?Qui¨¦n teme al hijo del panadero?
Cuando alguien busca menospreciar la pol¨ªtica acostumbra a compararla con el teatro, tratando de se?alar con esta consideraci¨®n la condici¨®n de comedia para lo que deber¨ªan ser acciones reales. Ciertamente, los objetivos entre teatro y pol¨ªtica parecen radicalmente opuestos si exceptuamos algo tan esencial como el principio de seducci¨®n del auditorio. En esta b¨²squeda de la captaci¨®n, los pol¨ªticos y los actores poco dotados conocen perfectamente los sinsabores que deben sufrir cuando trabajan con un colega que s¨®lo pisando el escenario los convierte a todos en mera coreograf¨ªa. Este canalla carism¨¢tico, da lo mismo que declame alejandrinos como que haga de Tancredo, poco importa, porque desde su aparici¨®n la plebe estamos dispuestos a seguirle hasta el fin del mundo.Generalmente, estos casos desencadenan una din¨¢mica perversa, que sin trascender al p¨²blico, constituye un espect¨¢culo delicioso para los que estamos en el intr¨ªngulis, y que consiste en los sibilinos sabotajes de los colegas para reducir a la median¨ªa general al tocado por las gracias de Tal¨ªa. Esta reacci¨®n de impotencia es comprensible, porque cuando al finalizar la obra se presentan todos ante el respetable, el aplauso al enchufado de los dioses ser¨¢ atronador, mientras el resto se ha desga?itado para mayor gloria del maldito. Ello provocar¨¢ de nuevo m¨¢s frustraci¨®n y el deseo de pararle mejor los pies en la siguiente funci¨®n.
Sin demasiadas diferencias, este curioso mecanismo se halla latente en el PSOE durante el desarrollo de las primarias, con la paradoja de que se trata precisamente de un mecanismo primario. A estas alturas nadie duda de que Jos¨¦ Borrell ejerce una atracci¨®n espectacular sobre los ciudadanos en la misma proporci¨®n que posee una capacidad pasmosa para desencadenar en los stars del partido un deseo irreprimible de ponerle sordina. Hay que admitir que en alguna ocasi¨®n parec¨ªan incluso haberlo conseguido, pero cuando reinaba la tranquilidad porque le cre¨ªan durmiendo la apacible siesta del PSC, les aparece de nuevo como un Terminator; indemne a las armas convencionales y obligando al partido a poner en cuesti¨®n la herencia gravada de Gonz¨¢lez. Ante esta situaci¨®n, todo el staff toca a rebato para neutralizar las dotes seductoras del intruso, tratando de obtener m¨¢s ventajas sibilinas que no cuestionen p¨²blicamente la elecci¨®n democr¨¢tica.
En los partidos, como en cualquier organizaci¨®n colectiva, es irreversible la instalaci¨®n de la naturaleza con su tendencia a la monoton¨ªa c¨ªclica. Sin embargo, hay que admitir que no resulta f¨¢cil encontrar el equilibrio arm¨®nico entre una cierta contenci¨®n del pensamiento y la disidencia compulsiva; por ello la comodidad termina imponi¨¦ndose a trav¨¦s del organigrama piramidal que induce obviamente a una militarizaci¨®n de las ideas. El retrato ideal del buen militante configurar¨¢ un sujeto que debe mantener disciplinadamente disponibles algunas parcelas mentales para usufructo del comit¨¦ ejecutivo. Resulta, pues, obvio que bajo este orden gregario, al que osa imponer un contrarritmo se le puede odiar m¨¢s que al mism¨ªsimo adversario.
En este contexto, a Jos¨¦ Borrell se le reprocha descaradamente su carisma personal o su atracci¨®n medi¨¢tica, como si lo que llamamos carisma fuera un ¨¢urea de frivolidad que poseen al azar algunos privilegiados para encubrir sus carencias de contenidos. De forma un tanto subliminal, Felipe Gonz¨¢lez tambi¨¦n se ha pronunciado en el mismo sentido cuando escogi¨® a Almunia como sucesor, ratific¨¢ndolo ahora en las primarias frente a Borrell. No deja de ser parad¨®jico que quien utiliz¨® hasta la saciedad su gran atracci¨®n personal para sostenerlo todo cuando quedaban tan pocas cosas, trate de minimizar la incuestionable trascendencia pol¨ªtica de esta especial cualidad, decant¨¢ndose ahora por todo lo contrario. ?Es que Gonz¨¢lez pretende crear las condiciones internas para volver en olor de multitudes, o bien teme que el hijo del panadero de la Pobla, al pisar el escenario, lo convierta a ¨¦l tambi¨¦n en coreograf¨ªa?
Los grandes divos no renuncian f¨¢cilmente al pasado glorioso, como los toreros, nunca encuentran un buen momento para el retiro y siempre se les escapa el instinto de ensalzar artistas discretos para que nadie borre el recuerdo de sus memorables actuaciones. Los actores mediocres de esta representaci¨®n le sabotear¨¢n a Borrell incluso los aplausos. Mostrar seguridad en s¨ª mismo, gran capacidad did¨¢ctica o ser catal¨¢n ser¨¢n instrumentalizados como inconvenientes y la oposici¨®n prestar¨¢ su ayuda manifestando que lo prefiere como adversario. Todo forma parte del instinto represivo para quien distorsiona la armon¨ªa grupal, aunque sea por el lado de la seducci¨®n, ello recuerda alg¨²n reportaje del National Geografic, porque la racionalidad y sensatez no act¨²an como conductores de estas situaciones, dado que cualquier acci¨®n humana aumenta la temperatura irracional si le ponemos p¨²blico.
Pero estos impulsos incontrolados pueden costarle muy caros al PSOE, ya que en las actuales circunstancias s¨®lo un comunicador nato, apasionado y atractivo para el auditorio puede abrir brecha en una coyuntura que favorece indiscutiblemente al actual Gobierno, al cual no se ha conseguido ni erosionar. El c¨®mo decir se convertir¨¢ en m¨¢s esencial que lo que se diga, porque en algunas ocasiones la forma es fondo y en este caso el llamado carisma Borrell significa una s¨ªntesis mental, que por medio del ritmo, la expresi¨®n y la voz, comunica libertad personal, ilusi¨®n, ambici¨®n de gobierno, fe en el futuro, y cada cosa en su sitio. ?Qu¨¦ le vamos a hacer? Pero esto, si penetra, tira de la ciudadan¨ªa.
Cuando se posee un buen actor es un grave error colocarle en un rinc¨®n con una lanza, porque desde su puesto de guardia seguir¨¢ igualmente "chupando plano" y distrayendo al p¨²blico, que despu¨¦s del fiasco acabar¨¢ pensando "¨¦ste s¨ª que habr¨ªa hecho un buen Hamlet".
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