Don Jos¨¦, don Diego y don Mariano
La plaza de Ramales fue una invenci¨®n m¨¢s del Rey Plazuelas, don Jos¨¦ I, que tambi¨¦n tuvo como injusto alias el de Pepe Botella, un rey espurio, incomprendido por sus s¨²bditos y por su emperador y hermano menor de Napole¨®n Bonaparte, que le endos¨® con cierta mala¨²va esta perita en dulce el trono de Espa?a. A este pac¨ªfico y buc¨®lico monarca, que dec¨ªa preferir una finca en Toscana a cualquier imperio, le toc¨® enfrentarse con la l¨®gica hosilidad de sus forzados vasallos y con la brutalidad no menos revisible de sus propios ej¨¦rcios. Como no pod¨ªa civilizar Espa?a, don Jos¨¦ se concentr¨® en urbanizar Madrid, una urbe a la que, seg¨²n su laico e Ilustrado criterio, le sobraban conventos y le faltaban plazas, y no precisamente de aparcamiento.Don Jos¨¦ Bonaparte comenz¨® su breve pero devastadora tarea partiendo de su propia casa, abri¨¦ndole perspectivas al moderno Palacio Real, una vivienda que, si hemos de creer a los cronistas, suscit¨® la envidia de su hermano Napole¨®n, que en su fugaz visita a Madrid har¨ªa comentado con un deje de envidia: "Vous ¨ºtes mieux log¨¦s que moi" ("?Est¨¢n ustedes mejor alojados que yo?").
La plaza de Ramales ocupa hoy los solares que fueron de la iglesia de San Juan, una de las parroquias m¨¢s antiguas de Madrid, tan antigua que, a decir de los cronistas, habr¨ªa sido edificada en tiempos de los romanos. De su antiqu¨ªsima prosapia, escribe Pedro de R¨¦pide, daban fe tres piedras redondas situadas sobre la puerta principal: en la de en medio hab¨ªa esculpida una cruz; en la de la izquierda, un cordero con una bandera, emblema de Juan el Bautista, y en la de la derecha, la cifra del nombre de Cristo en letras griegas que us¨® Constantino en su estandarte imperial, se?al de haber sido iglesias de cat¨®licos y no de arria-nos.
El templo, leyendas al margen, fue consagrado en 1254 y nuesto bajo la d¨²plice advocaci¨®n de los dos santos Juanes, el autista y el evangelista, pero adquiri¨® su mayor relevancia a comienzos del siglo XVII, cuando se convirti¨® en capilla de palacio. En San Juan tuvieron capillas y enterramientos algunos de los principales linajes madrile ?os, Solises, Herreras y Arias D¨¢via. Aunque el m¨¢s famoso de sus p¨®stumos hu¨¦spedes fuera el pintor Vel¨¢zquez, vecino el barrio donde moraban sus regios patrocinadores, un observatorio privilegiado para la contemplaci¨®n de atardeceres que m¨¢s tarde se llamar¨ªa velazque?os.
Una columna de piedra rematada por una sencilla cruz de hierro recuerda en el centro de la plaza la efem¨¦ride."Su gloriana no fue sepultada con ¨¦l ",reza una de las inscripciones conmemorativas colocadas en 1960, fecha de erecci¨®n del monolito , por la Direcci¨®n General de Bellas Artes. La gloria de este barrio palaciego y noble tampoco fue sepultada por la piqueta del Bonaparte, aunque con el paso del tiempo desapareciera gran parte de las casas blasonadas donde tuvieron sus solares los m¨¢s castizos linajes de la villa y su acomodo otras noblezas m¨¢s o menos advenedizas o importadas.
Entre las calles de Vergara y de Amnist¨ªa se alza, encastillado y pintoresco, un edificio m¨¢s moderno de indefinible y ecl¨¦ctico estilo, un barroco resumen de espa?ol¨ªsimas corrientes arquitect¨®nicas que contrasta con la imponente sobriedad de un caser¨®n frontero de traza dieciochesca que abre uno de sus flacos a la plaza. A¨²n resuenan en el aire de la zona los ecos del pistoletazo con el que Mariano Jos¨¦ de Larra puso fin a su vida y a la andadura literaria de F¨ªgaro, luctuoso suceso por partida doble que el Ayuntamiento recuerda puntualmente con necrol¨®gica placa en el n¨²mero 2 de la cercana calle de Santa Clara.
Este barrio es galdosiano de d¨ªa y rom¨¢ntico de noche, aunque la melancol¨ªa de sus callejas aparezca interrumpida con alevos¨ªa por nuevas y anodinas edificaciones. A¨²n sobreviven viejos palacios y caserones de magn¨ªfica portada como el que habit¨® Gaspar N¨²?ez de Arce, poeta de rotundas y artificiosas rimas, mucho m¨¢s celebradas y agradecidas por sus contempor¨¢neos que las acerbas cr¨ªticas de F¨ªgaro, como queda demostrado por la diferente calidad de sus viviendas: un modesto piso en una casa de vecindad en el caso de Larra y una casa palacio con blasones y columnas para don Gaspar.
Ramales, Vergara, Amnist¨ªa..., los nombres de estas calles fueron invenci¨®n de Isabel II y hacen referencia a hechos de la guerra carlista. En Ramales, provincia de Santander, se celebr¨® una importante batalla; en Vergara (Bergara) se firm¨® con un abrazo el fin de la contienda, y la amnist¨ªa fue la que Fernando VII conceder¨ªa a los vencidos del bando contrario. Ajeno por completo al pac¨ªfico y fraternal esp¨ªritu que invoca el nombre de la calle, en un piso de la calle de Vergara que se asoma a la plaza, vive parapetado, en lucha permanente con las instituciones, comenzando por la familiar, un extravagante ciudadano y eximio autor de pareados reivindicativos que en grandes cartelones aparecen en sus balcones convertidos en trinchera y tribuna de sus reivindicaciones. Los pareados, a veces de muy grueso calibre, cambian seg¨²n las incidencias de su singular batalla, que en estos momentos se entabla en dos frentes, el vecinal, con la pancarta: "JF Altea, cierra los grifos de mi techo, que gotea", en el balc¨®n de la izquierda, y el familiar, con la leyenda: "Calzonazos familiares, no ven¨ªs por estos lares", en el de la derecha.
En la tranquila plaza de Ramales hay un nuevo viejo caf¨¦ que podr¨ªa llevar ah¨ª m¨¢s de un siglo; un caf¨¦ sosegado, amueblado y surtido como los de anta?o, un remanso ciudadano en el que el cronista, al entrar, cegado a¨²n por la luz exterior, ha cre¨ªdo divisar al mism¨ªsimo F¨ªgaro leyendo este peri¨®dico y enfrentado a un lenguado a la parrilla. Cuando la ilusi¨®n ¨®ptica se desvanece, el supuesto F¨ªgaro sigue dando su papel de maravilla. No es un milagro, es el actor Jos¨¦ Sacrist¨¢n que almuerza tarde como todos los hijos de la far¨¢ndula.
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