El Rey,en las Hurdes
Ante la visita de los Reyes, los d¨ªas 14y 15, a Las Hurdes, el autor rememora la de Alfonso XIII -junto a su abuelo,entre otros intelectuales- hace 75 a?os
En todas las familias hay acontecimientos que conforman su memoria colectiva. Estos acaeceres, ya sean de car¨¢cter ¨ªntimo o de una mayor dimensi¨®n social, unen m¨¢s que los propios lazos de sangre. La solidaridad y el afecto, sin el v¨ªnculo del recuerdo compartido, se derramar¨ªan hasta perderse, como las olas que naufragan en la arena. El viaje que mi abuelo hizo a Las Hurdes con Alfonso XIII ha sido en mi familia una referencia obligada a ese pasado com¨²n del que procedemos, una vivencia para nosotros siempre pr¨®xima por mucho que vaya alej¨¢ndose en el tiempo.El desarrollo de la personalidad, como el crecimiento f¨ªsico, no responde a un proceso continuo. Entre vocaciones, azares y circunstancias, la personalidad se hace a golpes de crisis, paralizaciones e impulsos. ?Con cu¨¢nto goce nos sentimos crecer interiormente en medio de una ag¨®nica tormenta sentimental, o despu¨¦s de un fracaso o de un ¨¦xito relevantes, o en la plenitud del amor colmado! En la vida de todo hombre se presentan esos momentos estelares en los que se forja la conciencia y el car¨¢cter, aproxim¨¢ndole a ese horizonte inalcanzable donde queremos llegar a ser. Estas fecundas experiencias suelen acumularse en determinados periodos de la existencia, cuando el esp¨ªritu, abierto y alerta, se muestra propicio al descubrimiento, sensible y luminoso, de s¨ª mismo y de lo otro, como descubrimos, en el est¨ªo, las estrellas fugaces que cruzan de fuego el cielo negro de la noche.
Pienso que, en el comienzo de la d¨¦cada de 1920, mi abuelo debi¨® de vivir uno de esos periodos vitales que marcan nuestra realizaci¨®n personal. La muerte de su padre, la recalada en el Cigarral de Menores, su ingreso en la Academia de Medicina y el viaje a Las Hurdes son hitos significativos de aquel momento que probablemente condicionaron decisivamente su andadura.
El viaje a Las Hurdes sugiere una interpretaci¨®n ambivalente, como ambivalente es la obra de Mara?¨®n, en el sentido que ¨¦l lo defini¨®, esto es, como una aspiraci¨®n integradora de lo contradictorio, reconociendo lo mejor de cada posici¨®n para enriquecer el espacio de la s¨ªntesis. En esta tensa y audaz pretensi¨®n ut¨®pica radica una de las claves para comprender mejor a mi abuelo, y tambi¨¦n, por supuesto, para entender la mayor parte de las incom presiones que su figura y su obra han provocado.
El viaje que protagoniza con el Rey es, para aquel joven y brillante m¨¦dico de 34 a?os, un acto de enorme relieve social, un espaldarazo definitivo para su carrera, un anticipado reconocimiento de tantos m¨¢s por venir. No es dif¨ªcil imaginar, encuadrado en su ambiente hogare?o, la efervescencia previa al viaje a Las Hurdes y las sensaciones, inmediatamente posteriores, ante la entregada simpat¨ªa de Alfonso XIII, ante la convivencia pr¨®xima con la siempre carism¨¢tica figura de un rey. Los ecos de aquellas vivencias han perdurado en mi familia hasta hoy, aunque el sonido de aquellas emociones resulte casi inaudible y prevalezca el tintinear de las an¨¦cdotas del viaje, como aqu¨¦lla que ilustra la foto del ba?o del monarca desnudo, despojado naturalmente de cualquier signo de jerarqu¨ªa o diferenciaci¨®n.
Una huella m¨¢s profunda e imborrable supuso para ¨¦l la experiencia de ver y explorar con sus manos curativas a aquellas gentes enfermas de desamparo, v¨ªctimas de la miseria y de la insolidaridad, pues no hay enfermedad m¨¢s intolerable que la que tiene su origen en la condici¨®n social y no en el azar de un contagio.
No s¨¦ bien cu¨¢ndo descubri¨® mi abuelo Las Hurdes: es seguro que sabr¨ªa del viaje anterior de Unamuno; quiz¨¢s recibir¨ªa alguna indicaci¨®n de su buen amigo Maurice Legendre. Lo cierto es que su primera visita le sobrecogi¨®, y que sinti¨® una ¨ªntima y profunda rebeli¨®n ante aquel injusto paisaje humano, un sentimiento de rebeli¨®n que en los hurdanos no pod¨ªa encenderse, tal era la desperanzadora resignaci¨®n con la que asum¨ªan sus taras f¨ªsicas, su hambre, su soledad social. Mara?¨®n debi¨® de concebir instant¨¢neamente el proyecto de regresar para ayudar a redimir a aquellas gentes, y de aquel prop¨®sito de vincularse al dolor presenciado surgi¨® no s¨®lo el famoso viaje con el Rey, sino, con toda seguridad, un viaje personalmente m¨¢s decisivo, ya para siempre comprometido, como intelectual y espa?ol, con el devenir de su pa¨ªs.
Entonces, como luego har¨ªa tantas y tantas veces, puso en juego su prestigio personal, el que le permiti¨® llevar hasta el Rey los silencios suplicantes de los hurdanos, para movilizar el poder institucional -en este caso real- a favor de la causa por la que luchaba. Juan Ram¨®n le defini¨® como un hombre-pino, un pinohombre, por la sabia firmeza de sus ra¨ªces y por la acogedora sombra de sus frondosas ramas. Y fue tambi¨¦n un hombre-puente, un puente entre los hombres, entre quienes pensaban de manera distinta, o entre quienes hab¨ªan menester y los que estaban en situaci¨®n de dar.
Pero aquel viaje fue mucho m¨¢s que ese rel¨¢mpago en la historia de nuestra familia, a cuya luz mi abuelo fue mejor conocido y tras cuyo trueno se potenci¨® su ejemplar vocaci¨®n de servicio a su pa¨ªs. Como dec¨ªa Juan Cruz, con ese bendito entusiasmo de los poetas, fue tambi¨¦n un viaje emblem¨¢tico, el sue?o truncado de aquella monarqu¨ªa que entonces no pudo ser. La imagen del joven Rey a caballo, y mejor, descabalgado, a pie, entre sus conciudadanos m¨¢s miserables, anticipaba en d¨¦cadas una Espa?a moderna, libre, progresivamente m¨¢s solidaria y justa, sin marginaciones end¨¦micas.
El viaje a Las Hurdes ha sido para m¨ª una referencia tan cercana que siempre he tenido la sensaci¨®n de haber estado ya en aquella tierra, de conocer personalmente aquel secular Macondo nuestro, agrietado y seco. Me agarrotaba, para un regreso imaginario, el temor a la terrible derrota de comprobar que todo hubiera seguido igual despu¨¦s de 70 a?os. Pero no, tras un periodo de libertad recuperada y de progreso social, que simboliza la figura, ya hist¨®rica, de nuestro rey Juan Carlos, Las Hurdes que visitaron Alfonso XIII y Mara?¨®n afortunadamente se han perdido para siempre, trascendidas en un mito. El nuevo viaje de un rey a Las Hurdes as¨ª lo proclama.
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