?D¨®nde hay un toro?
Siguen saliendo los toros inv¨¢lidos y amodorrados. Es decir, que sigue saliendo el toro que no es toro. Oiga ?y d¨®nde hay un toro?.La pregunta requiere respuesta; la afici¨®n la exige. No puede ser que, de repente, la ganader¨ªa de bravo entera haya perdido su bravura y su fortaleza. No puede ser que la ganader¨ªa de bravo entera se haya quedado paral¨ªtica.
?Que d¨®nde hay un toro?, oiga.
Se quejaban los habituales -y conspicuos- de que estas mal llamadas corridas de toros hacen perder la afici¨®n. Pero no s¨®lo eso: es la fiesta la que est¨¢ perdiendo a la afici¨®n. Muchos aficionados hace ya tiempo que dejaron de ir a los toros. Y sigue el desfile, porque el espect¨¢culo que est¨¢n empe?ados en imponer los taurinos no es aquella fiesta del arte y del valor que gan¨® sus corazones y les insufl¨® la afici¨®n.
Sep¨²lveda / Aparicio, Cordob¨¦s, Morante
Toros de Sep¨²lveda, de aceptable presentaci¨®n excepto 1?, flojos, descastados, adormilados; dos devueltos por inv¨¢lidos. Sobreros: 5? de Cetrina, , bonito, inv¨¢lido. 6? de Cortijoliva, de escaso trap¨ªo, flojo, d¨®cil.Julio Aparicio: media atravesada ca¨ªda a paso banderillas y tres descabellos (bronca); pinchazo, estocada corta trasera contraria y rueda de peones (bronca). El Cordob¨¦s: pinchazo y estocada (ovaci¨®n y salida al tercio); estocada tirando la muleta (ovaci¨®n y salida al tercio). Morante de la Puebla, que confirm¨® la alternativa: pinchazo, media escandalosamente atravesada, cuatro descabellos - aviso - , descabello y se sienta el toro (silencio) ; cuatro pinchazos - aviso - y dos descabellos (palmas). Plaza de Las Ventas, 14 de mayo. 9? corrida de abono. Lleno.
De la fiesta del arte y el valor a la s¨®rdida peripecia carnicera en que la han convertido hay un trecho. Esta s¨®rdida peripecia, a poco que se piense y con un m¨ªnimo sentido com¨²n que se tenga, es una brutalidad intolerable, es la verg¨¹enza nacional.
Sal¨ªan los toros y a las pocas carreras quedaban convertidos en borregos. Luego aparec¨ªan los individuos del castore?o y les daban le?a. Unos sujetos montados sobre enorme percher¨®n forrado de guatas, ellos protegidas ambas piernas con la mo?a y la gregoriana -que son hierros-, empu?ando larga vara de acerada puya. Y todo eso para apiolar borregos; qu¨¦ barbaridad.
Los toros de Sep¨²lveda, flojuchos y claudicantes, deambulaban por all¨ª sin asomo alguno de bravura, ni ganas de pelea. S¨®lo quer¨ªan que les dejaran en paz. S¨®lo volverse por donde hab¨ªan venido y dormir al arrimo de una encina. Sobre todo dormir. Ninguno pod¨ªa sacudirse la modorra, y si los toreros les presentaban el enga?o se quedaban aletargados o lo tomaban de mala gana.
Para su bien hubo torero que no les presentaba ni los enga?os ni nada. ?se fue Julio Aparicio. Al parecer tra¨ªa Julio Aparicio el prop¨®sito de no dejar pasar cerca de su aflamencada figura toro alguno, y a fe que lo consigui¨®. No dio ni un pase, se dice pronto. En vez de dar pases manteaba la cornamenta de los aborregados toros y no le valieron de acicate ni las broncas ni las rechiflas del respetable. Un caso de desfachatez digno de estudio.
Morante de la Puebla tuvo en cambio el decoro de intentar el toreo, buscarles las vueltas a los impresentables espec¨ªmenes. Sin resultado alguno con el de la confirmaci¨®n, un anovillado ejemplar que roncaba. Al sobrero de Cortijoliva le construy¨® una faena a base de derechazos y naturales bien ligados y adem¨¢s tir¨® de repertorio para enlazar las tandas con torer¨ªa mediante trincherillas, cambios de mano, molinetes, el kikirik¨ª, ayudados de diverso estilo. Claro que apenas se le dio importancia pues tal sobrero no ten¨ªa trap¨ªo, ni fuerza, ni bravura; s¨®lo docilidad y somnolencia.
El Cordob¨¦s, que empez¨® de rodillas su primera faena y estuvo pundonoroso, supli¨® con actitudes bullidoras, gestos para la galer¨ªa y amplias sonrisas, su incapacidad para torear con arte. Y le result¨® rentable: le aplaud¨ªan mucho.
El segundo toro de El Cordob¨¦s lo devolvieron al corral por inv¨¢lido, compareci¨® la parada de cabestros y el rijoso del d¨ªa anterior se le arrim¨® raudo. Lo hizo por detr¨¢s, naturalmente, y no perdi¨® el tiempo: lo mont¨® de un salto. No pudo consumar sus libidinosas intenciones, sin embargo, pues el toro deb¨ªa de estar inapetente y se lo quit¨® de encima.
El sobrero, c¨¢rdeno arromerado, un tanto albah¨ªo, armonioso de l¨¢mina y guapo de cara, era una preciosidad. Si llega a verlo el cabestro rijoso, lo desbarata. Pero se le han debido acabar estas alegr¨ªas. Cuando devolvieron al corral al sexto no sali¨® con la parada de cabestros: lo hab¨ªan dejado dentro, castigado por malo.
Vaya toros, los de ahora. C¨®mo ser¨¢n que hasta los cabestros les dan por bullen.
Babelia
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