Tras el euro: monetarismo y democracia
La construcci¨®n europea ha tenido desde sus or¨ªgenes objetivos econ¨®micos y de seguridad. Desde este punto de vista, su ¨¦xito ha sido a primera vista considerable. Si atendernos a la evoluci¨®n de la econom¨ªa, en 1960 la renta per c¨¢pita en Estados Unidos era 1,8 veces superior al promedio europeo; dicha diferencia se hab¨ªa reducido a 1,4 veces en 1995. Pero este ¨¦xito econ¨®mico de largo plazo debe, sin embargo, ser matizado. As¨ª, mientras que la renta per c¨¢pita japonesa era en 1960 tan s¨®lo un 54% del promedio europeo, en 1995 era un 14% superior. Por a?adidura, a lo largo de los ¨²ltimos 1 5 a?os la competitividad de las econom¨ªas europeas ha ido declinando, a pesar de representar cerca de un 30% del PIB mundial y cerca de un 40% del comercio internacional. Estos crecientes l¨ªmites del desarrollo econ¨®mico europeo han supuesto un impulso para acelerar su integraci¨®n econ¨®mica. El mercado ¨²nico y la moneda ¨²nica significan as¨ª un intento dr¨¢stico de suprimir las fluctuaciones monetarias intracomunitarias, mejorar la asignaci¨®n de los recursos y el rendimiento productivo del capital, reducir los costes de transacci¨®n, alcanzar una mayor transparencia de precios entre los Estados y promover en general la competitividad y el desarrollo de las econom¨ªas. A su vez, la creaci¨®n de un banco central independiente pretende asegurar la estabilidad monetaria y evitar tendencias inflacionistas.
Estos objetivos han conducido a una creciente convergencia macroecon¨®mica de los pa¨ªses de la Uni¨®n Europea. Si examinamos lo que ha sucedido a lo largo de la d¨¦cada de los noventa, el promedio de inflaci¨®n se ha reducido a la mitad, mientras que el diferencial de inflaci¨®n entre los distintos pa¨ªses ha disminuido de 10 puntos a un punto. Algo parecido ha sucedido con el d¨¦ficit p¨²blico: su promedio se ha rebajado tambi¨¦n a la mitad, y las diferencias entre pa¨ªses han disminuido muy fuertemente. Esta mejora general de las condiciones macroecon¨®micas y la convergencia entre los distintos pa¨ªses ha tenido lugar, sin embargo, en un periodo econ¨®mico muy favorable. Las dudas se plantean respecto de eventuales fases de recesi¨®n. El Pacto de Estabilidad y Crecimiento pretende que la convergencia en la gesti¨®n macroecon¨®mica no sea simplemente circunstancial.
En todo caso, los pa¨ªses de la Uni¨®n Europea est¨¢n a punto de dar un paso decisivo en su historia no s¨®lo econ¨®mica, sino pol¨ªtica. La pol¨ªtica monetaria pasar¨¢ a depender del Banco Central Europeo, independiente de los Gobiernos y los pol¨ªticos; los tipos de cambio ya no servir¨¢n para ajustar las econom¨ªas a shocks externos; las pol¨ªticas fiscales nacionales se convertir¨¢n, en la actual configuraci¨®n institucional, en epifen¨®meno de un monetarismo europeo. Sin duda, este paso hist¨®rico plantea dile mas graves: al fin y al cabo, se trata de optar por la disciplina macroecon¨®mica a cambio de ceder soberan¨ªa en las pol¨ªticas; de dar prioridad a la menor inflaci¨®n posible a cambio de austeridad presupuestaria y salarial; de aceptar, sin embargo, que e pol¨ªticas tienen resultados inciertos respecto del empleo.
