Verjas, rejas, candados: la vida diaria de una ciudad
La mayor¨ªa de autobuses tur¨ªsticos en las grandes ciudades ense?an a sus pasajeros monumentos deslumbrantes: la Torre Eiffel, el Big Ben, la Estatua de la Libertad. Nada de eso sucede en Belfast.En la castigada capital norirlandesa, lo m¨¢s probable es que a uno le muestren aquella tienda donde una bomba del IRA mat¨® a diez protestantes, esas paredes pintarrajeadas con las im¨¢genes de guerrilleros enmascarados o, peor a¨²n, los desolados muros de cemento y acero que separan los barrios protestantes de los cat¨®licos, y que ir¨®nicamente se llaman l¨ªneas de paz.
Los habitantes de esta peque?a ciudad se han acostumbrado de tal manera a la sombra permanente de la violencia que nada les parece ya demasiado siniestro: ventanas cerradas con s¨®lidas rejas, comisar¨ªas de polic¨ªa blindadas como fortalezas y patrullas constantes por las calles desiertas. ?se es el paisaje diario de Belfast.
"Para ser sincero, nunca pienso en todo eso", cuenta un taxista protestante. "Me dedico a lo m¨ªo y luego me voy a casa".
Las s¨®lidas verjas met¨¢licas que uno puede ver en tiendas, centros municipales y hospitales no est¨¢n pensadas para detener a los rateros. La violencia com¨²n o los robos de poca monta pasan inadvertidos en Belfast. Todo ese despliegue de seguridad intenta, por el contrario, impedir el paso de piedras, disparos y c¨®cteles molotov, especialmente en la zona norte de la ciudad, que sus habitantes denominan los campos de la muerte, en un sard¨®nico intento de conjurar con la risa la permanente opresi¨®n de la violencia.
"Se est¨¢n gastando cientos de miles de libras para estimular la cooperaci¨®n de las dos comunidades, y al mismo tiempo se gastan millones en mantenarlas separadas", asegura Billy, un protestante de 70 a?os que vive al lado de uno de esos enormes muros de cemento o l¨ªneas de la paz que un deseado acuerdo de paz podr¨ªa condenar, a medio plazo, al mismo destino que el muro de Berl¨ªn: la piqueta.
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