Barcelona, d¨®nde est¨¢s
Descubrir que la historia de un siglo de relaciones culturales entre Madrid y Barcelona est¨¢ jalonada de momentos de emotiva o de positiva sinton¨ªa supone, adem¨¢s de una buena noticia, la destrucci¨®n de un t¨®pico. La p¨¦rdida de Cuba en 1898 propici¨® el primero de los encuentros significativos, basado en la coincidencia cr¨ªtica entre los intelectuales de una y otra ciudad. Espa?a se convirti¨®- en un problema y hab¨ªa que resolverlo a partir de nuevas bases. La vitalidad optimista de Barcelona era un referente para los intelectuales del centro que deseaban quitarse de encima, la losa de un sistema pol¨ªtico anquilosado y decepcionante. Peor, como en un movimiento de s¨ªstole y di¨¢stole, la sinton¨ªa se convirti¨® en distancia a partir de 1906, cuando el triunfo electoral del catalanismo pol¨ªtico encendi¨® las alarmas. Una cosa era el respeto o la admiraci¨®n por la recuperaci¨®n cultural catalana y otra muy distinta el salto a la pol¨ªtica.Al cabo de los a?os, las similitudes est¨¦ticas e ideol¨®gicas entre la generaci¨®n noucentista de D'Ors y la de Ortega, documentada en la presencia constante de los escritores catalanes en las p¨¢ginas de El Sol, desembocaron, en 1924, en un hermoso manifiesto de solidaridad con la cultura catalana dirigido a Primo de Rivera y firmado por 120 intelectuales castellanos. Este hecho, al t¨¦rmino de la dictadura, tuvo su justa correspondencia en un homenaje de Catalu?a a los firmantes, recibidos en Barcelona en literal loor de multitudes. A fin de no alargar la lista, a?adir¨¦ s¨®lo el impulso modernizador republicano que ambas ciudades emprenden al un¨ªsono, y que se traduce luego en la solidaridad activa de Catalu?a con Madrid. Es de una elocuencia reveladora el cartel de Companys con la leyenda: "Madrile?os, Catalu?a os ama".
Como todav¨ªa no se ha perdido. la memoria de las relaciones en los ¨²ltimos a?os del franquismo, las podemos tomar como punto de referencia para trasladamos a un presente en el que la distancia entre las dos ciudades es tal vez mayor que nunca. Adelantando por primera vez a Barcelona, Madrid se ha convertido en una capital cultural de una potencia sin precedentes, mientras que Barcelona pierde peso, aunque esa realidad se disimule tras su exitosa imagen de modernidad. Por si fuera poco, la fundamentada autosuficiencia de Madrid potencia, en t¨¦rminos de cultura, la consideraci¨®n de Barcelona como territorio que tener en cuenta lo menos posible en t¨¦rminos que no sean los de mercado. Las dos capitales culturales del siglo que concluye van cada una por su lado. Para Barcelona, el insospechado empuje de Madrid aparece como algo inalcanzable. Para Madrid, Barcelona ha dejado de ser un referente necesario. La voluntad es que no lo vuelva a ser (una voluntad que, de no revisarse, acabar¨¢ situando a Barcelona ante una nada grata encrucijada).
No es que las producciones culturales no circulen. Al contrario, como no tiene nada de intelectual, al mercado le importa poco de qu¨¦ factor¨ªa sale un producto. Nadie deja de comprar un libro o un disco porque su editora sea barcelonesa o madrile?a. El cine de Madrid triunfa en Barcelona y, el teatro catal¨¢n en Madrid. El fen¨®meno que pretendo destacar no son los comportamientos del p¨²blico, perfectamente homologables. M¨¢s bien tiene que ver con las direcciones de los flujos, las inversiones, las informaciones y las actitudes.
Durante la etapa democr¨¢tica, el eje de las industrias y los mercados de la cultura se ha ido desplazando de Barcelona a Madrid.. Las discogr¨¢ficas barcelonesas son del g¨¦nero independiente, lo que les deja un segmento m¨ªnimo del mercado. El cine producido en Barcelona ha dejado de verse en Espa?a. En pocas d¨¦cadas, Barcelona ha pasado de tener abiertas la mitad de galer¨ªas de arte espa?olas a descubrir que, hoy, Madrid posee 140, adem¨¢s de Arco, y Barcelona 100. El censo de actividades culturales y recreativas del IAE de 1994 daba la cifra, de 2.611 en Madrid y 1.575 en Barcelona. El mismo a?o, los museos de Madrid superaban los ocho millones de visitantes, los de Barcelona no llegaban a cuatro. En el terreno de la informaci¨®n, Barcelona ha cedido a Madrid la capitalidad de la radio, por la misma l¨®gica que sit¨²a en Madrid las televisiones privadas. Barcelona s¨®lo aguanta bien por sus editoriales, por sus compa?¨ªas teatrales... y por su merecida aura de preciosismo est¨¦tico.
Hay m¨¢s datos, pero basta lo dicho para certificar una realidad halag¨¹e?a para los madrile?os y preocupante para los barceloneses. ?Por qu¨¦ ha ocurrido? Entre la diversidad de causas, destacar¨ªa una estrategia de la capitalidad, fuertemente apoyada por el Estado, que debi¨® surgir en Madrid como compensaci¨®n del reparto territorial de peso pol¨ªtico pactado por los constitucionales. Prat de la Riba, el forjador de Barcelona como capital cultural en los dos primeros decenios del siglo, dec¨ªa: ''Las luchas modernas son luchas de cultura, los pueblos se imponen y dominan por la superioridad de su cultura". Pujol, que se reclama su heredero pol¨ªtico, todav¨ªa no se ha enterado ni de que en Madrid se ha obrado en consecuencia.
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