El Tratado de la Uni¨®n Europea (en su art¨ªculo 2¡ã) se?ala que es misi¨®n de dicha Uni¨®n promover un alto nivel de empleo y de protecci¨®n social. Pese a ello, la tasa de crecimiento del empleo ha sido en Europa de un 0,3% frente a un 1,8% en los Estados Unidos; tan s¨®lo el 60% de la poblaci¨®n en edad de trabajar est¨¢ ocupada en la Comunidad, frente a un 70% en los Estados Unidos y en tomo a un 75% en Jap¨®n. Es cierto, de todas formas, que este desempleo m¨¢s ele vado ha ido parad¨®jicamente acompa?ado de una igualdad relativa. En los a?os ochenta, la diferencia entre el 20V m¨¢s rico y el 20% m¨¢s pobre en pa¨ªses como B¨¦lgica, Holanda o la Rep¨²blica Federal Alemana ha sido la mitad que en Estados Unidos. El Estado de bienestar europeo ha reducido las diferencias econ¨®micas y atenuado la necesidad, amortiguando los efectos sociales y pol¨ªticos del desempleo.
Sin embargo, desde muchos ¨¢mbitos, este Estado de bienestar europeo es visto no como un remedio frente al desempleo, sino como causa fundamental de ¨¦ste; como incapaz, asimismo, de atender las nuevas necesidades sociales derivadas de los cambios en las ocupaciones, en la demograf¨ªa y en las estructuras familiares. Las recetas ortodoxas para reducir el desempleo proponen disminuir el sector p¨²blico para que no socave el crecimiento de la productividad del sector privado y el empleo, reducir la protecci¨®n social, seleccionar m¨¢s qu¨¦ necesidades deben ser atendidas, flexibilizar los mercados de trabajo y las estructuras salariales, rebajar los dinteles de entrada en el mercado del trabajo. Los dilemas supuestamente se plantean de forma clara: m¨¢s empleo a cambio de mayor desigualdad; y, dada la independencia del Banco Central Europeo, pol¨ªticas salariales y fiscales austeras bajo la amenaza de un desempleo a¨²n m¨¢s extenso.
Los fundamentos te¨®ricos y emp¨ªricos de algunas de estas recetas distan, sin embargo, de ser concluyentes. Eso s¨ª, se repiten de tal forma, como en un juego de espejos, que parecen incontrovertibles. Y se suele minimizar la viabilidad de otras pol¨ªticas posibles. La inflaci¨®n puede ser igualmente controlada con niveles m¨¢s bajos de desempleo si, adem¨¢s de un banco central independiente, existe una coordinaci¨®n salarial. Por a?adidura, una moderaci¨®n de los salarios puede permitir pol¨ªticas sociales m¨¢s ambiciosas con mayores niveles de empleo. Se ha afirmado con raz¨®n que el modelo del Banco Central Europeo sigue el modelo del Bundesbank, pero sin la configuraci¨®n institucional alemana: ni DGB, ni Gobierno federal, ni Estado de bienestar que permitan transacciones entre pol¨ªtica monetaria, pol¨ªticas sociales, Salarios y empleo. La dificultad que afrontan estas otras pol¨ªticas que pueden combinar de formas distintas empleo, salarios, competitividad y cohesi¨®n social es doble: por una parte, el predominio del monetarismo como gu¨ªa principal de la pol¨ªtica econ¨®mica al nivel de la Uni¨®n; por otra parte, la inexistencia de partidos y sindicatos organizados a nivel europeo.
No debemos olvidar que, en democracia, por mucho que la ortodoxia econ¨®mica pueda acertar en su diagn¨®stico, lo importante es si gusta a los ciudadanos. Nada asegura que vaya a ser as¨ª necesariamente y para siempre jam¨¢s, menos a¨²n si sus efectos sobre el desempleo no resultan positivos. El problema con la f¨®rmula econ¨®mica e institucional que inicia la Uni¨®n no radica s¨®lo en las consecuencias que pueda tener sobre el Estado de bienestar, la igualdad o el empleo, sino en las carencias democr¨¢ticas que la acompa?an.
