de su estreno, es ese lenguaje el que emplear¨¢n el seducido y el seductor. Parece que es una de las claves de la obra. La seducci¨®n, la invasi¨®n, la toma de posesi¨®n de otro y de otros, y de la casa /naci¨®n / cultura por unos farsantes. Verles en la sala, o ver el cortejo de autoridades que desfilaba por el pasillo central hacia el interior del escenario, en el entreacto, flanqueados por los escoltas, que no s¨®lo protegen, sino que adem¨¢s dan prestigio -la guardia mora de Franco no le guardaba: le engrandec¨ªa-, era comprender que no les pod¨ªa gustar demasiado el espect¨¢culo. Aparte de que creo que les gusta poco toda esta cuesti¨®n de la cultura: van porque forma parte del entramado. Pero no voy a hacer un proceso a sus intenciones: all¨¢ ellos. Lo estaba haciendo Fern¨¢n-G¨®mez sobre el texto glorioso de Moli¨¨re: creo que no deja una palabra viva, y todas las cambia por las actuales. Por las que critica. Criticar la pol¨ªtica criticando su lenguaje es algo coherente y satisfactorio. En el cambio de los tiempos est¨¢ que Moli¨¨re tuviera serios disgustos por esta obra y que Fern¨¢n-G¨®mez tenga premios y aplausos: el poder ha aprendido.
As¨ª pues, Tartufo es un polit¨®logo, palabra que la da mucha risa a Fernando; entonces era el falso devoto, era el hip¨®crita. Era el ser sin escr¨²pulos que entra en la religi¨®n, la econom¨ªa, la vida familiar. Moli¨¨re lo pint¨® de una manera burda, con un cierto desprecio por lo que hoy nos parece poco admisible en el teatro: la teatralidad. No es menos burda toda esta representaci¨®n de ahora. Viene detr¨¢s de la que hicieron, hace a?os, Enrique Llovet y Marsillach con escenografia de Nieva: quedar¨¢ siempre como modelo. Y, adem¨¢s, entonces el poder al que se denunciaba pod¨ªa perseguir. Ahora lo denunciado es lo confuso, lo blanduzco, lo repulsivo del poder y de sus trampas. Por eso a la ¨¦lite no le gust¨® la obra.
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