El ministro catal¨¢n
Desde que hay jefes de Gobierno en la Espa?a moderna el ¨²nico de origen catal¨¢n ha sido el general Prim. Eso acontec¨ªa en el ¨²ltimo tercio del siglo XIX como consecuencia de una revoluci¨®n llamada Gloriosa, lo que significa que para llegar a tan alta posici¨®n el militar de Reus necesit¨® una asonada. Por a?adidura, casi puede sostenerse que Prim cuenta poco como catal¨¢n porque el car¨¢cter que imprime la milicia espa?ola fue aparentemente mucho m¨¢s fuerte que el que insuflara entonces la catalanidad. Presidente de la I Rep¨²blica lo fueron Figueras y Pi y Margall, pero aquello fue un ca¨®tico proyecto m¨¢s que un Gobierno. Los anteriores hab¨ªan sido, por tanto, seg¨²n el reconocido saber popular, una excepci¨®n cultural que confirma la regla: los catalanes no quieren o no pueden alcanzar la m¨¢xima magistratura ejecutiva en Espa?a. Tanto monta, monta tanto. Ya me lo dec¨ªa el otro d¨ªa un amigo de Le Monde que ha vivido nueve a?os en Barcelona: ?Los espa?oles jam¨¢s aceptar¨¢n un presidente catal¨¢n?. Hasta lo saben en Francia. Y Miquel Roca ser¨ªa, seg¨²n el mismo acervo de conocimientos, buena prueba de ello. El dirigente de Conv¨¨rgencia impuls¨® una coalici¨®n de fuerzas r¨¢pidamente perge?adas como espa?olas a las elecciones legislativas de 1986 y tuvo que comerse un rosco . Cero diputados. Una parte de la prensa y de los medios pol¨ªtico-sociales de Barcelona advirtieron entonces de una verdad que consideraban inmutable: ?No nos quieren? y, por ello, ?es mejor que sigamos con lo nuestro?, expresiones ambas que resumen perfectamente la hermen¨¦utica del d¨ªa.
Y, sin embargo, Jos¨¦ (o Josep) Borrell ha sido elegido candidato del PSOE a la jefatura de Gobierno de Espa?a, con una mayor¨ªa que es moralmente a¨²n mayor que la puramente aritm¨¦tica, porque ten¨ªa en contra a todo el equipo habitual, es decir, el aparato, antes de vencer en 14 de las 17 comunidades aut¨®nomas. Pero, por supuesto, eso no deber¨ªa querer decir gran cosa, seg¨²n las mismas fuentes, porque los militantes socialistas son gente concienciada, con una cultura pol¨ªtica formada, alejados del sectarismo que entra?a abominar de un catal¨¢n, por todo lo que no pueden constituir un verdadero microcosmos del electorado espa?ol que deber¨ªa seguir siendo, para confort de los nacionalismos perif¨¦ricos, cerrilmente anticatal¨¢n.
Pero, afortunadamente, en un mundo en el que hasta ha ca¨ªdo la Uni¨®n Sovi¨¦tica, ya no hay verdades universales. Miquel Roca no cosech¨® tan esf¨¦rico resultado porque fuera catal¨¢n, sino porque pertenec¨ªa a Converg¨¨ncia, una formaci¨®n pol¨ªtica nacionalista y por ello no espa?ola, aunque se inventara un partido-pigmali¨®n para guardar las apariencias. Peor todav¨ªa, Roca ni siquiera era el l¨ªder de su partido natal, del que nunca lleg¨® a separarse, sino el lugarteniente del presidente de la Generalitat, Jordi Pujol. ?Y en qu¨¦ cabeza cabe -ni siquiera en la de Fraga- que los espa?oles vayan a votar al segundo de un partido que se proclama de otra obediencia nacional? Si esa coalici¨®n hubiera ganado y Roca hubiera sido su candidato, el presidente del Gobierno espa?ol habr¨ªa tenido, en origen, como jefe al presidente de la Generalitat.
Cuando Pujol dice que Catalu?a -l¨¦ase la Catalu?a nacionalista- no puede ir por el mundo ufan¨¢ndose de Cervantes porque no le corresponde, est¨¢ dejando las cosas muy claras. Los espa?oles no van a votar tampoco a alguien que no se reconozca, cualquiera que sea su lengua materna, en lo que consideran glorias patrias. A Jean Chr¨¦tien, primer ministro canadiense de origen quebequ¨¦s, no parece probable que le voten los nacionalistas de Quebec, al igual que los que se sienten canadienses no apoyan, por su parte, a Lucien Bouchard, l¨ªder del soberanismo en la belle province . Meridiano.