Dec¨ªa Jean Monnet que la pol¨ªtica europea deb¨ªa ser transparente, porque los ciudadanos ten¨ªan que entenderla. El Tratado de Maastricht establece, adem¨¢s, el compromiso de que las instituciones de la Uni¨®n Europea sean m¨¢s transparentes. Sin embargo, existe una sensaci¨®n extensa de que las decisiones pol¨ªticas europeas son remo tas y opacas, que carecen de control efectivo, y que su veto por los ciudadanos resulta dif¨ªcil. Es obvio que la integraci¨®n europea implica cierta cesi¨®n de soberan¨ªa. Pero la soberan¨ªa corresponde al pueblo. ?A qui¨¦n ha sido ¨¦sta cedida? La respuesta no est¨¢ clara, pero deber¨¢ estarlo. Fran?ois Furet ha escrito que la Uni¨®n Europea ser¨¢ la primera experiencia en la historia occidental en que las leyes no tengan un claro fundamento de soberan¨ªa. Estas se refieren a un conjunto que no es un Estado ni una naci¨®n, cuyo territorio tiene unas fronteras y cuyos ciudadanos tienen unas identidades a¨²n desconocidas, cuyo sistema de gobierno consiste en una coalici¨®n en la que participan todos los Estados miembros. Con unos responsables pol¨ªticos dif¨ªcilmente identificables y con un denominador com¨²n de ciudadan¨ªa a¨²n precario, las elecciones europeas dif¨ªcilmente pueden influir en cambios efectivos en las autoridades o en las pol¨ªticas. La principal carencia democr¨¢tica en Europa es que las elecciones no atribuyen a los ciudadanos una capacidad real de castigar retrospectivamente o de vetar prospectivamente un curso de acci¨®n pol¨ªtica emprendido por la Uni¨®n. Esa posibilidad no existe claramente ni a nivel nacional ni a nivel europeo. ?A qui¨¦n cabe atribuir la responsabilidad por pol¨ªticas que los ciudadanos consideren inadecuadas? ?C¨®mo se puede sancionar o premiar a las autoridades pol¨ªticas? ?C¨®mo influir a trav¨¦s del voto en el cambio de direcci¨®n de las pol¨ªticas?
Es cierto que la definici¨®n de "ciudadan¨ªa pol¨ªtica" progres¨® con los derechos reconocidos por los art¨ªculos 8, 8(a) a 8(e) del Tratado de Maastricht. Pero los mecanismos de control pol¨ªtico individual y los instrumentos de participaci¨®n pol¨ªtica (partidos y sindicatos) se hallan atrofiados o fragmentados. Nos encontramos, por tanto, con una reducci¨®n del espacio de las pol¨ªticas y una insuficiencia de las instituciones democr¨¢ticas. Ese es el marco en que va a operar el Banco Central Europeo independiente. Las alternativas de quedarse fuera de la Uni¨®n Monetaria son, sin duda, peores, tanto desde un punto de vista econ¨®mico como pol¨ªtico. Pero las decisiones no tienen por qu¨¦ basarse en el mal menor, ni consistir en una permanente fuite en avant, en que hay que seguir pedaleando para que la bicicleta no se caiga y no nos estrellemos. No basta tampoco con argumentos evolucionistas del tipo de "tras la moneda ¨²nica, las instituciones pol¨ªticas resultar¨¢n inevitables". Por una parte, tales argumentos se basan en un funcionalismo demasiado burdo; por otra, no se sabe cu¨¢les podr¨ªan ser tales instituciones. Es as¨ª urgente, en estos momentos en que los pa¨ªses europeos van a dar un salto hist¨®rico, discutir de pol¨ªticas econ¨®micas alternativas y de sus distintos efectos, pero ello ser¨¢ in¨²til si no se refuerzan cauces democr¨¢ticos que permitan a unos eventuales "ciudadanos" ejercer con efectividad sus preferencias.
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