Disney sin Disney
Que la empresa creada por Walt Disney ha saqueado el patrimonio cultural europeo para alimentar las calderas de su m¨¢quina de producir ficciones es algo bien sabido, desde Cenicienta hasta H¨¦rcules. Que alguien que aspire a disputar el lugar de privilegio del coloso Disney en el terreno de la animaci¨®n aproveche las lecciones del n¨²mero uno, est¨¢ en la l¨®gica del negocio. Pero que lo haga,con un tema, europeo, claro, tan extra?o para un filme de animaci¨®n como es el destino de la hija del ¨²ltimo de los Rom¨¢nov, el zar Nicol¨¢s, cuando ya la leyenda de la supuesta salvaci¨®n de la peque?a Anastasia Rom¨¢nova ha quedado clausurada por los informes m¨¦dicos sobre sus huesos, y que testimonian su fusilamiento, junto con el resto de la familia real, en Yekaterinburg, es algo cuya l¨®gica se le escapa a este cronista.Aunque en primera instancia resulte incomprensible la opci¨®n, hay que reconocer que, por una parte, la pel¨ªcula no resiste la menor comparaci¨®n con la historia, convertida la revoluci¨®n sovi¨¦tica en un capricho vengativo del malvado Rasput¨ªn, la vida cotidiana en la Rusia de los veinte en un ballet gigantesco en el que las clases populares a?oran a la gran duquesa desaparecida, y el control de la criminal polic¨ªa pol¨ªtica estalinista superable sin ning¨²n problema, am¨¦n de la improbable situaci¨®n de que en el palacio de los zares, en San Petersburgo, viva s¨®lo un ex noble con un antiguo y apuesto servidor de la corte.
Anastasia
Direcci¨®n: Don Bluth y Gary Goldman. M¨²sica: Lynn Ahrens y Stephen Flaherty. Producci¨®n: D. Bluth y G. Goldman para 20th Century Fox. Estados Unidos, 1997. Filme de animaci¨®n. Estreno en Madrid, cines Vaguada, Paz, Conde Duque, Juan de Austria, Acte¨®n.
Pero, por la otra, los guionistas se las ingenian para, a partir de algunos elementos que retrotraen en el imaginario colectivo a los. d¨ªas de esplendor de los Rom¨¢nov, los fastos, el lujo de los bailes (es ¨¦sta,como todas las pel¨ªculas de animaci¨®n de Disney, un musical con elementos a?adidos) o la propia supervivencia de Anastasia, convertida en baluarte de la legitimidad din¨¢stica por los rusos blancos exiliados, construir una pel¨ªcula que nada tiene que ver con Anastasia, los Rom¨¢nov, la revoluci¨®n sovi¨¦tica, y s¨ª mucho, en cambio, con la noci¨®n misma de espect¨¢culo, lujo y peripecia rom¨¢ntica servida para un p¨²blico infantil que nada sabe de historias tan complicadas.
De manera que Anastasia es s¨®lo la excusa argumental para la creaci¨®n de una serie de coloridos bailes, canciones m¨¢s o menos pegadizas y una historia de amor interclasista de esas que tanto les gustan a los mandamases americanos del show-bussines.
Pero aunque las similitudes con otros productos de la factor¨ªa Disney sean notabil¨ªsimas, y vayan desde la creaci¨®n de una hero¨ªna que, en sinton¨ªa con los tiempos, luce m¨¢s brillante resolutiva que su partenaire masculino, hasta la situaci¨®n en la trama, como ayudante del villano, de un animalito, que se mueve entre la iron¨ªa y el desparpajo, el murci¨¦lago Bartok, lo cierto es que por la pel¨ªcula campan elementos que Disney tal vez no mostrar¨ªa as¨ª: el hecho de que Rasput¨ªn, muerto hace anos, viva literalmente juntando los trozos de su cuerpo que se le van desprendiendo (la mano, la boca, la cabeza), sit¨²a al filme en una, dimensi¨®n m¨¢s cercana al terror que al fant¨¢stico tout court defendido por los productos de Disney, un macabro elemento de distinci¨®n en un filme cuyo norte y sentido no es otro que la copia.
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