El modelo Nelson Mandela
Nelson Mandela ha aprovechado la visita de Bill Clinton el 28 de marzo a Ciudad del Cabo para rememorar, ante al jefe de la mayor potencia mundial, un c¨®digo de comportamiento pol¨ªtico que deber¨ªa hacer palidecer a todo tipo de demagogos y reafirmar a aquellos, cada vez m¨¢s escasos, que todav¨ªa creen en la Virtud en pol¨ªtica. Los griegos de la Antig¨¹edad situaban en el centro de su comportamiento la idea del Bien, en el respeto de una ley igual para todos, aunque restringida a los ciudadanos de Atenas. Los revolucionarios franceses ampliaron ese principio en 1789, al proclamar una declaraci¨®n universal de derechos humanos que sigue siendo un programa a¨²n no realizado, sabiendo que si los hombres no cesan de luchar para alcanzar esos derechos, es porque otros hombres no cesan de oponerse a ellos.Africano, negro que ha experimentado la m¨¢s terrible de las exclusiones -la del negro en un pa¨ªs mayoritariamente negro, pero sin derecho a contestar al poder de una minor¨ªa blanca, racista, violenta y rapaz desde el punto de vista econ¨®mico-, encarcelado durante dieciocho a?os -?s¨ª, dieciocho a?os!- en un espacio h¨²medo, malsano, lo normal es que Nelson Mandela hubiera salido de ese doble infierno (el apartheid y la c¨¢rcel) armado de una c¨®lera y un odio semejantes a los de un Frantz Fanon o el de las Panteras Negras. Pero no: nada m¨¢s ser liberado, no dej¨® de hacer comprender a los blancos que perd¨®n significa reparaci¨®n, y a los negros, que reparaci¨®n significa perd¨®n.
Es un misterio infinito saber c¨®mo, a pesar del odio amasado en un lado y del sentimiento de venganza en el otro, Nelson Mandela ha tenido la fuerza para imponer la raz¨®n frente al absurdo y la capacidad de escuchar frente al peso de los prejuicios. ?Ha sido debido al universalismo marxista aprendido en la escuela del partido comunista de Sur¨¢frica, que ya entonces reun¨ªa a blancos y negros" ?Ha sido debido a su profundo cristianismo, a su bondad natural, o, incluso, al viejo poso de sabidur¨ªa africana? Nadie puede responder a estas cuestiones, y menos que nadie Nelson Mandela. Sea por lo que fuere, si hoy en d¨ªa hay un paradigma del Bien y de la Virtud en pol¨ªtica, ese paradigma se llama Nelson Mandela. Gracias a ¨¦l, negros y blancos pueden vivir juntos en Sur¨¢frica bajo una ley mayoritaria; gracias a ¨¦l, los pa¨ªses condenados al ostracismo por la estrategia de Estados Unidos -Cuba, Ir¨¢n, Irak, Libia han podido o¨ªr c¨®mo eran citados favorablemente en nombre de la amistad y la solidaridad de los pobres por el viejo Sabio africano ante el pimpante presidente americano.
Pero el paradigma mandeliano no es solamente moral: es tambi¨¦n pol¨ªtico y cultural. Nelson Mandela ha dicho a su interlocutor, por primera vez con tanta claridad y rigor, que el liberalismo desenfrenado no era la soluci¨®n para los pa¨ªses africanos emergentes. Clinton lleg¨® como portador de un mensaje econ¨®mico que se presupon¨ªa salvador para un Africa en ruinas: la "ley sobre el crecimiento y la oportunidad en ?frica". El objetivo de los americanos es obligar a los Gobiernos africanos a liberalizar su econom¨ªa, a privatizar las empresas p¨²blicas, a vender, finalmente, todos los bienes del Estado a cualquier inversor, nacional o extranjero. Si cumplen esta condici¨®n, los pa¨ªses africanos podr¨¢n acceder al mercado de Estados Unidos. Y el se?or Mandela le ha dicho claramente: la oferta "no es aceptable". Dice que no porque sabe que un cultivador de cereales africano no podr¨¢ competir con uno americano, que las materias primas ya est¨¢n en manos de los grandes oligopolios internacionales, que la especializaci¨®n productiva africana necesitar¨¢ sin duda muchos y largos a?os antes de poder ser atractiva en el mercado mundializado. En una palabra, Mandela ha rechazado el desarme aduanero que se supone permite la libre competencia en el mercado: sabe bien que la raqu¨ªtica capacidad de exportaci¨®n de ?frica ser¨¢ triturada por la m¨¢quina ultramoderna del capitalismo norteamericano. Y no quiere ese nuevo imperialismo. En ese tipo de contratos, los socios no son iguales.