Pero el caso de Borrell es otro. S¨®lo la mala fe o la sordera pueden negar que el ex ministro socialista sea plenamente catal¨¢n. En Pobla de Segur, Lleida, los ¨²nicos catalanes de generaci¨®n y apellido que hablan castellano sin un marcado acento son hijos de funcionarios, a los que en muchos casos se ha educado familiarmente en castellano. Borrell, en cambio, es hijo de panadero y habla la lengua com¨²n de Espa?a con el acento que corresponde a los hijos de los panaderos, aunque tengan estudios. Y que Dios se lo conserve muchos a?os. A los militantes del PSOE no les ha importado. A los espa?oles, en general, tampoco.
Ocurre, sin embargo, que Borrell, a diferencia de Serra, Obiols, Nadal, Maragall u otros barones del PSC, no ha sido nunca nacionalista. ?Por qu¨¦? ?Vaya usted a saber! Pero, de lo que no cabe duda es de que tan leg¨ªtimo es ser catal¨¢n nacionalista como dem¨®crata catal¨¢n a secas. Y eso es lo que aprecia gran parte de la opini¨®n p¨²blica en Espa?a. En esas condiciones ser catal¨¢n, lejos de constituir un inconveniente, es un dato de lo m¨¢s positivo para que le voten a uno, porque en toda Espa?a hay vast¨ªsimos dep¨®sitos de admiraci¨®n por Catalu?a.
A este peri¨®dico se le ha criticado por emplear el apelativo ministro catal¨¢n para designar a Borrell, mientras que de Joaqu¨ªn Almunia, su oponente en las primarias del PSOE, jam¨¢s se dec¨ªa el ministro o ex ministro vasco. No creo que tuvieran raz¨®n nuestros contradictores. Almunia no es evidentemente vasco de la manera en que Borrell s¨ª es catal¨¢n. Cuesti¨®n de acentos y de estilos y, sobre todo, de que en Espa?a lo m¨¢s distintivo que existe del tronco com¨²n en materia de nacionalidades es lo catal¨¢n. Aunque eso no excluya que haya catalanes como Borrell que s¨ª sienten que Cervantes forma parte de su legado.
La campa?a de demolici¨®n contra el ministro catal¨¢n comenz¨® -o se reanud¨®- en el mismo momento en que se supo que inauguraba una probable nueva era para el PSOE. Esa campa?a procede sobre todo, pero no ¨²nicamente, de quienes m¨¢s le temen: los nacionalistas catalanes. Borrell es, se asegura, un jacobino, mot de passe para furioso centralista que se cree en la Espa?a de Felipe V; un populista, forma apenas suavizada de demagogo a lo Lerroux; un outsider, un arribista, un rompe-techos; o el que viene a enterrar al padre, como se dice en un diario de Madrid refiri¨¦ndose a Felipe Gonz¨¢lez.
En la Espa?a de las autonom¨ªas, de la que no es de temer una pr¨®xima desmejora centralista, los jacobinos tendr¨ªan poco porvenir, y eso es evidente para alguien que, como Borrell, conoce la autonom¨ªa de Catalu?a como un hecho vivo y no una ortopedia indispensable para vivir en paz, como suele suceder, especialmente, entrando a la derecha. Al padre nadie va a ser tan tonto en el PSOE como para enterrarlo, porque a¨²n tiene mucho sufragio dentro que dar a su partido. Y respecto a lo dem¨¢s, populista o radical, pues ya se ver¨¢ si los electores le conceden un d¨ªa a Josep (Jos¨¦) Borrell la oportunidad de ejercer la m¨¢xima autoridad de gobierno en Espa?a.
La elecci¨®n como candidato del ministro catal¨¢n tiene, cuando menos, una importancia higi¨¦nica para la pol¨ªtica espa?ola. La est¨¦ril bipolaridad en la que viv¨ªamos a consecuencia del di¨¢logo o el enfrentamiento entre un presunto centralismo espa?ol, dicen que resignado al modelo auton¨®mico, y un seguro nacionalismo en Catalu?a, deseoso de ponerle notas al pie a la Constituci¨®n, ha sufrido con la elecci¨®n de Borrell un notable meneo. Los catalanes est¨¢ claro que son del todo elegibles sin que nadie les pida por ello que dejen de serlo.
Nadie reparaba en el acento de Prim cuando gobernaba.
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