Nelson Mandela ha tenido tanta m¨¢s raz¨®n en recalcar estas verdades cuanto que ?frica contin¨²a siendo, pese a un ligero aumento de inter¨¦s, el continente abandonado por los inversores internacionales. De 109.500 millones de d¨®lares invertidos en 1996 en los pa¨ªses en v¨ªas de desarrollo, s¨®lo 2.600 lo han sido en el Africa subsahariana, lo que representa menos del 1% del PIB regional. El ¨²ltimo informe del Banco Mundial, Global developnmnt finance, subraya una inquietante disminuci¨®n de la ayuda al desarrollo a ?frica en 1997. De manera general, al freno de la ayuda privada se a?ade la reducci¨®n de la ayuda p¨²blica: ya s¨®lo corresponde, para todos los pa¨ªses en desarrollo, a un 0,2l% de PNB de los pa¨ªses donadores frente al 0,35% de mediados de los a?os ochenta. El cuadro es, pues, inqu¨ªetante, y ¨¦sa es sin duda la raz¨®n por la que el viejo Sabio surafricano, que adem¨¢s ha decidido no volver a presentarse a las elecciones presidenciales de su pa¨ªs, ha hablado educada pero firmemente al presidente Clinton.
Una actitud que es tanto m¨¢s necesaria cuanto que no s¨®lo los norteamericanos, sino tambi¨¦n los europeos, tenemos hoy cuentas que rendir al Africa negra. En un momento en el que lo conmemorativo se ha convertido en el pr¨¦t-¨¢-porter cultural de todos los bienpensantes, ?qu¨¦ pasa con la deuda moral que el mundo occidental contrajo con ?frica al esclavizar a la parte m¨¢s viva de su poblaci¨®n? ?Hay que convertir en p¨¦rdidas y beneficios los devastadores efectos del colonialismo que siguieron al periodo directamente esclavista? ?Y qui¨¦n pagar¨¢ por las consecuencias de ese dise?o de fronteras cortado con escalpelo, en detrimento del cuerpo vivo de Africa, en unos pa¨ªses transformados en tribus arrogantes y unas tribus transformadas en Estados desp¨®ticos? Es m¨¢s: ?no se ha cometido hoy en Ruanda, ante nuestros ojos y con la complicidad de algunos de nosotros, uno de los m¨¢s terror¨ªficos genocidios de la historia de la humanidad?, ?no se ha beneficiado la masacre de los tutsis por hutus de la complicidad europea?
No se trata aqu¨ª ni de inventar culpabilidades blancas ni de descargar de responsabilidad a los reg¨ªmenes africanos en esta desesperanza que es la historia tr¨¢gica de ?frica, sino ¨²nicamente de permanecer siendo decentes. Nelson Mandela no ha dicho otra cosa. Su modelo es el de la decencia. Incluso una decencia excesiva: para nosotros y para los suyos. Y el perd¨®n que ha conce dido no debe confundirse con debilidad. Su rechazo al nuevo modelo "civilizador" que hemos inventado -el liberalismo antisocial- recuerda muy oportunamente que ?frica est¨¢ ya harta de pagar las cuentas de un Occidente que comulga con la religi¨®n del mercado-rey. Nelson Mandela nos hace asistir a una escena digna de los grandes mitos fundadoresres: mirad, he aqui a un viejo jefe de Estado africano, premio Nobel de la paz, mediador y conciliador en ?frica, respetado en el mundo entero, explicando Derecho, Moral, Justicia, al joven jefe de Estado del pa¨ªs m¨¢s poderoso del planeta, y haci¨¦ndolo sin concesiones diplom¨¢ticas, porque en ello va la suerte de la humanidad. Ojal¨¢ esta esce na, fundadora de un orden mundial realmente nuevo, sea comprendida por los dirigentes de todos los pa¨ªses del mundo: hallar¨ªan el plus de legitimidad humana y ¨¦tica de que tan a menudo carecen sus acciones.
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